Visionario, vanguardista, talentoso, sádico, cruel, atormentado, enajenado, melancólico, uxoricida… Sin duda, la del compositor Carlo Gesualdo (1566-1613), príncipe de Venosa y conde de Conza, es una de las figuras más fascinantes de los últimos años del Renacimiento italiano, y no solo porque el conjunto de su obra musical —madrigales, motetes y piezas sacras— se caracteriza por una profunda expresividad y un audaz uso del cromatismo y la disonancia, insólitos para su época y que han interesado e inspirado a compositores como Igor Stravinski (1882-1971), Franz Hummel (1939), Salvatore Sciarrino (1947), Bo Holten (1948) e Hilda Paredes (1957), sino porque su vida estuvo plagada de acontecimientos dignos de las más intensas novelas de misterio y terror.
Nacido en el seno de una familia aristocrática con profundas raíces en la Iglesia católica, Carlo Gesualdo era sobrino de san Carlos Borromeo (1538-1584), cardenal y arzobispo de Milán, y sobrino-nieto de Giovanni Angelo Medici (1499-1565), que pasó a la historia como el papa Pío IV. A la muerte de su madre y por sugerencia de Borromeo, el pequeño Carlo —entonces con 7 años de edad— fue enviado a Roma para seguir una carrera eclesiástica bajo la protección de su tío Alfonso Gesualdo (1540-1603), decano del Colegio Cardenalicio y posterior arzobispo de Nápoles. Sin embargo, la inesperada muerte de Luigi Gesualdo (1563-1584), hermano mayor de Carlo, obligó a este último a abandonar sus aspiraciones religiosas para asumir el principado de Venosa. En 1586, a los veinte años de edad, Carlo Gesualdo se casó con su prima, María de Ávalos (1562-1590), y tuvo con ella un hijo, Emanuele. Para entonces Gesualdo, a quien la música había atraído desde temprana edad, era ya un destacado laudista, clavecinista y compositor, y frecuentaba la amistad de compositores como Pomponio Nenna (1556-1608), Giovanni de Macque (1548/1550-1614) y Scipione Stella (1558/1559-1622). Sin embargo, el hecho más significativo en la vida de Carlo Gesualdo tuvo lugar el 17 de octubre de 1590, cuando se convirtió en el asesino de su esposa y del amante de esta, Fabrizio Carafa, duque de Andria. María de Ávalos era célebre en Nápoles por su extraordinaria belleza, la cual fue alabada en más de un soneto por el poeta Torquato Tasso (1544-1595), amigo cercano de la familia. Poco después del nacimiento de su hijo Emanuele, María inició una relación adúltera con Carafa, la cual fue revelada a Gesualdo por uno de sus tíos. El marido engañado dejó hacer a los amantes, y mientras planeó cuidadosamente su venganza. Así, fingió ausentarse de su palacio por unos días. María y Fabrizio decidieron aprovechar el momento, solo para ser sorprendidos in fraganti por Gesualdo, quien los ultimó con singular saña. El espantoso crimen conmocionó a la sociedad napolitana e incluso inspiró más versos de un dolido Tasso, pero el homicida salió bien librado porque las leyes y costumbres de la época justificaban el hecho de que hubiera castigado por propia mano a los amantes para salvaguardar su honor. Cuatro años después, Carlo Gesualdo viajó a Ferrara para contraer un matrimonio de conveniencia con Leonor de Este (1561-1637), sobrina de Alfonso II de Este (1533-1597), duque de esa ciudad. Durante su estancia en Ferrara, Gesualdo aprovechó para empaparse de la intensa actividad musical desarrollada por los compositores locales, sobre todo el vanguardista Luzzasco Luzzaschi (c. 1545-1607), uno de los principales exponentes del madrigal. También publicó ahí su primer libro de madrigales, y compuso algunas piezas —hoy perdidas— para el Concerto delle donne, famoso conjunto vocal e instrumental creado en 1580 por el duque de Ferrara para interpretar música secreta (sesiones a puerta cerrada para una audiencia selecta) y formado exclusivamente por mujeres, entre cuyas integrantes más prominentes se encontraban la cantante y arpista Laura