Primero, Steinway cerró la venta de su emblemático edificio en la calle West 57, Nueva York, donde luminarias del piano como Sergei Rachmaninov y Vladimir Horowitz ensayaron alguna vez. Tres días después, Steinway anunció su intención de vender la empresa en 438 millones de dólares a un conglomerado que incluye a otras 15 empresas manufactureras medianas que fabrican desde limpiadores de parabrisas, máquinas de coser y ataúdes.
Para los pianistas fanáticos de Steinway – ¿es tan bueno un Steinway nuevo como uno fabricado en los años veinte?, ¿es mejor un Steinway fabricado en Alemania que uno fabricado en Nueva York?, etcétera – estas noticias fueron como un derechazo a la quijada. Todo pianista que haya entrado al edificio estilo Beaux Arts lo recuerda con afecto, especialmente el sótano donde generaciones de pianistas profesionales han seleccionado el Steinway que tocarán en concierto o sesión de grabación. Los adeptos se preguntan si los nuevos propietarios podrían interferir con los minuciosos y legendarios métodos de producción – Steinway dedica casi un año a la fabricación de un piano de cola – y si llegarían a cerrar una de las dos plantas. Un vocero del grupo adquiriente asegura que no contemplan cambio alguno en el proceso de manufactura ni han considerado cerrar o mudar la planta de Queens, N.Y. o la de Hamburgo, Alemania.
En una carta enviada a sus distribuidores, los nuevos dueños declararon que uno de sus principales objetivos es “conservar y apoyar todas las características que hacen de un Steinway algo especial”. Esta es la quinta vez que Steinway cambia de dueño desde que unos inmigrantes alemanes la fundaron en 1853. Fue vendida por sus descendientes en 1972 a CBS; después, vendida por CBS a un grupo inversionista de Boston, y en los años noventa adquirida por un fabricante de instrumentos para bandas quien, a su vez la vendió a dos banqueros inversionistas.
Fuente: James Barroon, New York Times
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