Sergei Prokofiev completó su Tercer concierto para piano mientras vacacionaba en St. Brevin-les-Pins, Bretaña, en el verano de 1921, poco después de los estrenos parisinos de la Suite escita y el ballet para la compañía de Diaghilev, La historia del bufón. La gestación de este concierto fue muy prolongada. La mayoría del material se fue acumulando durante diez años. Por ejemplo, en 1916, Prokofiev había jugado con la idea de escribir un cuarteto de cuerdas para las “notas blancas”, música que se toca usando sólo las teclas blancas del piano. De este proyecto se recuperaron dos temas para el Finale del concierto. El tema del segundo movimiento data de 1913 y dos de sus variaciones de un par de años más tarde; el tema inicial del primer movimiento también fue ideado en esta época.
A pesar de lo anterior, el resultado no parece un mosaico de piezas. La invención y el equilibrio, característicos del estilo de Prokofiev – la irreprimible energía rítmica, el acerado filo percutivo, los destellos traviesos de ingenio, la paleta orquestal vívida y el cálido impulso lírico – seguramente explican el éxito perdurable del Tercer concierto. Después de su estreno en Chicago, el 16 de diciembre de 1921, con la Orquesta Filarmónica de Chicago, bajo la dirección de Frederick Stock y el compositor como solista, el concierto se integró rápidamente en el repertorio pianístico, tanto para el compositor mismo (siendo el único concierto que grabó) como para muchos otros pianistas.
La tonalidad del concierto, do mayor, es la escala diatónica básica, la escala “blanca”. La melodía lírica, que abre el primer movimiento (así como el primer tema del Finale) no sale de tales confines armónicos. En la entrada del piano solista con el tema principal, sin embargo, la armonía de Prokofiev comienza a sombrear otros colores. El piano y la orquesta interactúan en diálogo y juego rítmico; sea lidereando o acompañando, el solista tiene pocas oportunidades para descansar.
El segundo movimiento es un tema y cinco variaciones, además de una coda. El tema grácil, con sus ornamentos de octava desplazada, nos recuerda a una Gavota (la Sinfonía clásica viene a la mente). Las variaciones viajan a lugares lejanos – de la tempestuosa variación II, a las torpes síncopas de la III, a la evanescencia sobrenatural de la IV, a la marcha de la V – antes de volver al tema de la gavota acompañado por acordes staccato del piano.
El final es un rondó. Uno de los temas de acompañamiento es una de las melodías más hermosas de Prokofiev, pero en general el espíritu del movimiento propulsa hacia adelante; el impulso se incrementa constantemente hasta el acorde final.
Durante el verano en que trabajó en el Tercer concierto, Prokofiev socializaba con el poeta simbolista Konstantin Balmont, quien se hospedaba en las cercanías de la residencia de Prokofiev. (Sergei había puesto música a algunos de sus poemas, incluyendo Siete, son Siete para tenor, coro y orquesta, además del ciclo posterior con cinco poemas de Balmont para voz y piano.) Después de presentarle su Tercer concierto para piano, Balmont, admirado, transcribió sus impresiones de la obra en versos llenos de imágenes vibrantes, que terminan con las líneas:
Prokofiev! Música y juventud floreciendo,
En ti, la orquesta ansía el verano resonante
Y los invencibles escitas golpean el pandero del sol.
Fuente: Laurel Fay para la Orquesta Filarmónica de los Ángeles
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