En el segundo capítulo de esta miniserie vimos al joven Giuseppe Verdi sufrir fuertes reveses que por poco nos privan de uno de los grandes compositores de la historia. Sin embargo, en los últimos minutos vislumbramos una luz en las tinieblas con los ensayos de Nabucco, ópera que se estrenó el 9 de marzo de 1842 en La Scala de Milán, con el barítono Giorgio Ronconi (1810-1890) en el papel protagónico, la soprano Giuseppina Streponi como Abigaíl, la mezzosoprano Giovannina Bellinzaghi como Fenena y el tenor Corrado Miraglia (1821-1881) como Ismael.
El éxito de Nabucco fue absoluto, sus melodías eran tarareadas por todos los rincones de Milán (de hecho, el coro Va, pensiero, sull’ali dorate del tercer acto sería asimilado como un himno del movimiento de unificación italiano) y Verdi se vio convertido en toda una celebridad que incluso empezó a frecuentar el salón de la condesa Clara Maffei (1814-1886), donde se reunían los artistas italianos más renombrados de la época. Así dio inicio uno de los periodos de trabajo más intensos para el artista, en el cual compuso I Lombardi alla prima crociata (1843), Ernani (1844), I due Foscari (1844), Giovanna D’Arco (1845), Alzira (1846), Attila (1846), y Macbeth (1847), todas ellas óperas estrenadas en los más importantes teatros de Italia. Con ello, los ingresos del compositor empezaron a mejorar considerablemente, lo cual le permitió adquirir, en 1848, una propiedad ubicada en el pueblo de Sant’Agata, en la provincia de Piacenza, que más adelante se convertiría en Villa Verdi, su hogar desde 1851 hasta su muerte. La fama de Verdi era tal que incluso la administración de Her Majesty’s Theatre en Londres le comisionó una ópera. Y fue así que nuestro protagonista partió a la capital de Inglaterra a finales de mayo de 1847 para estrenar su undécimo trabajo: I masnadieri.
Capítulo 3
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