por José Antonio Palafox
El pasado sábado 10 de noviembre, un no tan nutrido grupo de melómanos cinéfilos se dio cita en el Auditorio Nacional para disfrutar de la versión operística de Marnie, la novela de suspenso psicológico escrita por Winston Graham en 1961 y llevada a la pantalla por Alfred Hitchcock en 1964.
Afortunadamente, muy poco hay de la película del maestro del suspenso en esta nueva obra del prolífico Nico Muhly (1981), y es que —seamos sinceros— Marnie no es uno de los mejores títulos del gran Hitch, pero sí una de las mejores partituras del joven compositor estadounidense. Muhly y su libretista, el dramaturgo británico Nicholas Wright, decidieron apoyarse en mayor medida en la novela de Graham, así que devolvieron la acción a los paisajes industriales de Inglaterra, le quitaron a la protagonista la fobia al color rojo e incluso omitieron el final feliz del filme. El resultado es una ópera tan fascinante como perturbadora, donde la ambigua atmósfera creada por la música juega un papel fundamental para mantener al espectador pegado a su asiento mientras se desentraña el misterio que rodea a Marnie, la guapa joven que —atormentada por un violento suceso ocurrido en su infancia— se obliga a mentir y robar sistemáticamente a lo largo de toda su vida, adoptando distintas identidades y cambiando de paradero cada vez que las cosas se complican.
Trailer de la producción del Met para Marnie (2018)
Brillante adición a la lista de protagónicos cantados por mezzosopranos, el papel de Marnie exige no solo un sólido registro vocal que sea capaz de alcanzar las notas más altas con potencia y sin preámbulos, con un efecto de “fragmentación” de las frases poco menos que telegráfica en algo que más parecen monólogos teatrales que arias propiamente dichas, sino también una gran habilidad actoral que refleje convincentemente la compleja psique de la torturada protagonista. Ambos requisitos fueron cubiertos con gran acierto por la atractiva mezzosoprano estadounidense Isabel Leonard, quien además de lucir una voz magníficamente controlada, logró imprimirle un expresivo toque de frialdad acorde con un personaje que rehúye todo acercamiento emocional. Como añadidura, la feroz intensidad dramática de su actuación nos dejó una Marnie digna de permanecer en la memoria por mucho tiempo.
Por su parte, el barítono inglés Christopher Maltman encarnó con gran carisma a Mark Rutland, el empresario que cae enamorado de Marnie y la chantajea para casarse con ella, dando inicio a una problemática relación marital que incluye un intento de violación y un intento de suicidio, temas nada fáciles de abordar en una ópera pero que en esta ocasión fueron resueltos con gran habilidad y elegancia sin disminuir en nada su impacto sobre el público. La cálida voz de Maltman resultó la contraparte perfecta para el gélido timbre impreso por Isabel Leonard a Marnie, además de que el barítono imprimió a su actuación un aura de dolorosa vulnerabilidad que dio una interesante riqueza al personaje: ¿en verdad Mark Rutland es un “villano” porque obliga a Marnie a casarse con él? ¡Pero si en realidad está profundamente enamorado de ella!
Sin embargo, más interesante aún que la pareja protagónica resultó el personaje de Terry Rutland, hermano de Mark (en la novela es su primo), quien es el único que —mientras todos los demás se mueven en un frágil entramado de mentiras— esgrime la verdad como arma para hacer el mayor daño posible a Marnie después de verse rechazado por ella. El contratenor británico Iestyn Davies volvió a deleitarnos con una interpretación vocal impecable, y sus miradas y actitudes no dejaron de rezumar una insana pasión por Marnie ni un solo momento.
El reparto fue completado espléndidamente por la mezzosoprano estadounidense Denyce Graves, quien se robó la escena en un par de momentos con su contundente caracterización como la terrible madre de Marnie (en silla de ruedas y fumando cigarro tras cigarro), la soprano escocesa Janis Kelly como la altiva mamá de Mark y Terry, el tenor estadounidense Anthony Dean Griffey como Strutt (el vengativo primer jefe estafado por Marnie) y la mezzosoprano Jane Bunnell en un breve pero crucial papel como Lucy, vecina de la mamá de Marnie y poseedora de la verdad sobre el suceso del pasado que tortura a Marnie.
Nico Muhly: Fragmento de I see Forio (Marnie) / Isabel Leonard (Marnie) y la orquesta del Met, dirige Robert Spano
La producción fue ágil y elegante, basada en un inteligente trabajo escenográfico a cargo de Julian Crouch y 59 Productions que consistió en una serie de inquietos paneles que subían, bajaban y se deslizaban sin cesar de un lado mientras sobre sus superficies se proyectaban fragmentos de las distintas personalidades de Marnie y otras imágenes para crear, consecutivamente y sin ningún tipo de corte, los diversos escenarios donde transcurre la historia, todo aderezado con una efectiva iluminación en la mejor tradición del cine negro y ¿por qué no? del más terrorífico expresionismo, como en la escena donde Marnie intenta suicidarse: el escenario se hunde en las tinieblas y solo queda un rectángulo de luz blanca detrás del cual se percibe borrosamente cómo la gigantesca sombra de Marnie rompe una botella y se abre las venas. En ese momento, la luz se vuelve roja y los instrumentos de la orquesta lanzan —literalmente— un desgarrador grito con el que cae el telón.
Al frente de la orquesta y el coro del Met estuvo el experimentado maestro Robert Spano en su debut para esta casa de ópera. Su dirección fue vigorosa y meticulosa, haciendo hincapié en las intrincadas estructuras sonoras de la partitura, cuyos diversos temas “fragmentados” y superpuestos crean una rica textura bajo la cual se percibe no solo un aliento cinematográfico en deuda con el score de Bernard Herrmann para la película de Hitchcock, sino el interés personal de Nico Muhly por la polifonía renacentista (las cuatro “Marnies” que acompañan a la protagonista a lo largo de toda la ópera cantan sin vibrato, en un estilo similar al de los madrigales del siglo XVI) y el oratorio (en el hipnótico pasaje de la cacería de la zorra, donde el adorado caballo de Marnie, Forio, resulta gravemente lastimado y debe ser sacrificado).
Y aunque en lugar de Alfred Hitchcock en uno de sus clásicos cameos lo que apareció fue un inexplicable (e insoportable) grupo de bailarines que, ataviados con traje y sendos sombreros de fieltro, se contorsionaban a lo largo y ancho del escenario mientras acomodaban la utilería de cada cambio de escena, al final los rostros complacidos y los comentarios halagadores del público demostraron que, cuando se lo propone, el Met puede ofrecer producciones inteligentes sin necesidad de caer en los excesos que últimamente parecen ser su sinónimo de la palabra “propositivo”.
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