El placer y la felicidad: los Concerti Grossi de Handel

Por Francesco Milella Una de las costumbres más interesantes del mundo musical inglés era la de ejecutar música instrumental entre los diversos actos de óperas […]

Por Francesco Milella Última Modificación junio 2, 2018

Por Francesco Milella

Una de las costumbres más interesantes del mundo musical inglés era la de ejecutar música instrumental entre los diversos actos de óperas y oratorios. Importada probablemente desde Nápoles, en donde los famosos intermezzi solían dividir los tres actos de los melodramas representados en sus teatros –Londres no tenía el numero suficiente de músicos para replicar el sistema napolitano–, esta costumbre respondía perfectamente a diferentes necesidades prácticas del mundo teatral de esos años. Por un lado, concedía amplios momentos de descanso a cantantes, músicos y técnicos del escenario, por el otro, mantenía viva y constante la atención del público del teatro en las largas pausas que separaban los actos.

Tras su llegada a Londres, Handel, hombre pragmático, se adaptó rápidamente a esta costumbre. En ella, más que un obstáculo, encontró la posibilidad de reafirmar su talento y su poder fuera de la ópera y los oratorios. Y así fue: en breve tiempo Handel dio vida a un extenso repertorio de obras instrumentales orquestales –el mundo de las sonatas seguirá otro camino, pronto lo veremos–, inicialmente ejecutadas en los diferentes actos de sus óperas, para luego seguir un camino autónomo en las casas y en las salas de concierto de toda Europa.

De todos los ejemplos que el repertorio instrumental podía ofrecer en los años de Londres, el concerto grosso era seguramente el más apetecible. La forma del concerto grosso, brillantemente desarrollada por Arcangelo Corelli con su célebre op. 6 publicada en 1714, representaba para Handel el compromiso ideal entre respeto de la tradición italiana, elemento esencial para ser aceptado en Londres, y la posibilidad de experimentación e improvisación. Los primeros conciertos fueron compuestos en los años sucesivos a su viaje en Italia (1710 – 1715), para ser definitivamente publicados en 1734, momento de máxima decadencia de Handel en Londres –desde ese momento comenzará a considerar el oratorio como alternativa a la ópera–. El éxito positivo que recibieron estos conciertos (Concerti Grossi op. 3), impulsaron a Handel a seguir por el mismo camino y publicar, cinco años después, los Concerti Grossi op. 6.

La crisis iniciada entre 1734 y 1735 había empeorado y Handel necesitaba una ocasión para volver a despegar. No había dinero, ni mucho menos interés, pero gracias a la ayuda del editor Walsh, quien organizó una subscripción para financiar la impresión, en pocos meses Handel entregó doce conciertos para publicarlos oficialmente el 12 de abril 1740 cambiando el título de Concerto Grossi (quizás poco llamativo y original) en Grand Concertos.

No es posible saber en qué ocasión o durante cuál ópera fueron presentados estos conciertos por primera vez. Lo que sí podemos afirmar con seguridad es que los Concerti Grossi op. 6, a pesar de las dificultades económicas y las enemistades que rodeaban al compositor, marcaron un éxito que ni el mismo Handel se esperaba.

Con astucia, Handel estructura cada uno de los conciertos siguiendo el modelo codificado por Arcangelo Corelli pocas décadas antes, un modelo con el cual el público inglés se identificaba: al concertino, dos violines y un chelo, respondían los otros instrumentos de la orquesta, dibujando momentos musicales elegantes, divertidos y contrastantes al mismo tiempo. El modelo de Corelli se refleja también en una sabia y atenta selección de melodías y juegos armónicos amables y delicados, inmediatos y cautivadores, según la escuela italiana más tradicional: justo lo que los ingleses deseaban.

Pero Handel, inquieto y genial, no podía limitar su desbordante fantasía a la simple aplicación del modelo italiano. Necesitaba ir más allá y dejar su firma personal. Y así fue: a partir del primer concierto hasta el último de la serie, Handel condimenta cada página con detalles y matices –a veces imperceptibles y mínimos– que trasforman estos conciertos en auténticas maravillas instrumentales. Diálogos inesperados entre instrumentos, armonías contrastantes, ritmos fluctuantes… no hay concierto en donde Handel no nos regale una pequeña sorpresa, una sonrisa ligera, un juego brillante y audaz: un verdadero descanso para el público de la ópera del siglo XVIII; un momento de auténtico placer y felicidad musical para nosotros.

(versión integral)

Francesco Milella
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