Orquesta Sinfónica de Galicia. Rumon Gamba, director
Como toda última obra en la vida de un autor, las Danzas sinfónicas de Rajmáninov poseen un aire de nostálgica introspección y un aura de culminación. Quizás por ello, el propio compositor consideró a esta obra como “su último destello”. Luego de tres años de ausentarse de la composición, Rajmáninov inició la escritura la que sería su última partitura orquestal en 1940. Esta obra está llena de citas musicales, reminiscencias y referencias a su propia música. La primera danza es una marcha en la que los alientos presentan el tema principal, que luego es recuperado de manera invertida por el saxofón y sobre el cual se desarrolla toda la pieza. La sección de alientos juega un papel fundamental en la parte central de esta danza, y le proporciona un equilibrio casi atmosférico antes de que la pieza retome su enérgico carácter. Tal vez con un propósito redentor, al final de esta danza Rajmáninov citó su infortunada Primera sinfonía, una obra escrita en 1897, y por cuya desventurada recepción cayó en depresión por tres años. El segundo movimiento es un delicado vals que rememora nostálgicamente el gusto vienés y ruso decimonónico. Este vals está lleno de rubati, es decir, de ligeras aceleraciones y desaceleraciones del tempo. La tercera es una danza de ritmos sincopados en la cual puede distinguirse cierta premonición lúgubre. El “lamentoso” solo del carinete bajo anuncia una larga sección media, la cual es interrumpida por la trompeta que toca el Dies irae, el canto gregoriano de la liturgia de difuntos. Pese a este signo mortuorio, la obra recupera un brío enérgico y dinámico. Hacia el final de la pieza, Rajmáninov escribió “¡Aleluya!”, como una especie de canto a la vida que nunca termina, sino que va convirtiéndose en silencio, tal como sucede con el último golpe del tamtam, en donde el compositor escribe como indicación: “dejar vibrar” hasta
que el sonido se pierda.
Fuente: Mariana Hijar Guevara para OFUNAM
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