Fidelio, la glorificación del amor conyugal

Muchos directores de orquesta han sentido una especial inclinación por  Beethoven, Mozart, y Wagner. No es, pues, de extrañar que como intérpretes se dediquen con […]

Por Música en México Última Modificación abril 19, 2018

Muchos directores de orquesta han sentido una especial inclinación por  Beethoven, Mozart, y Wagner. No es, pues, de extrañar que como intérpretes se dediquen con amor constante a sus obras. En el caso de Beethoven, aparte de sus sinfonías, sienten fascinación por la única ópera del maestro, Fidelio,  compuesta a partir de la combinación del singspiel y el drama musical, con sus 16 números musicales unidos mediante diálogos hablados. Sin embargo, se enfrentan a las mismas dificultades musicales y escenográficas que han hecho fracasar a tantas representaciones de la ópera desde su estreno en enero de 1805, pues se trata de pasar desde la liviana atmósfera del singspiel, con que Beethoven inicia conscientemente la ópera, hasta una apoteosis de la libertad pasando por una acción apasionada, sombría y altamente dramática.

Recorrer este camino desde la luz a las tinieblas y de allí a la luz en el espacio de dos horas y media, darle una forma sugerente y transmitirlo convincentemente solo se ha podido lograr  mediante una interpretación musical que trascienda la partitura. Una interpretación legendaria fue la que el gran director de orquesta y compositor Gustav Mahler presentó el 7 de octubre de 1904 en la Ópera de Viena, la cual ha pasado a los anales de la historia de la ópera: por un lado, el colaborador de Mahler, Alfred Roller (pintor, grafista y cartelista), logró configurar ambientes que, como la pequeña y familiar habitación de la primera escena, transmitían una luminosa esperanza, o bien, como en el segundo acto, la tenebrosa prisión de muros sombríos que expresaba elocuentemente la oscuridad de la miseria; por otro lado, porque desde el punto de vista escenográfico se tuvo en cuenta lo absoluto de la música beethoveniana, en el fondo poco operística. Para ello no sólo fue preciso hacer una cuantas supresiones, sino que, además, hubo que tomar una decisión respecto a cuál de las cuatro oberturas de Fidelio se interpretaría y en qué lugar. Evidentemente, ni el propio Beethoven estaba seguro, pues de lo contrario no hubiera compuesto cuatro oberturas para la obra. (En el estreno en 1805, se interpretó Leonora núm. 2; en la segunda versión, de 1806, Leonora núm. 3, y en la tercera versión, de 1814, la obertura breve en mi menor). Mahler se decantó por una solución que, a él como a muchos intérpretes después,  le pareció adecuada y practicable. Situó la obertura breve en si menor al principio de la obra, y la extensa obertura Leonora núm. 3 en do menor antes del final que se desarrolla ante la plaza de armas del castillo (con el telón bajado entre las escenas en las que Leonora trata de liberar a su esposo Florestán de la mazmorra subterránea y la apoteosis final, inundada por la luz del sol). De esta manera, Mahler logró no sólo cubrir el prolongado margen de tiempo preciso para el cambio de escena de la prisión al patio de armas del castillo (letal para toda acción que conduzca a un clímax), sino además -interpretando sinfónicamente la música- la transición desde un adagio lírico-dramático a un allegro coral jubiloso y vibrante. Cuando Mahler dirigió por última vez en la Ópera de Viena, el 15 de octubre de 1907, eligió como despedida el Fidelio de Beethoven.

 

Fuente: César Morales para la edición bilíngue de Fidelio por la Editorial Welt.

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