El increíble violín de Tartini

por Francesco Milella Giuseppe Tartini nació (1692) catorce años después de Antonio Vivaldi y murió el mismo año en que nació Beethoven (1770). Fabuloso violinista, […]

Por Francesco Milella Última Modificación enero 29, 2017

por Francesco Milella

Giuseppe Tartini nació (1692) catorce años después de Antonio Vivaldi y murió el mismo año en que nació Beethoven (1770). Fabuloso violinista, sacerdote y mujeriego, campeón de esgrima que escapó de su natal Pirano d’Istria por su caracter agresivo. Fue siempre generoso con las familias más indigentes; reconocido científico y compositor de más de 134 conciertos y 171 sonatas, excepcional maestro música. Se encarnó en un fantasma que hoy en día sigue asustando a los fieles que van a rezar a la Iglesia de Santa Caterina en Padua…; podríamos continuar hablando y mencionar también la tumba misteriosamente vacía en donde fue sepultado (hecho que justificaría lo antedicho), o su repentina conversión a la fe y a la vida conventual después de años pasados entre duelos y prostitutas. Pero, otros datos  más, por divertidos que sean, acabarían por confirmar algo que resulta ya evidente.

Giuseppe Tartini fue una de las personalidades más increíbles de la música italiana en el siglo XVIII: su vida intensa y aventurera presenta un emblemático ejemplo de hombre en equilibrio, a veces muy frágil, entre dos épocas: por un lado, moderno y revolucionario libertino, como décadas más tarde, y con más intensidad, lo serían Lorenzo Da Ponte y Casanova; por el otro, cura y sacerdote, maestro y violinista riguroso y racional, totalmente entregado a la música y a su transmisión de estudiante a estudiante.

Pero donde mejor se percibe este equilibrio entre barroco y clasicismo, entre severidiad y revolución es en su música, en sus conciertos y sus sonatas compuestas casi totalmente para uno o dos violines. Las primeras obras de Tartini, compuestas antes de 1730, con su rígida alternancia entre solo y tutti, con su persistente presencia del bajo continuo y su brillante virtuosismo, nos transportan al tradicional barroco veneciano de Corelli y Vivaldi en el cual Tartini nace y crece musicalmente (Pirano d’Istria, en la actual Croacia, pertenecía en aquel entonces a la República de Venecia).

Solo a partir de 1730 su lenguaje musical comienza lentamente a alejarse de la moda barroca para entrar en una nueva fase, una fase que la musicología no tiene dudas en considerar revolucionaria. La Sonata “Didone Abbandonata” para violín y bajo continuo, compuesta en 1734, representa uno de los mejores ejemplos de esta nueva etapa en la trayectoria musical de Giuseppe Tartini.

El compositor italiano solía, antes de comenzar a componer, leer unos versos de algunos poetas italianos, fuera Petrarca o, como en este caso, Metastasio. Esta lectura le permitía alimentar su propia creatividad y al mismo tiempo interiorizar la perfecta musicalidad de los versos, musicalidad que obviamente trataba de trasmitir con la sonata o el concierto que esta por escribir.

Eccomi sola, (Aquí estoy, sola)
Tradita, abbandonata, (traicionada y abandonada)
Senza Enea, senza amici e senza regno. (Sin Eneas, sin amigos y sin reino)

Dido, en los versos de Metastasio, llora la ausencia de Eneas que la dejó sin amor, sin amigos, sin reino. Frente a una escena tan intensa e íntima, Tartini se entrega a una expresividad totalmente nueva: deja a un lado el virtuosismo en sí para proyectarlo hacía una nueva teatralidad más íntima y ménos extravagante, más personal y menos racional. Sobre la delicada base armónica del bajo continuo, el violín nos regala frases delicadas y suaves que reflejan perfectamente el silencioso dolor de la reina de Cartago.

Precipiti Cartago, (Sea destruida Cartago)
Arda la reggia, e sia (se queme su palacio)
la cenere di lei la tomba mia (y sean sus cenizas sean mi tumba)

En el segundo movimento domina la ira de Dido: sin Eneas, sin su amor, nada puede existir. La ciudad tiene que arder para que sea digna tumba de su cuerpo. Tartini transforma el violín en una furia brillante y elástica con la cual una reina casi esquizofrénica, capaz de pasar de momentos de profundo amor, recordando a Eneas, a la cólera más violenta.

E dell’Ibere stelle (Cuando todas las estrellas)
Al fausto balenar, (sean propicias)
Tutti i regni del mar (todos los reinos del mar)
Tornino in calma. (vuelvan a la calma)

Finalmente aparece Neptuno que con un gesto conclusivo inunda Cartago de agua, apagando el tremendo incendio que Dido voluntariamente había prendido. Todo vuelve a la calma y a la tranquilidad: la sonata se cierra con una sublime frase, casi suspirada, en tonalidad menor, que cubre de trágico silencio la triste aventura de Dido.   

Francesco Milella
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