Nacido en Liguria, el italiano Carmine Gallone (1885-1973) empezó su carrera como cineasta con el filme silente Il bacio di Cirano (1913), al que siguieron varias decenas de corto y largometrajes antes de su primera película hablada, Die Stadt der tausend Freuden (1927), que fue producida en Alemania. Desde sus primeros trabajos, Gallone mostró debilidad por las reconstrucciones históricas pomposas y grandilocuentes, lo cual lo llevó a ser comparado con el famoso cineasta estadounidense Cecil B. DeMille (1881-1959). Debido al gran éxito obtenido con su Escipión, el africano (1937) —película que fue interpretada como una celebración metafórica del triunfo de la invasión italiana de Etiopía (1935-1936)—, Gallone se convirtió en uno de los artífices de la glorificación del fascismo por medio del cine.
Sin embargo, involuntarias exaltaciones de regímenes totalitarios aparte, Carmine Gallone también pasó a la historia del cine por sus abundantes películas biográficas de compositores famosos —Vincenzo Bellini en dos versiones de Casta Diva (1935 y 1954), Franz Liszt en Wenn die Musik nicht wär (1935), Giuseppe Verdi en la espléndida Verdi (1938), Giacomo Puccini en la colorida Puccini (1953)—, adaptaciones operísticas —El sueño de Butterfly (1939), una curiosa Manon Lescaut (1940) protagonizada por Alida Valli y Vittorio De Sica, Rigoletto (1946), La signora dalle camelie [La traviata] (1947), Il trovatore (1949), Addio Mimí! [La bohème] (1949), Fausto (1949), La forza del destino (1950), Cavalleria rusticana (1953), Madame Butterfly (1954), una magnífica Tosca (1956) protagonizada por Franco Corelli y Franca Duval— y otras cuya trama gira de una u otra manera en torno al mundo de la música de concierto y la ópera —El cantante de Viena (1936), Y la aventura sigue… (1939), Amami, Alfredo! (1940), Taxi di notte (1950) [protagonizada por el gran tenor lírico Beniamino Gigli como un taxista cantarín], Casa Ricordi (1954) y Carmen di Trastevere (1962)—.
Filmada en los legendarios estudios cinematográficos de Cinecittà, Melodías eternas (1940) es uno de los rimbombantes retratos biográficos más famosos y representativos de Carmine Gallone, quien aborda la vida de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) —desde su más tierna infancia hasta el lecho de muerte— con un deslumbrante sentido del espectáculo y más buena voluntad que rigor histórico. En realidad, la película no busca ser un sesudo análisis del proceso creativo de Mozart, sino una sucesión de anécdotas (a cuál más dudosa) que ponen de manifiesto una genialidad desbordada y fuera de lo común. Sin embargo, Melodías eternas no deja de tener grandes aciertos (por ejemplo, el hábil uso que se hace de la música), momentos admirables (por ejemplo el encuentro entre Mozart y Beethoven, o la escena final, que no le pide nada a la conclusión de Amadeus) y, sobre todo, una entusiasta participación actoral, encabezada por Gino Cervi como Wolfgang Amadeus Mozart, Conchita Montenegro como la soprano Aloysia Weber y Luisella Beghi como Constanza Weber. Por la pantalla desfilan también personajes que seguramente serán harto conocidos para el espectador avezado en biografías del genio de Salzburgo: Anna Maria, Nannerl y Leopold Mozart (madre, hermana y padre del compositor), el emperador José II de Austria, la emperatriz María Teresa, el empresario, actor y libretista Emanuel Schikaneder y los compositores Antonio Salieri y Joseph Haydn. La adaptación musical de obras de Mozart y Beethoven que escuchamos en Melodías eternas corrió a cargo del compositor Alessandro Cicognini (1906-1995), y la interpretación estuvo a cargo del maestro Luigi Ricci (1893-1981), con la colaboración de la soprano Margherita Carosio (1908-2005). Disfrute nuestro amable lector esta película.
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