La guerra de Troya ha terminado y los héroes aqueos vuelven a sus hogares, agotados pero victoriosos. Entre ellos se encuentra Idomeneo, rey de Creta, quien es sorprendido en alta mar por una terrible tempestad. Viendo que sus naves están a punto de naufragar, Idomeneo implora el socorro de Poseidón, dios de los mares, a quien le promete sacrificar en su honor el primer ser vivo que vea cuando desembarque, a cambio de que le permita volver sano y salvo a su hogar. Poseidón escucha la súplica y el mar se tranquiliza. Los barcos continúan su travesía.
Mientras tanto, en Creta, Idamante —hijo de Idomeneo— se ha enamorado de Ilia, una prisionera troyana, la cual corresponde a su amor pero se ve obligada a ocultar sus sentimientos porque el deber le exige odiar al enemigo. Pero Electra —hija de Agamenón, rey de Argos y Micenas— también ama al joven príncipe, y no está dispuesta a permitir que una troyana termine siendo la futura reina de Creta. De pronto, la ciudad entera se llena de conmoción: una flota de barcos se acerca, preparándose para tocar tierra. Los guerreros cretenses por fin han regresado a casa… y el primer ser vivo que Idomeneo ve al desembarcar es Idamante, que corre feliz al encuentro de su padre.
Wolfgang Amadeus Mozart tenía 25 años de edad cuando, en 1780, el príncipe elector de Baviera, Carlos Teodoro, le encargó la composición de una ópera seria para amenizar las fiestas de carnaval de su corte en Múnich. El resultado fue Idomeneo, que Mozart compuso en colaboración con el libretista Giambattista Varesco, quien a su vez se basó en el drama mitológico que ya en 1712 había tomado la forma de tragedia lírica en Francia con texto del dramaturgo Antoine Danchet y música del compositor André Campa. Fue la única colaboración entre Mozart y Varesco, y podemos decir que es la primera ópera de madurez del músico. Ya había escrito doce óperas anteriormente (entre las que se encuentran Bastián y Bastiana, La finta semplice y Mitrídates, rey del Ponto), pero ninguna de ellas cuenta con una estructura formal tan innovadora como Idomeneo.
En apariencia, Idomeneo todavía es una obra compuesta dentro de la gran tradición barroca de la ópera seria, con una obertura habitual y una trama en la que se alternan una serie de recitativos que hacen avanzar la trama, arias donde los personajes expresan sus sentimientos y comentarios del coro que refuerzan la situación; y donde la acción dramática posee un papel primordial, por encima incluso de la evolución interna de los personajes, los cuales solían ser virtuosos héroes y magnánimos reyes de la Antigüedad clásica cuyo férreo honor, impoluto amor o inconmovible sentido del deber era puesto a prueba. Todo ello cantado, por supuesto, con un lenguaje muy poético y lleno de ornamentos.
Sin embargo, sin dejar de respetar el esquema barroco, Mozart realizó importantes modificaciones tanto en el desarrollo de los personajes como en el andamiaje musical. Así, despoja a Idomeneo del característico halo de omnipotencia con que hasta el momento se revestía a los protagonistas para presentarlo como un rey débil, vacilante, que —al anteponer el bien de su hijo al bien de sus súbditos intentando engañar al dios que lo ayudó— se muestra éticamente muy por debajo del más simple campesino. También el Deus ex machina típico del barroco (donde un guerrero, un dios o un milagro de la naturaleza aparecía en el último instante y resolvía el conflicto) se convierte aquí, por primera vez en la historia de la música, en la voz de la razón (recordemos que Mozart vivió en plena época de la Ilustración, donde solo era válido lo que podía ser pasado por el tamiz del racionalismo).
Los protagonistas pasan por un proceso de comprensión de la situación que se presenta, y cada uno reacciona de forma diferente, de acuerdo a su carácter o intereses (por ejemplo, en el espléndido cuarteto Andrò ramingo e solo, donde Idomeneo, Idamante, Ilía y Electra expresan sus diversos sentimientos, dudas y esperanzas).
En Idomeneo el coro se convierte, por primera vez en la historia, en un protagonista activo.
Otra audacia que se permitió Mozart fue otorgar al coro una importancia más allá de la función como mero “relleno” de las acciones de los protagonistas que había tenido hasta el momento. En Idomeneo el coro se convierte, por primera vez en la historia, en un protagonista activo (recurso que Verdi llevará a su máxima expresión mucho más tarde), sus intervenciones son decisivas y vigorosas, y la música que las acompaña está cuidada y bien estructurada. Incluso el compositor se atrevió a romper el esquema que dictaba que al recitativo debía seguirle un aria al hacer que, en los momentos más dramáticos, sea el coro quien acompañe al solista en lo que podría denominarse un “recitativo acompañado”.
En el plano de la partitura, Mozart se dio el lujo de envolver esta estructura típica del barroco con una dinámica orquestación muy rica y elaborada que seguía las técnicas estéticas… ¡del clasicismo francés! Así que a lo largo de esta singular ópera de wagneriana duración —casi cuatro horas— nos encontramos con luminosas escenas de ballet, vibrantes marchas y un espectacular efecto sonoro (cuando aparece el monstruo marino) diseñado para dejar boquiabierto al público de su época.
El estreno de Idomeneo tuvo lugar el 29 de enero de 1781 en el Teatro de la Corte de Múnich, con gran admiración de la crítica especializada de su momento pero sin mayor repercusión sobre el público en general. Sin embargo, hoy en día está considerada como una de las más grandes óperas serias no solo de Mozart, sino de todo el siglo XVIII en particular y de la historia de la música en general. Por eso resulta más que atractiva la oportunidad que el próximo 25 de marzo tendremos para asistir a la transmisión en vivo desde el MET de Nueva York de esta indiscutible obra maestra, en la ya clásica puesta en escena del director y escenógrafo francés Jean Pierre Ponelle (1932-1988) y bajo la batuta del legendario James Levine. La cita, como siempre, es en el Auditorio Nacional.
Wolfgang Amadeus Mozart: Obertura (Idomeneo) / Orquesta del MET, dirige James Levine
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