Por José Antonio Palafox
El pasado sábado 27 de octubre, en un Auditorio Nacional poco menos que vacío, se proyectó desde el Met de Nueva York La fanciulla del West, una de las óperas menos famosas de Giacomo Puccini, la cual no pudo atraer una nutrida audiencia ni siquiera con la presencia del reconocido tenor alemán Jonas Kaufmann en uno de los papeles protagónicos. Y es que, si lo vemos muy fríamente, el argumento de esta ópera resulta bastante soso en comparación con los poderosos dramas que son, digamos, Tosca o Madama Butterfly. Pero La fanciulla del West es también una de las partituras más innovadoras de Puccini, además de un llamado a la reconciliación entre los seres humanos por medio del acto de confiar en el prójimo para brindarle una segunda oportunidad. Y eso es lo que el grueso del público que acostumbra asistir a estas transmisiones no le dio a La fanciulla del West: una oportunidad.
Lo cual resultó bastante triste, porque —a diferencia de la abigarra producción de Sansón y Dalila presentada la semana pasada— en esta ocasión la acertadísima puesta en escena (cortesía de Giancarlo del Monaco, hijo del legendario tenor Mario del Monaco) demostró que se puede ofrecer un espectáculo de altura sin necesidad de recurrir a grandilocuencias carentes de sentido. Así, un típico saloon, una acogedora cabaña en un nevado paisaje montañés y una calle del Viejo Oeste en la que solo faltó la clásica barrilla impulsada por el viento fueron el sobrio escenario de calidad cinematográfica donde se desarrolló la historia de amor de Minnie (la virginal e independiente fanciulla del West) y Dick Johnson (el peligroso ladrón de oro con corazón del mismo metal).
Trailer de la producción del Met para La fanciulla del West (2018)
La destacada soprano wagneriana Eva Maria Westbroek dio vida a Minnie, heroína de este drama de amor y pérdida ubicado en California durante la Fiebre del Oro. Aunque con estereotipados gestos de manos italianos que resultaron inexplicables (se supone que Minnie es estadounidense), su desempeño actoral resultó óptimo, lleno de un simpático candor virginal que se convierte en desesperación y finalmente en valor para enfrentar sola a una multitud enardecida. Sin embargo, vocalmente demostró que lo suyo son los descomunales terrenos de Richard Wagner, no el íntimo lirismo de Puccini. Efectivamente, en las notas altas su voz sobrepasó por mucho los límites de la elegancia y sonó francamente estridente en comparación con la grave atmósfera mantenida por la orquesta y los registros eminentemente masculinos del coro y los demás solistas (Minnie es prácticamente el único personaje femenino en escena ya que Wowkle, su mucama, solo aparece un par de minutos). El resultado fue que, más que una dulce cantinera que lee pasajes bíblicos a sus queridos mineros, la Minnie de Eva Maria Westbroek parecía más una valquiria dispuesta a defender a su amado a punta de rifle.
Por su parte, el tenor Jonas Kaufmann encarnó a un Dick Johnson (mejor conocido como el temible bandido Ramírez) carismático y agradable, permeado de trágica dignidad pocas veces conseguida por quienes abordan este personaje. Aunque su participación en escena no es predominante (aparece casi al final del primer acto, se pasa desmayado la mitad del segundo y los enfurecidos mineros lo dejan hablar muy poco en el tercero), el papel exige un registro capaz de proyectar su fuerza por encima de las vigorosas notas de la orquesta. Kaufmann lo consiguió de manera impecable, y ofreció pasajes dignos de recordarse tanto actoral como vocalmente —por ejemplo el dueto de amor Dolce viver così, così morire del segundo acto, o la dolorosa aria Ch’ella mi creda libero e lontano del tercer acto—.
Giacomo Puccini: fragmento de Dolce viver così, così morire (La fanciulla del West) / Eva Maria Westbroek (Minnie), Yusif Eyvazov (Dick Johnson) y la orquesta del Met, dirige Marco Armiliato
Pero quien sin duda se robó el escenario fue Željko Lučić como el celoso sheriff Jack Rance. Con su amenazadora presencia, este espléndido bajo-barítono ya nos había atemorizado la temporada pasada como el malvado Scarpia en Tosca, y ahora volvió a hacernos temer por la integridad de Minnie y por la vida de Dick Johnson. El fascinante tono cálido de su voz añadió una sugestiva complejidad dramática al personaje, haciéndonos dudar sobre sus verdaderas intenciones para con Minnie, sobre todo cuando le declara su amor en el primer acto (Minnie, dalla mia casa son partito) y en el tenso momento donde Rance y Minnie se juegan la vida de Johnson en una partida de póker mientras los contrabajos emulan el nervioso latido de un corazón.
Del resto del reparto cabe destacar el pulcrísimo desempeño del barítono Michael Todd Thompson como Sonora, cabecilla de los mineros, el tenor Carlo Bosi como Nick, el simpático cantinero, y el bajo Matthew Rose como Ashby, el agente de la Wells Fargo. El coro masculino del Met encarnó de manera ejemplar a los pendencieros pero afables mineros que confían ciegamente en su adorada Minnie y la protegen más que al oro que encuentran, aunque por momentos esa afabilidad jugó en su contra porque sus caricaturescos gestos y actitudes los hacían parecerse más a los enanitos de la Blanca Nieves de Disney que a los curtidos gambusinos que pretendían ser.
Por su parte, la orquesta del Met hizo un magnífico trabajo bajo la batuta del maestro Marco Armiliato, quien hizo alarde de una envidiable memoria fotográfica al dirigir sin partitura y ofreció al respetable una apasionada interpretación en la que resaltó los aspectos de sofisticación técnica e ímpetu rítmico que hacen de este uno de los trabajos más interesantes y propositivos de Puccini.
Giacomo Puccini: Ch’ella mi creda libero e lontano (La fanciulla del West) / Jonas Kaufmann (Dick Johnson) y la orquesta del Met, dirige Marco Armiliato
La siguiente ópera a proyectar en el Auditorio Nacional desde el Met de Nueva York será Marnie, del joven compositor estadounidense Nico Muhly. Esperemos que a nuestro público le gusten más las de Hitchcock que las de vaqueros, porque si no puede que volvamos a tener un recinto casi desierto.
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