El joven Niccolò Paganini (1782-1840) es un virtuoso violinista genovés que vive hundido en la miseria. Cuando se entera de que se ha organizado un concurso de interpretación donde el premio es un valioso violín Stradivarius, el músico ve una oportunidad para salir de la pobreza. Tan grande es su talento que prácticamente da por hecho que va a ganar el primer lugar, pero primero tiene que resolver un serio problema: no tiene dinero ni siquiera para viajar a Parma, ciudad donde se llevará a cabo la competencia. Es entonces cuando aparece en escena la aristócrata francesa Jeanne de Vermond, cuyo padre se encuentra encarcelado y que ofrece a Paganini el dinero para el viaje a cambio de que la ayude a sacar al hombre de la cárcel. Así las cosas, Paganini se dirige a Parma. En el camino conoce al abogado Luigi Germi, que se convertirá no solo en su representante, sino en su amigo. Una vez en Parma, y como era de esperarse, Paganini gana fácilmente el concurso y recibe el anhelado Stradivarius. Entusiasmada con el talento del joven (y para qué negarlo, también un poco enamorada de él), Jeanne de Vermond lo invita a tocar para sus amigos, pero el violinista —que la considera una aristócrata ignorante y presuntuosa— rechaza la invitación y se retira con Antonia Bianchi, su novia, que lo ha seguido en secreto a Parma. Pero pronto el violinista se deja llevar por el vértigo del juego y la vida disipada y termina perdiendo hasta su amado Stradivarius, y esta desgracia no podía llegar en peor momento, porque Germi acaba de organizar un concierto para lucimiento de su amigo. Entonces, como un ángel salvador, vuelve a entrar en escena Jeanne de Vermond, que rescata el violín de la casa de empeño. El concierto es todo un éxito, y por fin Paganini se enamora de Jeanne. Sin embargo, estamos justo en el momento en que las tropas napoleónicas invaden Italia, y al mando del ejército invasor se encuentra el gallardo oficial Paul de la Rochelle, a quien los padres de Jeanne desean como yerno. Pero Paganini no está dispuesto a perder a su amada, y será capaz de todo para seguir a su lado…
Grosso modo, esta es la disparatada línea argumental de El arco mágico, película biográfica (?) británica dirigida en 1946 por el hábil artesano cinematográfico Bernard Knowles (1900-1975) dentro de un ciclo de filmes melodramáticos producidos entre 1943 y 1947 por los prestigiosos estudios Gainsborough. Basada en una novela del escritor estadounidense Manuel Komroff (1890-1974), El arco mágico es una película sin ningún rigor histórico en la que algunos personajes “de la vida real” (Niccolò Paganini, Luigi Germi, Antonia Bianchi) se ven envueltos en situaciones imaginarias con personajes ficticios en beneficio de una historia que mantenga en el filo del asiento a los espectadores. Y como tal, El arco mágico cumple su cometido: emocionado, el respetable contiene la respiración esperando que el joven Paganini gane el violín en el concurso para luego dolerse con la despechada Jeanne de Vermond y después desear que el amor del violinista y la aristócrata triunfe sobre las fuerzas napoleónicas, olvidando por un momento que en realidad Paganini viajó a Parma en compañía de su padre para ponerse bajo la tutela del compositor y virtuoso violinista Alessandro Rolla (1757-1841), que su relación con la cantante Antonia Bianchi —a la que conoció en Milán en 1813 y con quien acostumbraba ofrecer conciertos a lo largo de toda Italia— tuvo como resultado un hijo llamado Aquiles y que nunca hubo una Jeanne de Vermond ni un Paul de la Rochelle ni duelos para salvaguardar el honor de ninguno de los involucrados en este drama romántico disfrazado de película biográfica. Es más, basta leer un fragmento de la descripción que de Paganini hizo en su momento el poeta alemán Heinrich Heine (1797-1856) para percatarnos de que, definitivamente, el violinista distaba mucho de parecerse a Stewart Granger (1913-1993), el carismático galán londinense que lo encarna en El arco mágico, y se acercaba más al Paganini de la película homónima dirigida y protagonizada por Klaus Kinski en 1989:
“[…] apareció en escena una figura oscura, que parecía haber salido del infierno. Era Paganini, con su traje negro de etiqueta […] de hechura horrible […]. Los largos brazos parecían alargarse aún más cuando, con el violín en una mano y en la otra el arco —con el que tocaba casi la tierra— hacía el artista al público sus inverosímiles reverencias. En los esquinados contornos de su cuerpo había una rigidez terrible, y al propio tiempo algo cómicamente animal, que inducía a reírse. Pero su cara, más cadavérica aún por la chillona iluminación de las candilejas, tenía una expresión suplicante, tan estúpidamente humilde, que una compasión tremenda sofocaba nuestro deseo de reír”.
Pero el objetivo no es desanimar a nadie. Al contrario, con una buena dosis de humor, romance y drama, El arco mágico es un excelente entretenimiento realizado con la impecable manufactura que caracterizó al cine inglés de los años 40 del siglo pasado. Las actuaciones de los protagonistas —el ya mencionado Stewart Granger como Niccolò Paganini, la guapa Phyllis Calvert como Jeanne de Vermond, la seductora Jean Kent como Antonia Bianchi, el flemático Dennis Price como Paul de la Rochelle y el siempre espléndido Cecil Parker como Luigi Germi— son satisfactorias, aunque es de resaltar cierta falta de química entre Stewart Granger y Phyllis Calvert. Por otra parte, siempre es una delicia escuchar al Paganini invisible de esta película, y es que los majestuosos solos de violín de El arco mágico fueron interpretados por el gran Yehudi Menuhin (1916-1999). Prepárese pues, nuestro amable lector, a disfrutar El arco mágico.
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