por José Antonio Palafox
El pasado sábado 11 de mayo concluyó en el Auditorio Nacional la temporada 2018-2019 del programa En vivo desde el Met de Nueva York con la proyección de Diálogos de carmelitas, intensa ópera que se cuenta entre las grandes obras no solo del compositor Francis Poulenc, sino de la segunda mitas del siglo XX.
Si bien la temporada inició con dos espectaculares superproducciones “de época” (Aida y Sansón y Dalila), el Met quiso cerrar con broche de oro y nos reservó para el final un complejo drama de corte psicológico donde se analiza el miedo a diferentes niveles. Y es que, a pesar del ritmo lento y reflexivo con que se presentan uno tras otro sus lóbregos cuadros, Diálogos de carmelitas es una hipnótica meditación existencial que se desarrolla prácticamente en su totalidad entre las paredes de un convento, en el marco de la Revolución francesa.
La admirable puesta en escena, creada en 1977 por el fallecido director teatral inglés John Dexter, se basa en un mínimo de elementos —que aparecen y desaparecen sobre una enorme y simbólica cruz blanca formada en el suelo— para trasladarnos del palacio del marqués de La Force al interior del convento, luego a la prisión y finalmente a la plaza donde las monjas serán ajusticiadas, todo con una iluminación puntual que nos obliga a concentrarnos en la acción y hunde el resto del escenario en un angustiante bloque de oscuridad. Y es en tan claustrofóbico escenario sobre el que deambulan los personajes de Diálogos de carmelitas, en esta ocasión encabezados brillantemente por la mezzosoprano estadounidense Isabel Leonard como Blanche de La Force, joven y tímida aristócrata que decide profesar como monja carmelita para escapar al miedo que le provocan los cambios de que es testigo su mundo. Leonard hizo gala de una firme técnica vocal gracias a la que pudo dar cuenta sin mayor problema tanto de la oscura tonalidad como de las agresivas notas altas exigidas por la partitura. Además, su cuidada actuación reflejó de manera convincente la vulnerabilidad (disfrazada de frialdad) y los continuos cambios emocionales de su atormentado personaje.
Francis Poulenc: Oh! Ne me quittez pas (Dialogues des Carmélites) / Isabel Leonard (Blanche de la Force), David Portillo (caballero de la Force) y la orquesta del Met, dirige Yannick Nézet-Séguin
En franco contraste con Blanche se encuentra Constance, la otra novicia, que al principio no cesa de derrochar vitalidad, alegría y valor. Sin embargo, conforme transcurre la historia y Blanche va adquiriendo firmeza de carácter, la otrora parlanchina Constance se hunde progresivamente en un miedo silencioso que hace que, incluso, trate de escapar al cadalso. Este interesante personaje fue interpretado admirablemente por la soprano estadounidense Erin Morley, quien nos deleitó con una luminosa actuación y una voz vibrante y flexible. Por su parte, la soprano canadiense Adrianne Pieczonka ofreció una acertada madame Lidoine de imperturbable tranquilidad, escudada en una beatífica sonrisa que no la abandonó en ningún momento. Su voz transmitió una cálida delicadeza que resultó más que adecuada en momentos como cuando, en la prisión, trata de tranquilizar a las asustadas monjas. Pero quien sin duda se robó la tarde fue Karita Mattila como madame de Croissy, la anciana y enferma madre superiora. Aunque solo aparece en dos escenas del primer acto, la imponente soprano finlandesa abordó su personaje con inusitada fuerza y dio cátedra de canto y actuación, sobre todo en el momento en que la monja duda de Dios e intenta aferrarse a la vida entre salvajes convulsiones y guturales gritos que nos pusieron los pelos de punta.
Francis Poulenc: Dialogues des Carmélites (fragmento del primer acto) / Karita Mattila (madame de Croissy) y la orquesta del Met, dirige Yannick Nézet-Séguin
Mención aparte merecen la mezzosoprano escocesa Karen Cargill, quien dio vida con destacable ánimo a la madre Marie, única sobreviviente de la terrible tragedia, y las cantantes del coro que encarnaron a las demás monjas, las cuales ofrecieron un memorable momento al final, cuando entonan el hermoso Salve Regina con que van desapareciendo, una por una, en la oscuridad, mientras el escalofriante sonido de la hoja de la guillotina retumba en toda la sala.
En cuanto a los dos caballeros, ninguno de los dos se quedó atrás: el tenor David Portillo encarnó al caballero de La Force, hermano de Blanche, con gran vigor y soltura, dejando en claro que es poseedor de una carismática presencia y una poderosa, dúctil y bien modulada voz, mientras que el barítono Dwayne Croft ofreció un marqués de La Force impecable, luciendo una exquisita voz de delicioso tono oscuro.
Al frente de la orquesta del Met, Yannick Nézet-Séguin hizo entrega de una espléndida lectura de la partitura, equilibrando los arrebatos románticos con los elementos vanguardistas característicos del lenguaje musical de Poulenc y atento no solo a los refinados detalles que crean una opresiva atmósfera de inminente fatalidad, sino también al efecto de “conversación” con que los cantantes deben desarrollar sus líneas vocales. La sorprendente ferocidad con que abordó el final de la ópera logró hacer que el público, de por sí compungido ante el destino de las monjas, quedara literalmente petrificado en sus asientos un largo momento después de terminado el espectáculo.
Francis Poulenc: Ave Maria (Dialogues des Carmélites) / Karen Cargill (madre Marie), Adrianne Pieczonka (madame Lidoine), el coro y la orquesta del Met, dirige Yannick Nézet-Séguin
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