Juan Diego Flórez alterna momentos de arrebatadora belleza vocal en su actuación en el Palau con piezas de Mozart y Glück
En su nueva actuación en el Palau, Barcelona, Juan Diego Flórez alternó momentos de arrebatadora belleza vocal con otros más cerca de esa rutina de lujo que tanto cuesta evitar en los conciertos de arias de ópera. Para rebajar en lo posible la sensación de déjà vu, el astro peruano colocó las más jugosas novedades al principio y al final de un programa calurosamente aplaudido en el que contó con el acompañamiento, no siempre equilibrado, del director italiano Riccardo Minasi al frente de la Orquesta de Valencia.
Como buen especialista en el barroco y el clasicismo, Minasi brilló en las páginas de Mozart y Glück. Abrió el concierto con una ágil obertura de La clemeza di Tito y, ya en su primera intervención, Flórez cautivó al público cantando la más conocida aria de Tamino, de La flauta mágica, con una extraordinaria gama de matices; un Tamino humano, de fraseo generoso e impecable control del fiato, que fue de lo mejor de la velada..
Le sienta bien Mozart a la voz de Flórez, pero ahora brilla más en las partes más líricas que en las agilidades; por eso cautivó menos en Il re pastore; convenció mucho más en dos expresivas y muy bien cantadas páginas de Orphée et Eurydice, de Glück. De hecho, canta tan bien que poco importan las reticencias ante los repertorios que frecuenta, sean cuestiones de estilo o de peso vocal.
En el arte del buen cantar, Flórez es un maestro; difícil parece encontrar en la actualidad un tenor capaz de un canto más dulce y efusivo, más elegante y sabiamente fraseado. Como máximo belcantista del momento, bordó la gran aria de Edgardo en la última escena de Lucia di Lammermoor, de Donizetti, y nos llevó al cielo lírico con una sublime interpretación de Ah¡ fuyez, douce image, de Manon, de Massenet.
Cantó además —y siempre bien, porque Flórez no sabe cantar mal— arias de Werther y dos populares títulos de Verdi: Rigoletto (Questa o quella y Parmi veder le lagrime) y, cerrando el programa, La traviata (aria y cabaletta del segundo acto), atractivo avance del papel Alfredo Germont, que debutará el próximo diciembre en el Metropolitan de Nueva York.
Del relleno orquestal, se salvó una bien contrastada obertura de Don Giovanni; en el resto, Minasi y la Orquesta de Valencia se movieron en un terreno tan ruinoso como banal, con piezas de los ballets de L’assedio de Calais,de Donizetti e I Vespri Siciliani, de Verdi, más la obertura de Alzira, que el propio Verdi consideraba una de sus peores óperas. Dio tres canciones como propina, una en primicia, las Coplas de Fray Martin, de la gran Chabuca Granda, que, y así lo explicó al público, jamás había cantado.
Fuente: Javier Pérez Sáenz para El País
Comentarios