Vladimir Ashkenzay y Daniel Barenboim, pianos
Orquesta de cámara de Inglaterra
El 15 enero de 1779 Mozart regresaba a Salzburgo después de un extenso viaje de quince meses que lo había llevado a Múnich, Augsburgo, Mannheim y París. El resultado no podía haber sido más negativo. No solo no se cumplió ninguno de sus objetivos profesionales sino que, además, su madre había fallecido en París. Los días de gloria de niño prodigio en los que su padre lo llevaba de corte en corte mostrándolo casi como una atracción de feria eran cosa del pasado, y su falta de buenos modales ya no resultaba graciosa. También había fracasado en su intento de casarse con Aloysia Weber, una de las cuatro hijas de la familia Weber, a la que conoció durante una escala en Múnich, y el carácter dominante de su padre, que buscaba desesperadamente oportunidades desde Salzburgo para que su hijo regresara al hogar, empezaba a resultar opresivo. Mozart tiene 23 años y no parece ofrecérsele más horizonte laboral que la provinciana ciudad del Salzach y el engreído arzobispo Colloredo como patrón. Visto así, la inventiva, lozanía y vitalidad del Concierto para dos pianos, escrito inmediatamente después de su regreso, resultan, cuando menos, sorprendentes.
Mientras estuvo en Mannheim y en París, Mozart se familiarizó con un nuevo tipo de composición denominada symphonie concertante o concierto para más de un instrumento solista con orquesta. Aquí está, sin duda, el origen de la obra, y la conjetura más verosímil es que se trata de música escrita para él mismo y su hermana Nannerl. El modelo de sinfonía concertante, en el que se enfrenta a la orquesta con un grupo de varios solistas, gozaba de gran aceptación en el rococó. El propio Mozart había iniciado en Mannheim una obra de estas características para violín y piano, combinación insólita que dejó escasamente esbozada, y otra para flauta, oboe, fagot y trompa que no logrará estrenar en París y cuya partitura ha desaparecido: a este inventario habría que añadir el Concierto para tres pianos escrito para la condesa Lodron (KV 242). La forma gozaba de cierta acogida en Salzburgo: se conoce bien el aprecio de Colloredo hacia la música francesa. Es significativo que Mozart no volviera a emplearla tras establecerse en Viena.
Si comparamos este Concierto para dos pianos con la obra coetánea para violín y viola no cabe duda de que aquel resulta más epidérmico e impersonal, pero no deja de tener sus propios atractivos. La orquesta empleada es la convencional de la época, con cuerda, dos oboes, dos fagotes y dos trompas; en una revisión posterior Mozart añadirá clarinetes, trompetas y timbales para ejecutarla en Viena junto a su alumna Josepha von Auernhammer, dos años más joven que él y dedicataria de las seis sonatas para violín y piano.
El aprecio que sentía Mozart por esta obra para dos pianos se evidencia tanto en la recuperación como en su enriquecimiento tímbrico. Incluso las cadencias fueron escritas por el propio compositor y son temáticamente orgánicas con el resto de la obra. Mozart concebía la forma concierto como una interacción y un diálogo entre el solista y la orquesta. ¿Qué sucede con esta idea cuando hay dos solistas? Generalmente los compositores sorteaban esta cuestión escribiendo una música trivial, sin grandes contrastes ni complicaciones. Aunque el Concierto para dos pianos es despreocupado y feliz en su superficie, Mozart no era de los que eludían los desafíos, y no le resultó nada difícil transferir el principio del diálogo a los dos pianos solistas sin descuidar el acompañamiento orquestal y extrayendo un partido admirable.
Fuente: Julio García Merino para La Orquesta Sinfónica de Castilla y León
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