Este año se conmemora el sesquicentenario del nacimiento de Serguéi Rajmáninov y, si se quiere, los 80 años de su fallecimiento. La música de Rajmáninov figura entre las más populares del siglo XX y XXI a pesar de ser un compositor sumamente conservador y ecléctico, cuyos predecesores fueron Chaikovski, Borodin y Rimski-Korsakov, en ese orden.
Descendía directamente de la tradición romántica del siglo XIX, con la que estaba perfectamente conforme y de la que jamás trató de apartarse. En 1939, cuando Rajmáninov manifestó que se sentía como “fantasma que deambulaba por un mundo que le era cada vez más ajeno”, evaluó correctamente su categoría musical en el siglo XX: él era un anacronismo cuyo espíritu correspondía a una generación anterior, y no sentía más que indiferencia estoica por la música de su propio tiempo. Como dijo un crítico, “fue un hombre de ‘corazón’ que sobrevivió hasta una edad que carecía de él”.
Hizo caso omiso de todos los “ismos” modernos (neoclasicismo, impresionismo, serialismo), y no fue sino hasta la década de los 1930 que un acontecimiento contemporáneo tuvo algún efecto en su propia obra: el jazz estadounidense, que se reflejó en la vida rítmica de una de sus partituras más destacadas, la Rapsodia sobre un tema de Paganini. Pero aun en ella es demasiado evidente que la armonía, la melodía y la escritura para piano proceden de 1890. Por lo tanto, no debe sorprendernos que se haya llegado a considerar a Rajmáninov como reaccionario, y casi haya llegado a ser persona non grata en los círculos de vanguardia. “Siento mucho pesimismo por la música moderna”, expresaba.
Otro aspecto de Rachmaninov que no debe haber aumentado el cariño del grupo modernista internacional es la calidad intensamente rusa de su música. Cierto que no trataba del nacionalismo estudiado y folclórico de los “cinco rusos (Balakirev, Cui, Borodin, Mussorgski y Rimski-Korsakov), pero la fundición de sus melodías, su instrumentación y la aguda melancolía, o fatalismo sis se quiere, que invaden la mayoría de sus obras, son inefablemente rusos.
A pesar de su sentimentalismo, Rajmáninov, último sobreviviente del crepúsculo de la época de los románticos, demostró frecuentemente en su música tal vitalidad que nos compensa notablemente el hecho de que su idioma haya estado fuera de moda. Partituras tales como el Segundo y Tercer concierto para piano, la Rapsodia sobre un tema de Paganini, las Variaciones sobre un tema de Corelli, las Danzas sinfónicas y sus canciones y música de cámara, no solo son atractivas sino memorables debido a su lirismo y ornamentación individual, a sus finas estructuras y a su casi constante sentido del movimiento.
Lo que importa es que, a pesar de todos sus clichés y de su estilo pasado de moda, Rajmáninov jamás dejó de lograr una expresión personal asombrosa. Si no fue la culminación de una era musical como lo fue Bach, o un alumbrador incansable de caminos como lo fue Stravinski, sí es imprescindible conceder a Rajmáninov el crédito que merece por haber sido uno de los compositores románticos más ricamente dotados. Es imposible dudar que algunas de las composiciones que hemos mencionado – y muchas más que iremos presentando – permanecerán durante mucho tiempo en el repertorio internacional de la música.
Fuente: Philip Ramey, Sergei Rachmaninoff
Rachmaninoff: The Harvest Of Sorrow (documental)
Comentarios