Perevara (c. 1550-1601), la cantante y gambista Livia d’Arco (c. 1565–1611) y la cantante y laudista Anna Guarini (1563-1598). En 1595 Carlo Gesualdo y Leonor de Este tuvieron un hijo, Alfonsino, y en 1597 se establecieron en el castillo de Gesualdo, situado en la provincia de Avellino, de donde el compositor rara vez salía, dedicando gran parte de cada día a escuchar música interpretada por cantantes y músicos contratados para su deleite personal. En 1600 murió Alfonsino, asfixiado en extrañas circunstancias, a los cinco años de edad. Gesualdo encargó entonces al pintor manierista Giovanni Balducci (c. 1560-después de 1630) El perdón de Gesualdo, retablo de gran formato que representa una escena del Juicio Final y en el que aparecen el propio compositor, Carlo Borromeo, Leonora de Este y Alfonsino, alrededor de un grupo de ángeles y en actitud suplicante ante Cristo. Sin embargo, piadosas devociones aparte, Leonor no tardó en denunciar a dos mujeres del servicio doméstico —presuntas amantes de su marido— como hechiceras, con lo que inició un proceso por brujería del que Gesualdo salió indemne una vez más gracias a su poderosa parentela. Entonces el compositor empezó a maltratar sistemáticamente a su esposa, cuya familia intentó en vano obtener el divorcio. Al final, Leonor terminó viviendo en casa de su hermano, en Módena, sin que Gesualdo hiciera mayor esfuerzo por recuperarla que escribir una andanada de iracundas y amenazadoras misivas. Cada vez más aislado del mundo, el atormentado Gesualdo se hundió en una profunda depresión. Tal vez con la esperanza de mitigar sus remordimientos, escribió infructuosamente carta tras carta al cardenal Federico Borromeo (1564-1631) solicitando alguna reliquia de su recién canonizado tío Carlo Borromeo. Al no obtener el alivio que buscaba, Gesualdo decidió que debía expiar sus culpas por medio de truculentas sesiones de flagelación y extraños rituales místico-masoquistas para expulsar a los demonios de su alma. A estas alturas, los extravagantes textos de sus últimos madrigales (seguramente escritos por él mismo) abundaban en palabras como “dolor”, “muerte”, “éxtasis” y “agonía”, alternando suplicantes líneas de canto monódico con tétricos entramados polifónicos y salvajes progresiones cromáticas que no se volverían a encontrar en la música sino hasta finales del siglo XIX. Totalmente solo en su castillo, Carlo Gesualdo murió en septiembre de 1613, a los 47 años de edad, tres semanas después del fallecimiento de Emanuele, su hijo primogénito. ¿Suicidio? ¿Asesinato? La muerte de Carlo Gesualdo también quedó envuelta en un halo de misterio.
Aunque el nombre de Carlo Gesualdo se hundió en el olvido por varios siglos, era de esperar que en algún momento renaciera el interés por personaje tan polémico. Efectivamente, fue hasta finales del siglo XIX que se dio su justo lugar a la importancia de sus experimentos musicales, además de que su sórdida biografía ha servido como inspiración para textos como Le Témoin de poussière (1985) de Michel Breitman, Carlo Gesualdo: il principe, l’amante, la strega (2004) de Annibale Cogliano, Prince of Darkness: The Murders and Madrigals of Don Carlo Gesualdo (2011) de Alex Ross, entre muchos otros; obras musicales —entre las que destacan el ballet Monumentum pro Gesualdo (1960) de Igor Stravinsky, Tenebrae Super Gesualdo (1972) de Peter Maxwell Davies, Carlo (1997) de Brett Dean, La terribile e spaventosa storia del Principe di Venosa e della bella Maria (1999) de Salvatore Sciarrino y las óperas Gesualdo (1993) de Alfred Schnittke, Gesualdo (1998) de Franz Hummel y Luci mie traditrici (1996) de Salvatore Sciarrino— y películas como Gesualdo: Muerte para cinco voces (1995) de Werner Herzog, Gesualdo: Musik und Verbrechen (2019) de Andreas Morell y Carlo Gesualdo da Venosa: Appunti per un film (2009) de Luigi Di Gianni, título que nos ocupa en esta ocasión.
