Llamada “la peor cantante del mundo” en su época, Florence Foster Jenkins (1868-1944) fue una dama de sociedad neoyorquina, hija de un rico abogado, con una incontenible ambición: llegar a ser una cantante famosa . A pesar de su falta absoluta de talento y habilidad musical, esta soprano aficionada persistió en labrar una carrera gracias a sus amplios recursos y la ayuda entusiasta de su manager y socio, St. Clair Bayfield. Las grabaciones que existen de sus interpretaciones exhiben su nulo sentido de afinación y ritmo y una escasa capacidad para sostener una nota. Sin embargo, a pesar de estas graves deficiencias, la Foster encontró un público que la adoró precisamente por sus carencias y por ser motivo de diversión. Aunque la cantante estaba perfectamente al tanto de las múltiples críticas de que era objeto, ella estaba totalmente convencida de su grandeza y se comparaba con sus célebres contemporáneas como Lily Pons y Luisa Tetrazzini, y decía: “La gente podrá opinar que no sé cantar pero nadie podrá decir que no canté”.
La insólita vida de esta aficionada es ahora tema de dos películas, una comedia británica titulada Florence Foster Jenkins, dirigida por Stephen Frear (La reina), con Meryl Streep como la cantante y Hugh Grant en el papel de St. Clair Bayfield; y una cinta francesa estrenada recientemente, Marguerite Dumont, interpretada por Catherine Frot quien ganó el César 2016 a la mejor actuación femenina por este papel. Aunque el tono predominante de ambas cintas es el buen humor, la figura de la “peor cantante del mundo” es vista con afecto, comprensión y compasión, dicen las primeras reseñas.
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