El cascanueces: un ballet… ¿familiar?

En esta ocasión la CND fue dirigida por Mario Galizzi y contó con la presencia en vivo de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, dirigida por Srba Dinić.

Por Jose Antonio Palafox Última Modificación marzo 26, 2020

Es la víspera de Navidad y en casa de la familia Stahlbaum todo se encuentra listo para festejar. Uno a uno van llegando los invitados, entre los que se encuentra el señor Drosselmeyer, talentoso mago fabricante de juguetes y padrino de Clara, la pequeña hija de los anfitriones. La entrada en escena de este hombre es saludada con gran alegría por los niños, porque ha llevado regalos para todos. Drosselmeyer deleita a los invitados mostrándoles tres muñecos de tamaño natural que bailan, y todo mundo aplaude con regocijo. Pero Clara no se une a la alegría general. Está triste porque piensa que su padrino se ha olvidado de llevarle un regalo. Conmovido, Drosselmeyer le entrega un juguete que ha fabricado especialmente para ella: un pequeño cascanueces. Inmediatamente, Clara se pone a jugar con el muñeco, pero su hermano Fritz —disgustado porque a él no le han dado un regalo— se lo arrebata y lo rompe. Clara empieza a llorar, pero Drosselmeyer repara el cascanueces y vuelve a entregárselo. Pronto la fiesta termina y todos se retiran a dormir. Poco después, Clara se levanta a hurtadillas: ha olvidado su nuevo juguete junto al árbol de Navidad y va a buscarlo. En la penumbra de la sala se escurren las sombras de un grupo de ratones. De pronto suenan las campanadas de la medianoche y la magia de Drosselmeyer entra en acción: los muebles y objetos de la sala empieza a cobrar proporciones descomunales, ¿o es que Clara se ha hecho pequeñita? Los malvados ratones rodean a la asustada niña, dispuestos a arrebatarle su juguete. Pero entonces el cascanueces cobra vida, listo para enfrentarse a su mortal enemigo, el Rey de los Ratones…

Piotr Ilich Chaikovski había estrenado ya con gran éxito sus otros dos ballets, El lago de los cisnes y La bella durmiente, cuando —a petición de Ivan Vsevolozhsky, director de los Teatros Imperiales de Rusia— emprendió la composición de El cascanueces en 1891. El libreto de esta fantástica obra está basado en la adaptación del perturbador cuento El cascanueces y el rey de los ratones de E. T. A. Hoffmann hecha por Alejandro Dumas, y fue escrito por el propio Vsevolozhsky en colaboración con el coreógrafo Marius Petipa, quien también se encargó de crear la coreografía original. Sin embargo, la enfermedad obligó a Petipa a dejar inconcluso su trabajo, que fue finalizado por Lev Ivanov (a quien se debe prácticamente todo el segundo acto). Finalmente El cascanueces se estrenó en el Teatro Mariinski de San Petesburgo en 1892, y aunque Chaikovsky no estaba plenamente convencido del valor de su música para este ballet, al que consideraba el menos satisfactorio de los tres que compuso, lo cierto es que con el tiempo El cascanueces llegó a convertirse en el ballet más representado de la historia, que cuenta con algunos de los momentos más bellos y delicados dentro del corpus musical de Chaikovski, y que cada año miles de personas esperan con ansia su representación en cualquier teatro del mundo para deleitarse una vez más con este mágico relato que tiene lugar en la víspera de Navidad.

Por eso el pasado viernes 16 de diciembre no fue ninguna sorpresa la enorme afluencia de espectadores que se dieron cita en el Auditorio Nacional para asistir a la primera de las ya clásicas representaciones navideñas de El cascanueces que desde hace 16 años la Compañía Nacional de Danza (CND) ofrece en este recinto. En esta ocasión la CND fue dirigida por Mario Galizzi y contó con la presencia en vivo de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, dirigida por Srba Dinić.

