Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt, dirige Stanisław Skrowaczewski
La Novena Sinfonía quedó incompleta a la muerte del compositor en 1896. Sus bosquejos para el cuarto y último movimiento han sido desarrollados por lo menos por una docena de manos en el siglo pasado; pero como esa otra célebre “Inacabada” de Schubert, la Novena de tres movimientos apenas parece un torso: está completa en efecto, si no de hecho, flotando, sublimemente, en última instancia en el éter al final del tercer movimiento después de una hora de luchas y victorias alternas.
La Novena Sinfonía se vuelve en cierto sentido autosuficiente con lo que resultó ser sus compases finales, que repiten temas de obras anteriores de Bruckner: el Miserere de su Misa en Re menor, el Adagio de la Octava Sinfonía, y, finalmente, un fragmento del tema de apertura de la Séptima Sinfonía. Qué raro y conmovedor es hacer una retrospectiva así antes de llegar a la conclusión de la obra. ¿Una premonición de que esto sería, de hecho, el final? ¿O estamos simplemente romantizando?
Bruckner comenzó a trabajar en lo que sería su última sinfonía en 1887, inmediatamente después de dar los últimos toques a su enorme Octava. Aún estaba en ello dos años después, habiendo interrumpido el trabajo para revisar composiciones anteriores. Otras interrupciones fueron causadas por la debilidad física. A principios de 1894, sin embargo, se había recuperado lo suficiente como para viajar a Berlín y escuchar su Séptima Sinfonía y su Te Deum. En los meses siguientes regresó por última vez a la Abadía de San Florián, cerca de Linz, para tocar el órgano – como lo había hecho durante tantos años cuando era más joven. Intentó entonces reanudar sus clases en la Universidad de Viena, pero estaba demasiado débil para continuar durante más de unas semanas.
Al final del año había escrito los tres movimientos de la Novena Sinfonía, aunque claramente deseaba continuar. Se le cita diciendo en ese momento, “He cumplido con mi deber en la tierra. He logrado lo que he podido, y mi último deseo es que se me permita terminar mi Novena Sinfonía. Tres movimientos están casi completos, el Adagio casi terminado. Sólo queda el final. Confío en que la muerte no me privará de mi pluma”.
Para entonces estaba espiritualmente exhausto, y también físicamente, con una tos crónica que desafiaba el diagnóstico pero que estaba situada en la laringe, y una agitación nerviosa extrema que alternaba con períodos de olvido y depresión. Sin embargo, estaba logrando un reconocimiento tardío en su Austria natal: A la edad de 70 años, se le concedió la Libertad de la Ciudad de Linz, una señal de honor, y el Emperador austriaco le concedió un generoso subsidio así como un apartamento en el Palacio Belvedere de Viena, con un espléndido jardín y una vista de la ciudad abajo.
El tercer movimiento ocupó al compositor casi todos los últimos dos años de su vida. Seis versiones fragmentarias precedieron al Adagio que escuchamos hoy. Todavía lo estaba retocando en la mañana del 11 de octubre de 1896, cuando se detuvo para dar un paseo en el Parque Belvedere. Murió en el Palacio unas horas después de regresar. El funeral se celebró tres días después, en la Karlskirche. Los restos del compositor fueron finalmente enterrados, como había pedido antes, bajo el gran órgano de San Florián, en el que había oficiado tantas veces y cuyo sonido nunca estaba lejos de su mente cuando escribía sus sinfonías.
Con el compositor siete años en su tumba, la Novena Sinfonía se publicó y se interpretó por primera vez en la edición de uno de los amigos más influyentes mencionados, Ferdinand Löwe. Algo parecido al original del compositor (“parecido” y “original” son otras palabras que deben usarse con prudencia en cualquier discusión sobre las sinfonías de Bruckner) no vio la luz del día hasta 1932, cuando fue publicada, y luego interpretada por la Filarmónica de Munich en un concierto privado dirigido por Siegmund von Hausegger, junto con la edición corrupta de Löwe, dando al menos a un puñado de oyentes la posibilidad de elegir. Varios meses después, la “propia” Novena Sinfonía de Bruckner, divorciada de Löwe, hizo su debut público en Viena bajo la batuta de Clemens Krauss, pero en una versión aún suficientemente alejada de lo que el compositor imaginaba para que nuestros más dedicados estudiosos de Bruckner se lo tomaran a pecho. El debate sobre el “verdadero Bruckner” se ha mantenido desde entonces.
Fuente: Herbert Glass para laphil.com
Nota de un melómano sobre la Sinfonía no. 9
Aunque Bruckner no alcanzó a terminarla, escribiendo completamente su cuarto movimiento, los tres que escribió nos muestran plenamente su dimensión como músico y como ser humano. Me resulta imposible expresar en palabras la grandeza de esta obra, es simplemente la obra del espíritu humano que me comunica más directamente con Dios. Los diversos intentos que se han hecho para completarla con los esbozos que Bruckner dejó de ese cuarto movimiento, simplemente no funcionan ni se requieren.
Tuve la fortuna a mediados de los años 70’s de escuchar la grabación de 1944 de Wilhelm Furtwängler con la Orquesta Filarmónica de Berlín la cual sigue siendo mi grabación preferida; la tocaron, como paradoja, a punto de terminar la 2ª guerra mundial. Otra de mis grabaciones favoritas de esta obra (de la cual poseo 38 grabaciones en CD y 2 en DVD) es la realizada en un concierto en vivo en Berlín en Septiembre de 1998, con la Orquesta Filarmónica de Berlín bajo la dirección de Günter Wand, a la que tuve la gracia de asistir personalmente con mi familia viajando hasta Berlín sólo para eso, una de las experiencias más grandes de mi vida; la emoción que permeó a todo el público presente fue sencillamente inenarrable pero se puede apreciar en buena medida en la citada grabación; su última grabación de esta obra está registrada en DVD con la Orquesta Sinfónica de la NDR en Julio de 2001. Cualquier persona que guste de la buena música está obligada a escucharlas.
Por Leopoldo Rodríguez para Música en México
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