Es una ópera singular por varias razones: Xochicuicatl cuecuechtli es la primera escrita en náhuatl y su estreno mundial será en agosto ante una comunidad indígena, con una orquestación de instrumentos de origen prehispánico. “¿Por qué no hay ninguna ópera original en ninguna lengua mexicana cuando en México hay 64 lenguas vivas”, se pregunta el compositor Gabriel Pareyón. Salvo Dunaxhii, ópera en zapoteco del compositor Roberto Morales, estrenada en Oaxaca este año, no hay otra escrita en alguna de lengua originaria. La ópera de Pareyón, con tres personajes masculinos y tres femeninos, recupera el Xochicuicatl cuecuechtli, uno de los Cantares mexicanos, en náhuatl, compilados por Fray Bernardino de Sahagún, en el siglo 16. Pareyón (Zapopan, 1974) lo eligió por ser el único en el que no se advierten inserciones espurias de corte religioso-cristiano. Habla de flores, pájaros y cantos. Es la iniciación del rito de fertilidad. Pertenece al cuecuechcuicatl, un antiguo género de teatro musical u ópera documentado por los cronistas, con danzas, albures, cantos y expresión escénica. El historiador y lingüista Patrick Johansson, asesor del proyecto, define el cuecuechcuicatl como un “canto de travesuras”, y podría ser el antecedente del albur mexicano por el juego múltiple de sentidos, característico del náhuatl. “Hay un contenido profundamente erótico y humorístico”, dice. En esta ópera aparecen las ahuiani, mujeres hermosas que tienen la gracia de alegrar y que seducen al Tohuenyo, quien en el imaginario del México Antiguo era un joven huasteco de gran belleza física y atributos sexuales. Pareyón decidió que si la ópera era en náhuatl, debería favorecer la sonoridad de la lengua y la partitura se alejaría totalmente de la ópera a la italiana. Decidió emplear una orquesta de 20 teponaztlis -instrumento de percusión en un tronco de árbol labrado-, además de aerófonos (silbatos, ocarinas y flautas originarias de México). Lo que consiguió es una textura armónica nueva, amalgamada al náhuatl. Para la partitura creó una notación musical original y distinta al pentagrama europeo, aprovechando frisos, estucos y patrones de cerámica, lítica y textiles mexicanos. Las voces tampoco sonarán con la impostación típica de la ópera europea, pues la música favorece la articulación y dramatización del náhuatl. “No estamos trabajando con cantantes de ópera tradicionales”, apunta Enid Negrete, quien apoya el montaje y producción. El proyecto es parte de la línea de investigación “José Antonio Alcaraz” abierta por el Cenidim (Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Musical Carlos Chávez) y dedicada a la ópera en México. El elenco lleva seis meses ensayando en el Teatro de las Artes, algo inusual para los tiempos de producción de la ópera en México. Cuando llegue la fecha del estreno en el Cenart, el 6 y el 7 de septiembre, habrán alcanzado casi un año de trabajo. Pero antes, el 17 de agosto, irán a presentar la ópera a la localidad guerrerense de Arcelia, en cuyo centro cultural, El Tecolote, los solistas se entrenaron en la tradicional danza de artesa o de tabla, de origen prehispánico. “Esta ópera recupera la danza como instrumento tradicional mexicano”, indica Negrete. Crear otra ópera en náhuatl es una idea que tienta a Pareyón, aunque un proyecto de esa naturaleza involucra muchos años de trabajo, dice. Ya lo vivió con Xochicuicatl cuecuechtli, proyecto que empezó en 2000. Aprendió náhuatl y demoró dos años en su escritura, terminada en 2013. Por lo pronto, trabaja en una colección de ocho canciones escénicas en náhuatl. Ya está dejando una semilla: en Guadalajara, un alumno suyo, Demian Galindo, acaba de terminar una obra coral en lengua wixárika (o huichol). Y otro más, Juan Pablo Carranza, prepara una ópera infantil en náhuatl con el apoyo del compositor Ernesto Cano. Pareyón detecta un nuevo interés de parte de músicos, nacidos después de 1990, por aprender una lengua mexicana y emplearla con un propósito musical. “Son evidencias de un nuevo proceso cultural que, con toda mi esperanza, pudiera derivar. Fuente: ERIKA P. BUCIO
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