Al contrario de muchos otros compositores ajenos al legado popular, como especialmente Britten, en la aproximación a la música antigua Williams halla el alimento necesario para crear un estilo vinculado con las más típicas tradiciones británicas y, al mismo tiempo, relacionado con su moderada apertura hacia las armonías impresionistas, al politonalismo, a los aportes modernos, en suma, sin subvertir jamás el orden formal clásico.
La ubicación geográfica y temporal, la aspiración a recobrar las voces más auténticas de la musicalidad inglesa, mediante el recurso a la tradición nacional, el arcaísmo y el carácter clásico de las formas hacen de Vaughan Williams un compositor típicamente insular, que enriquece su escritura con una búsqueda armónica que tiene muy en cuenta las experiencias de Ravel.
Ni que decir tiene que Williams es un músico refractario a cualquier tipo de experimentación, por lo que se contenta con desarrollar las formas reconocidas de la tradición como lo demuestran sus nueve sinfonías, distintivas siempre por una expresividad altamente emocional, una irreprochable técnica y oficio, el gusto por la exposición de movimientos lentos que sugieren un mundo nocturno, misterioso (aproximación a la estética de Debussy) y la pasión que normalmente desprenden sus movimientos conclusivos.
Sus sinfonías, salvo la séptima, comportan los cuatro movimientos tradicionales y casi todas contienen una intención emocional clara. Aunque solo una está sujeta a un programa, las sinfonías son un reflejo del humor y el carácter de los distintos y particulares eventos extramusicales que las inspiran: guerra, exploraciones trágicas en la Antártida, etc.
Fuente: Francisco Ramos, La música del siglo XX. Una guía completa., Madrid, Turner Música, 2013.
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