Idomeneo de W. A Mozart

Idomeneo, Rey de Creta – STEVE DAVISLIMIdamante, su hijo – MONICA BACELLIIlia, princesa troyana – CAMILLA TILLING Electra, hija de Agamenón – EMMA BELLArbace, confidente […]

Por Música en México Última Modificación julio 29, 2019

Idomeneo, Rey de Creta – STEVE DAVISLIM
Idamante, su hijo – MONICA BACELLI
Ilia, princesa troyana – CAMILLA TILLING
Electra, hija de Agamenón – EMMA BELL
Arbace, confidente del rey – FRANCESCO MELI
Gran Sacerdote – ROBIN LEGGATE
La Voz – ERNESTO PANARIELLO
Mujer cretense 1 – SILVIA  MAPELLI
Mujer cretense 2 – MARZIA  CASTELLINI
Hombre troyano 1 – MASSIMILIANO  ITALIANI
Hombre troyano 2 – GIUSEPPE  CATTANEO

Orquesta y Coro del Teatro alla Scala, Milán 

Concertador: Daniel Harding, Dir. de coro: Bruno Casoni; Escena: LUC BONDY

Mozart tiene 25 años. Hace ya casi veinte que compone. Y esa edad, que en otros compositores significa plena juventud, para él significa madurez. Entonces recurre a la mitología griega (precisamente por esos años emprende Gluck el mismo camino, pero plantea otras exigencias a sus libretos). Idomeneo muestra hasta qué punto estaban alejados los dos contemporáneos, hasta qué punto se oponían: para Gluck el libreto es el dibujo de base al que la música sólo añade los colores; para Mozart, en cambio, “la poesía debe ser siempre la criada obediente de la música”.

El abate Giambattista Varesco redactó el libreto para Mozart. Trata del antiquísimo conflicto entre el amor y el juramento hecho a los dioses. Lo encontramos ya en la Biblia, donde el caudillo Jefté hace un juramento y debe sacrificar a su hija. En este caso es Idomeneo, rey de Creta, que en medio de una tormenta en el mar promete al dios Poseidón que como precio por su salvación sacrificará al primer ser humano que vaya a saludarlo cuando regrese a su patria. Es su hijo Idamante quien le sale al encuentro y por ello debe ser sacrificado. El rey intenta eludir la promesa. Quiere enviar a Idamante fuera de la isla. Pero entonces Poseidón muestra su terrible poder, desata una terrible tormenta en el mar y hace surgir monstruos de las profundidades. Idomeneo se dispone a sacrificar a su hijo cuando lo impide Ilia, que ama a Idamante. Ilia se declara dispuesta a morir en lugar de Idamante. Sin embargo, el dios no acepta el cambio y perdona la vida a ambos. Idomeneo abdica en nombre de su hijo, que empieza a reinar al lado de su esposa Ilia.

El encargo de esta obra procedía de Munich, donde Mozart había tenido un éxito considerable seis años antes con La finta giardinera. Allí vivía el príncipe Karl Theodor, un amante de la música que apreciaba a Mozart y que había residido antes en Mannheim, ciudad a la que había convertido en un centro cultural europeo. Quería conferir a Munich un brillo musical especial. Había llevado la mayor parte de su orquesta de Mannheim, que ya era famosa por sus innovaciones técnicas del crescendo y el decrescendo, y se había convertido en modelo de todas las orquestas. También se habían trasladado con él sus mejores cantantes, entre ellas Aloysia Weber, el primer amor de Mozart, con cuya hermana Constanza se habría de casar pronto. Por lo tanto, Mozart llega a un buen teatro, tiene a su disposición un buen conjunto. Por supuesto que otra vez hay “cabalas”, intrigas, escenas desagradables de todo tipo. Sin embargo, después de una semana de plazo, todo marcha sobre ruedas. Como siempre, Mozart ha trabajado bajo fuerte presión a causa del breve tiempo disponible. Cuando el padre, poco antes de la fecha del estreno, preocupado porque su hijo no hacía nada, le preguntó cuándo iba a comenzar la obra, Wolfgang respondió con una frase tan sorprendente como ilustrativa: “Hace mucho que está compuesta, sólo tengo que escribirla…”

El padre, que siempre fue el mentor insuperable de Wolfgang, teme que haya dificultades, tal como sucede con frecuencia y en muchos países, y le aconseja con cautela:

Procura que la orquesta esté de buen humor, alábala y por medio de la alabanza haz que se ponga de tu lado, pues conozco tu modo de componer: obliga a todos los músicos a prestar la mayor atención posible; no es ninguna broma conseguir que la orquesta toque con aplicación y atención durante tres horas. Todos, incluso el último ejecutante de viola, se conmueven profundamente cuando se los elogia tete á tete, y con esto aumenta la diligencia y la atención, y una amabilidad así no te cuesta más que un par de palabras…

El 29 de enero de 1781, el padre y la hermana de Mozart, Nannerl, están sentados en un palco del Hoftheater de Munich y viven el triunfo de Wolfgang. A decir verdad, habría que valorar esta victoria por su verdadera importancia, como el reconocimiento de una obra maestra, pero no habría que sobrestimarla. En las representaciones operísticas sólo una pequeña parte del éxito correspondía al compositor. Si dirigía él mismo, como era el caso la mayoría de las veces, entonces el público tenía ocasión de ovacionarlo cuando entraba en el espacio que ocupaba la orquesta (donde se ubicaba el clavicémbalo). En general, todavía no existía una aparición en el escenario en medio de los cantantes. Una noticia de periódico que apareció tres días después del estreno no menciona a Mozart en absoluto, pero se deshace en elogios a la escenografía, que instaló un “verdadero puerto con templos griegos” en el escenario, “creada por nuestro famoso consejero de cámara local Lorenz Quaglio”. De todos modos, Mozart no era “local” y sólo “famoso” en los círculos de entendidos. Por lo demás, nunca llegó a ser “local”, en ningún lado. Famoso, realmente famoso, fue sólo más tarde: después de su muerte.

La suerte de Idomeneo ha sido harto cambiante. El romanticismo no supo qué hacer con la obra. El siglo XX aumentó su valoración, pero la situó detrás de las “grandes” óperas, las obras maestras. Pero en su forma original, de la que algunos adaptadores (por ejemplo Richard Strauss, con su director de escena Lothar Wallerstein) se alejaron mucho.

Muchas cosas de Idomeneo son nuevas y no sólo para Mozart. Así, el efecto poderoso y aterrador de los trombones, que Mozart usa por primera vez en una ópera (y sin los cuales sería impensable más tarde la escena del cementerio de Don Giovanni), y con cuyo auxilio el oráculo de Poseidón logra su verdadera majestuosidad sobrenatural. Mozart ha progresado también en el arte de definir musicalmente los caracteres: por ejemplo, la salvaje Electra y la dulce Ilia. Mozart ha tomado también, sin quererlo y sin saberlo, algunas cosas de Gluck. Idomeneo no es una “ópera reformista” en el sentido de Gluck, pero no hay ninguna duda de que está más cerca de éste que de los italianos contemporáneos. Tal vez no se pueda comparar con óperas del pasado, sino sólo con óperas del futuro. Tal vez con Cherubini y por lo tanto también con Beethoven…

Fuente: hagaselamusica.com

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