Por Francesco Millela
«Es uno de los últimos genios originales que quedan hoy de la mejor escuela que Italia jamás ha tenido. Sus composiciones siguen siendo geniales y espontaneas y – añadiría yo – es un buen contrapuntista y amante de la poesía.» Estas palabras escritas por Lord Charles Burney en 1770 lo dicen todo: Baldassare Galuppi no era un compositor cualquiera. Era el útlimo testigo, el último, extraordinario ejemplar de una raza y de una escuela musical ya a punto de extinguirse.
Galuppi, conocido en su época como “il Buranello” por haber nacido en la isla de Burano cerca de Venecia en 1706, comenzó su aventura musical estudiando con el padre, acercándose rápidamente tanto al mundo de la ópera como al de la música instrumental. Después de una larga experiencia en los teatros y palacios venecianos, en 1741 consiguió trasladarse a Londres como director musical del New Theatre de Haymarket, para luego regresar a Venecia en 1748. En 1765 fue formalmente invitado por la emperatriz Catarina de Rusia a trabajar a su servicio, con lo cual adquirió una extraordinaria fama como virtuoso del clave. Volvió definitivamente a su natal Venecia en 1768.
La mejor manera para conocer la extraordinaria aventura musical de Galuppi y tomar conciencia de las transformaciones que la música italiana del XVIII vivió bajo su influencia, es suficiente hacer una comparación entre dos diferentes obras de su inmenso catálogo instrumental y vocal. Comenzemos con el Concerto a Quattro en Sol menor compuesto en su primera etapa musical antes de 1740:
No lo podemos negar: la influencia de Vivaldi y, antes, de Corelli es total, a partir del movimiento inicial lento y grave como quería la escuela veneciana más tradicional. Pero en los tres movimientos siguientes la influencia es aún mayor: el rígido uso del contrapunto, el empleo de amplias y complejas melodías y, finalmente, el manejo del color orquestal, homogéneo colocan está agradable música en el corazón de la que Burney consideraba «la mejor escuela que Italia jamás ha tenido».
Todo cambia en menos de veinte años. El regreso de Londres, donde probablemente Galuppi había encontrado a los más grandes compositores de su época, marca una revolución en su lenguaje compositivo: su música abandona casi completamente la retórica barroca para mirar al nuevo estilo galante, a sus inmediatas y cantables melodías, a su orquestación más heterogénea y compleja, a su línea armónica tan delicada y racional, libre de los juegos extravagantes de sus antecesores. Un ejemplo lo explica todo: la Sinfonia de la ópera “Il Marchese Villano” del 1762.
Este es el lenguaje que acompaña los últimos años de Baldassare Galuppi primero en Rusia, lugar al que en pocos años llegará el gran compositor italiano Giovanni Paisiello y, finalmente, en Venecia donde Vivaldi y Corelli estaban saliendo de los teatros para entrar en la historia. Por miedo o, quizás, por incapacidad de aceptar las nuevas modas, el público siguió aplaudiendo a Galuppi con la misma mirada de Lord Burney. Para todos representaba el último barroco, la última joya de una de las más grandes épocas de la historia de la música. Morirá en Venecia en 1785, año en que Mozart comenzó a trabajar en Las Bodas de Fígaro y Beethoven iniciaba sus primeros experimentos continuando la maravillosa aventura de la música occidental.
Il mondo alla roversa – Sinfonia
Te Deum
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