por Ricardo Rondón.
Alban Berg (1885-1935) es famoso por dos óperas que comparten las mismas alucinaciones y tragedias resultantes: WOZZECK es definitivamente más compacta y seguramente si Berg, hubiera vivido le habría apretado algunos tornillos en la acción dramática. LULU tiene una duración de más de tres horas; a nosotros nos pareció excesivamente larga, y a pesar de un público atento lleva desde el fastidio hasta la pérdida de atención. La labor ingrata de Cherha de terminar el tercer acto hace que nunca conoceremos las intenciones del compositor.
En LULU impera lo expresionista y lo operístico con oportunidades de lucimiento para los desagradables personajes que integran su tragedia. William Kentridge diseñó una producción que llega a lo genial, claro que estuvieron a su disposición los elementos del Met, pero ¡qué modo de aprovecharlos! Los cantantes estuvieron poseídos por sus partes, con buenas voces, presencia y loable trabajo de equipo. Si la iluminación fue obscura el mundo de Lulu era de sombras y sadismo. Marlis Petersen ha participado en 17 nuevas producciones de esta ópera, un tour de force que reta la tensión de la soprano así como a las reacciones tan complicadas como el argumento mismo. Atractiva, natural y no sobreactuada, la Petersen dio cátedra de por qué es la dueña actual del personaje, en el mundo… quizá ninguna otra soprano querrá cantarlo. Johan Reuter encarnó al Dr. Schön, el único hombre a quien Lulu ha amado y que acaba asesinándolo. De voz amplia, atractiva y viril seguramente es el Wotan de futuras producciones del Anillo de Wagner, ojalá. La magnífica mezzo-soprano Susan Graham cantó las líneas de la Condesa Geschwitz con intención y fascinación comunicando la tragedia de este frustrado personaje. El Alwa de Daniel Brenna es un hallazgo, tiene personalidad, buena voz y compromiso. Franz Grundheber contribuyó con la vasta experiencia acumulada en este especializado repertorio, con el personaje de Schigolch. Antes del estreno la orquesta sufrió un tropiezo con la cancelación de James Levine por motivos de salud pero entró al quite el director alemán Lothar Koenigs quien obviamente conoce su oficio: condujo con el refinamiento de la escuela vienesa y la acidez que aplica Berg para comunicar sus ideas. Lulu congregó una asistencia mucho mayor que la esperada lo cual es señal de que el público está deseoso de ver obras que desconoce. No cabe duda que Lulu es una nuez difícil de romper y exige varias audiciones para familiarizarse. No es una ópera divertida ni entretenida, sus mejores momentos estimulan, pero francamente es tediosa. Esta oportunidad la representó en sus mejores circunstancias pero, al contrario de Wozzeck donde sentimos algo por los personajes, Lulu no despierta compasión en ningún momento.
William Kentridge habla de su proceso creativo en LULU
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