Filósofo, guionista y documentalista, el italiano Luigi Di Gianni (1926-2019) fue un realizador que concentró su actividad cinematográfica en la exploración de temas antropológicos, sociales y religiosos, sobre todo en lo concerniente a la relación entre los rituales paganos y los rituales católicos en el sur de Italia. Di Gianni se graduó en Filosofía en la Universidad de Roma La Sapienza, e inmediatamente inició sus estudios de cine en el Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma, donde se graduó como director de cine en 1954. En 1958 obtuvo el premio al Mejor Documental en la 19ª Muestra Internacional de Arte Cinematográfico de Venecia con Magia Lucana, cortometraje dirigido bajo la supervisión del antropólogo y filósofo Ernesto de Martino (1908-1965). En 1967 fue nominado a la Palma de Oro al Mejor Cortometraje en el Festival de Cannes con La tana, y en 1975 obtuvo el premio Cinta de Plata al Mejor Director Debutante del Sindicato Nacional Italiano de Periodistas de Cine con Il tempo dell’inizio, su primer (y único) largometraje de ficción. En 1988 obtuvo la Cinta de Plata al Mejor Director de Cortometraje con L’arte del vetro, y en el 2006 la Universidad de Tubinga en Alemania le otorgó un doctorado honoris causa en Filosofía por sus méritos en el campo del cine de interés antropológico. Dentro de su abundante filmografía —que incluye cortometrajes, programas de televisión y documentales— destacan títulos como L’ultima faccia di Medusa (1958), L’ Annunziata (1961), Maschere e negri (1962), La fabbrica dei santi: Santi di bottega (1963), Il sogno (1964), La Madonna di Pierno (1965), La Madonna del Pollino (1971), Morte e grazia (1971), La possessione (1971), Il processo (1978), Un medico di campagna (2012) y Appunti per un film su Kafka: Nella colonia penale (2013).
Carlo Gesualdo da Venosa: Appunti per un film es una curiosa película donde se combinan el rigor del documental y la libre recreación ficticia para narrar la escandalosa historia del controvertido músico homicida por medio de una yuxtaposición de voces que crea una polifonía similar a la de un madrigal gesualdiano. Así, la figura principal es la de Carlo Gesualdo (encarnado por el actor Giacinto Palmarini), pero su retrato surge a partir del montaje de los testimonios de las personas que lo conocieron —María de Ávalos, Leonor de Este, la madre de Fabrizio Carafa, el conde y compositor Alfonso Fontanelli (1557-1622), Aurelia, una de las sirvientas acusadas de brujería— y que surgen como fantasmas para juzgar los actos del compositor, y de entrevistas con eruditos y estudiosos como el crítico literario Silvio Perrella, el luthier Pasquale Calace, el escultor Lello Esposito, el compositor Franceso de Avalos (1930-2014) —pariente lejano de María de Ávalos y autor del drama musical Maria di Venosa (1992)—, el compositor y musicólogo Roberto de Simone (1933) y el compositor y musicólogo Wolfgang Witzenmann, que contribuyen con sus puntos de vista y analizan la obra artística de Gesualdo. El hilo conductor de este mosaico estructurado en niveles que abordan los diversos aspectos históricos, iconográficos, musicológicos y de cultura popular sobre Carlo Gesualdo es el propio Luigi Di Gianni, a quien acompañamos mientras recorre lugares como el palacio Sansevero (donde María de Ávalos y Fabrizio Carafa fueron asesinados), la capilla Carafa en San Domenico Maggiore, las catacumbas de San Gaudioso, la iglesia de San Nicola en Gesualdo. Las revelaciones sobre la vida y música de Carlo Gesualdo son complementadas con la interpretación de varias de sus obras a cargo del Corale Gesualdo da Venosa bajo la dirección de Pino Lioy, Les Arts Florissants bajo la batuta de William Christie y la Oxford Camerata, dirigida por Jeremy Summerly. Cabe mencionar que entre los proyectos que Luigi Di Gianni dejó inconclusos a su muerte se encontraba Carlo Gesualdo: Il principe dei musici, una nueva visita a la historia de tan singular compositor.
Desafortunadamente, la única copia de Carlo Gesualdo da Venosa: Appunti per un film que podemos ofrecer a nuestros amables lectores se encuentra hablada en su idioma original, italiano, pero sin ningún tipo de subtítulos.
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