Yuja Wang, piano
Orquesta Filarmónica de Berlín, dirige Paavo Järvi
Entrando en la segunda década del siglo XX el mundo de los sonidos comenzó a ser sacudido. En cierta medida ello fue comprensible. Sea en la intimidad familiar, o en las grandes salas de conciertos, la música de Beethoven, Schubert, Chopin, Liszt, Schumann Saint- Saëns o Brahms fluía constantemente. A esto conviene agregar que en el oriente europeo, específicamente Rusia, además de escucharse asiduamente a los compositores anteriormente mencionados, se agregaba los locales como, entre otros, Tchaikovski y Rimski Korsakov.
Tomando en cuenta a San Petersburgo o a Moscú los auditorios se fascinaban con el “Lago de los Cisnes”, “Cascanueces”, “Scheherezade”, los conciertos para piano y orquesta del primero de los nombrados, y también los de Anton Rubinstein. Pero de repente ocurrió algo que hizo un cambio de libreto, especialmente a los aficionados a la música. En París irrumpió una obra titulada “La Consagración de la Primavera” de Igor Stravinski y casi simultáneamente en Moscú y Pavlovsk los dos conciertos para piano y orquesta de Serguei Prokofiev, especialmente el segundo de los mismos. En estas obras, como en muchas otras más, estos compositores –juntos con Shostákovich y Max Reger− impulsaron un verdadero cambio de timón en la estética musical. Pero nos detendremos en el Concierto no. 2, opus 16 para piano y orquesta, de Serguei Prokofiev.
Es muy conocido el hecho que Prokofiev –al igual que Rachmaninov− presentaron oficialmente distintas composiciones propias antes de haber egresado de sus respectivos conservatorios, en otras palabras, “ya ejercían su profesión de compositores” sin haber obtenido todavía sus correspondientes diplomas.
El Concierto no. 2 de Prokofiev fue dedicado a Max Shmitgov, compañero de estudios del compositor, quien perdió la vida suicidándose. Esta obra se estrenó poco después de la primera, específicamente el 5 de septiembre de 1913. El mismo compositor ucraniano fue el solista y el director de la orquesta – de la ciudad de Pavlovsk, que estaba bajo la jurisdicción de San Petersburgo− fue el maestro A. P. Aslanov.
La reacción del público, salvo excepciones, no fue negativa. Pero la crítica periodística fue sumamente dura contra este joven compositor que contaba en esos momentos 21 años de edad. ¿Qué fue lo que expresaron los críticos? Algo parecido a lo que manifestaron con relación al Concierto N° 1 que según ellos era “cacofonía cruda, grosera y primitiva, que apenas merecía el nombre de música (…) estas cosas no suceden con un verdadero talento”.
Como la estructura o idea musical de Prokofiev no había variado, la reacción de los críticos fue nuevamente negativa, áspera. Al respecto expresaron: “apareció en el escenario un joven con el aspecto de un escolar de Petersburgo. Era Sergei Prokofiev. Se sentó al piano y parecía que ora sacudía el polvo del teclado, ora golpeaba notas al azar de un modo estridente y seco (…) se elevaron murmullos indignados: dos personas se levantaron y salieron rápidamente, exclamando <música como esta es suficiente para enloquecerlo a uno> (…) otras personas del público las siguieron. El joven pianista terminó su concierto con una combinación inexorable y discordante de los bronces. El público estaba escandalizado y la mayoría silbó”.
Lo llamativo y hasta jocoso fue la reacción de este joven compositor, puesto que la crítica siguió de la siguiente manera: “con un saludo burlón, Prokofiev se sentó de nuevo y de inmediato tocó un bis. Hubo exclamaciones desde todos lados: < ¡Al diablo con esta música futurista! ¡Vinimos a divertirnos! ¡Los gatos sobre el tejado hacen ruidos más soportables”! >.
Sin embargo, y esto ya anunciaba aspectos muy importantes para el futuro artístico de Prokofiev, también hubo otra clase de crítica hacia este segundo concierto para piano y orquesta: “¡Qué novedad! ¡Qué temperamento y originalidad!”. Esta observación partió del crítico musical “progresista” Karatiguin que venía siguiendo a Prokofiev hacía un tiempo desde el punto de vista artístico. Al escuchar el segundo concierto del ucraniano realizó un serio análisis crítico de dicha obra. Al respecto destacó que esta composición tenía rasgos neoclásicos e incluso lo vinculaba hacia las ideas musicales del compositor alemán Max Reger (1873 – 1916). Karatiguin profetizó el éxito que tendría este discutido concierto –discutido para entonces− en el futuro, y distinguió en dicha composición “el intenso contraste entre el tono de <pesadilla> de las armonías y la enorme reserva de salud, robustez y alegría que rezuma de la música”.
Debido a las duras observaciones de otros importantes personajes del mundo musical nuestro compositor se debe de haber consolado recordando los comentarios que se habían hecho pocos meses antes con relación a la “Consagración de la Primavera” de Stravinski, –estrenada en París el 29 de mayo bajo la dirección de Pierre Monteux− y en cómo este compositor ruso había sido tan duramente criticado.
Prokofiev no quiso darse por vencido; por tal motivo y quizás de forma obstinada, le pidió al conocido director de orquesta y compositor Alexander Siloti (1863 -1945) que dirigiera esta composición. Pero este respondió que “semejante obra está más allá de mis posibilidades. Después de todo, la música de Debussy posee por lo menos un aroma agradable. La música de Prokofiev apesta hasta los cielos”.
En cierta forma este compositor dejó de lado esta obra para dedicarse a rendir sus últimos exámenes en el conservatorio. En dicho acontecimiento no ofreció tocar ninguno de los conciertos “clásicos” de otros compositores, sino lo hizo con el no. 1 en re bemol mayor, es decir, con el suyo propio. Pese al ceño fruncido de algunos miembros del jurado, –especialmente Alexander Glazunov− nuestro joven músico fue aprobado.
Fuente: Jorge de Hegedüs para hagaselamusica.com
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