Daba gusto ver el recinto casi lleno de espectadores dispuestos a pasar un rato memorable, y más porque ya se había dado la tercera llamada y seguían entrando interminables oleadas de gente entusiasmada. Al frente, dos gigantescos y hermosos cascanueces flanqueaban la elegante cortina roja del escenario, como celosos  guardianes de la magia artística que ocurriría en unos momentos. Por fin se apagaron las luces y el maestro Dinić avanzó hacia la orquesta. Tras los acostumbrados aplausos de bienvenida, la batuta inició su vaivén y se escucharon los primeros acordes de la partitura de Chaikovski. De pronto, ante la sorpresa de todos, los dos gigantescos cascanueces se pusieron en movimiento para abrir el telón y revelar la bellísima escenografía de corte tradicional en que se desarrolla la historia. Ataviados con unos espléndidos ropajes de época, los invitados al festejo empezaron a llegar a la casa de la familia Stahlbaum. De igual manera, el público rezagado continuaba entrando al Auditorio Nacional, platicando, usando la luz del celular para no tropezar y haciendo poner de pie a quienes ya estaban sentados para poder pasar hasta sus butacas. En el escenario, la historia de Clara, el señor Drosselmeyer y su mágico Cascanueces seguía avanzando. Los bailarines de la CND y los niños de la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea daban lo mejor de sí coordinando sus evoluciones dancísticas de manera impecable mientras en el foso Srba Dinić llevaba a cabo una soberbia interpretación de la partitura de Chaikovski. Pero el público rezagado seguía llegando, confundiendo asientos, saludando a los amigos que ya estaban viendo el espectáculo y preguntando qué había sucedido en su ausencia. Para cuando el Cascanueces y su ejército de soldaditos de plomo se enfrentan en emocionante batalla a cañonazo limpio (con espectaculares efectos de fuego y humo, por cierto) contra las huestes del Rey de los Ratones, la ausencia de luces de celular recorriendo los pasillos nos hizo suponer que por fin, media hora después de iniciado el espectáculo, habían terminado de llegar todos los que debían llegar. Diez minutos después las luces del recinto se encendieron, dando por finalizado el primer acto de El cascanueces.

Tras un breve intermedio inició el segundo acto: transformado en un príncipe de carne y hueso, el Cascanueces conduce a Clara al majestuoso palacio de tipo oriental del Hada del Azúcar, donde son agasajados con danzas de diversas procedencias que se bailan en su honor. Es en ese momento cuando la espléndida coreografía de la respetada artista polaca Nina Novak, quien se basó en el trabajo original de Marius Petipa y Lev Ivanov, tuvo la oportunidad de lucir y ser apreciada al máximo. El público aplaudió con vehemencia todas y cada una de las danzas, e incluso acompañó con sonoras palmas el vertiginoso baile de los cosacos en la parte de la danza rusa. Sin embargo, una vez más hubo quienes no se percataron de que el intermedio ya se había terminado y, como resultado, quince minutos después de iniciado el segundo acto seguían entrando grupos de despistados platicando y buscando sus asientos con la luz del celular. Pero aún: más inquietos que los propios bailarines, hubo espectadores que durante el resto del concierto no cesaron de levantarse de sus asientos para irse a platicar con los amigos cuatro filas más adelante y luego volver a sus lugares; otros, habiéndose abastecido de comida en el intermedio, buscaban los momentos en que el volumen de la música era más quedo para hacer resonar el inconfundible sonido de las bolsitas metalizadas que contenían sus botanas favoritas. La misteriosa atmósfera de la danza árabe, que es uno de los momentos más hipnóticos de El cascanueces, se vio rota por el llanto de algún pequeño que, aburrido, quería irse a su casa… Finalmente, en medio de un ambiente tal vez excesivamente familiar y más cercano al de una función de cine en domingo, Clara y el príncipe Cascanueces subieron a un encantador globo aerostático y se despidieron del poco público que les seguía prestando atención mientras la orquesta tocaba los últimos compases y caía el telón final.

Hace casi dos meses, la Compañía Nacional de Danza obtuvo la codiciada presea Lunas del Auditorio al Mejor Espectáculo de Ballet, y su brillante desempeño en El cascanueces confirma con creces que se trató de un premio bien merecido. Por su parte, la Orquesta del Teatro de Bellas Artes lució como nunca, impecablemente dirigida por un inspirado Srba Dinić. A su vez, la coreografía de Nina Novak revitalizó, sin dejar de respetar, la original de Petipa e Ivanov, y tanto la bella escenografía de Laura Rode como los deslumbrantes vestuarios de Carlo Demichelis y la discreta iluminación de Javier Rodríguez fueron un verdadero deleite visual. La conjunción de talentos dio como resultado un espectáculo realmente impresionante y prácticamente perfecto, de esos que no se borran de la memoria en mucho tiempo. El único problema fue la dolorosa falta de respeto y del suficiente interés con que el otro lado del escenario recibió un espectáculo de primerísimo nivel. Y eso tampoco se olvida.

Piotr Ilich Chaikovski: El cascanueces (Vals de las flores) / Anna Merkulova (Clara), István Simon (El príncipe Cascanueces), el Ballet de la Ópera de Dresde y la Orquesta Estatal Sajona de Dresde, dirige Vello Pähn

Jose Antonio Palafox
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