La traviata en el MET

Por José Antonio Palafox   Hace aproximadamente dos meses tuvimos la oportunidad de asistir a la proyección desde el MET de Nueva York de Nabucco, […]

Por Jose Antonio Palafox Última Modificación marzo 7, 2017

Por José Antonio Palafox

 

Hace aproximadamente dos meses tuvimos la oportunidad de asistir a la proyección desde el MET de Nueva York de Nabucco, tercera ópera de Giuseppe Verdi y su primer gran éxito. En esta ocasión, como parte de la misma temporada 2016-2017, el próximo 11 de marzo tendremos la oportunidad de presenciar La traviata, decimonovena ópera del prolífico compositor italiano y uno de sus más estrepitosos fracasos, al menos en 1853, el año de su estreno.

 

Y es que los admiradores verdianos de la época preferían que las óperas de su compositor favorito tuvieran lugar en países distantes o, cuando menos, en épocas lejanas, y que los cantantes salieran a escena ataviados con llamativos trajes históricos. Hasta entonces, Verdi había complacido a su público con óperas donde Juana de Arco, Atila y Macbeth —entre otros— eran los personajes principales. Sin embargo, con La traviata hizo entrega de una obra totalmente atípica dentro de su producción porque, en vez de otro grandilocuente drama histórico, Verdi compuso un intenso drama psicológico de corte intimista y realista… tan realista que ocurría precisamente en la misma época que él y su público estaban viviendo. Peor aún: los personajes no salían a escena ataviados con armaduras o con túnicas, sino con el mismo tipo de flamantes esmóquines y vestidos de noche que los espectadores se ponían para asistir a las galas de ópera.

 

La razón es que, para La traviata, Verdi y Francesco María Piave, su libretista, se habían basado en una adaptación teatral de La dama de las camelias, novela escrita por Alexandre Dumas hijo tan solo un año antes, en 1852. En su libro, Dumas narra sucesos verídicos relacionados con la vida de Marie Duplessis (llamada Marguerite Gautier en la novela y Violetta Valéry en la ópera), una joven cortesana parisina con quien había sostenido un breve romance y que murió de tuberculosis a los 23 años de edad.

 

Cuando inició la composición de La traviata, Verdi se encontraba en plena madurez creativa y había hecho importantes modificaciones dentro de su estilo. Para empezar, su música poseía ya una cohesión excepcional, y sus personajes tenían una profundidad psicológica pocas veces vista en la historia de la ópera. Con La traviata el compositor estaba cerrando su brillante y audaz “trilogía popular” iniciada con Rigoletto (1851) y continuada con Il trovatore (1853). La principal característica de esta terna es que sus protagonistas son personajes marginales —un bufón jorobado en la primera, una gitana asesina en la segunda y una prostituta tuberculosa en la tercera— que, tras ser sometidos a duras pruebas por su entorno social, tienen la oportunidad de recuperar postreramente su humanidad perdida por medio del dolor, el amor y la muerte. Así, Violetta Valéry, “la traviata” (“la perdida” o “la extraviada”, en español) será humillada moralmente y hecha pedazos físicamente por una sociedad biempensante que no acepta ver amenazada su impoluta imagen (donde impera un machismo hipócrita encarnado en Giorgio Germont, padre de Alfredo, el enamorado de Violetta) por una cortesana que parece haber olvidado su condición de mero objeto de placer al atreverse a sentir amor por un joven “de familia respetable”.

 

La traviata se estrenó el 6 de marzo de 1853 en La Fenice de Venecia. Verdi sabía que estaba arriesgando demasiado porque ya había causado revuelo dos años antes con el protagonista jorobado de Rigoletto, pero en aquella ocasión había triunfado porque la acción ocurría en el siglo XVI y estaba llena de confusiones amorosas, intrigas y aventuras. Sin embargo, el público recibió el estreno de La traviata con el mismo entusiasmo con que recibiría una cubetada de agua fría. No solo la protagonista era una mujer de la vida galante, sino contemporánea suya. Y peor aún: al igual que Dumas en su novela, lo que Verdi estaba haciendo en el plano operístico era poner un espejo en el escenario para reflejar de una manera ferozmente crítica las virtudes, los vicios y las apariencias de los espectadores de su tiempo. Y, siendo sinceros, ¿a quién le gusta que le canten sus defectos, aunque sea en la voz de la mejor soprano?

 

Para colmo, el papel principal fue interpretado por Fanny Salvini-Donatelli, una soprano que a la sazón tenía 38 años y bastantes kilos de más, por lo que su figura no encajaba con el papel de una frágil jovencita enferma de tuberculosis. Despiadado como los personajes que rodean a Violetta, el público celebró con abucheos y carcajadas el trágico final de La traviata. Tras esa terrible primera representación, los empresarios del teatro —comprendiendo que el público se había sentido identificado y ofendido— decidieron eliminar toda referencia contemporánea y ordenaron situar la acción dos siglos atrás, con todo y los pertinentes cambios de vestuario. No fue sino hasta la década de 1880 que se volvieron a poner en escena producciones “de la época”.

 

Por su parte, Verdi hizo algunas leves modificaciones a la partitura, y en 1854 volvió a presentar su ópera en Venecia, esta vez en el Teatro San Benedetto. La representación fue todo un éxito (y continúa siendo una favorita del público), pero el compositor decidió volver a terreno seguro al situar en el siglo XIII la acción de I vespri siciliani, su siguiente ópera.

 

Giuseppe Verdi: Libiamo ne’ lieti calici (La traviata, Acto I) / Venera Gimadieva (Violetta) y Michael Fabiano (Alfredo)

Jose Antonio Palafox
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