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Wolfgang Amadeus Mozart: Quinteto para cuerdas No. 4 en sol menor, K. 516 / Ensamble ACJW
Esta composición de Mozart es una obra escrita para lo que se conoce como “quinteto con viola”, porque a la alineación del cuarteto tradicional (dos violines, una viola y un violonchelo) se agrega una viola adicional. Su composición data de 1787, un año antes de las famosas sinfonías No. 40 y 41, y en su carácter oscuro y melancólico se revela el sentimiento de frustración que embargaba al compositor ante sus crecientes problemas económicos, la falta de interés con que Viena empezaba a “castigar” sus composiciones y el empeoramiento de la salud de su padre, Leopold Mozart, quien moriría pocos días después del estreno de este quinteto. La intensa tristeza que emana de esta obra hizo que, en su momento, Piotr Ilich Tchaikovsky dijera: “Nadie ha sabido cómo interpretar tan exquisitamente en música el sentimiento de resignación y la inconsolable sombra”.
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Ludwig van Beethoven: Quinteto para piano y alientos, Op. 16 / Klara Würtz (piano), Henk de Graaf (clarinete), Hans Meyer (oboe), Peter Gaasterland (fagot) y Martin van de Merwe (corno)
Beethoven compuso su Quinteto para piano y alientos Op. 16 en 1797, al parecer inspirado en el exitoso Quinteto K. 452 escrito por Mozart trece años antes para la misma alineación instrumental. Aunque la estructura de la obra contiene reminiscencias mozartianas, el joven Beethoven —entonces con 27 años de edad— ya luchaba por encontrar un lenguaje propio. Así, a diferencia de Mozart, que en su K. 452 entrelaza los instrumentos, Beethoven en su Op. 16 opone el piano a los alientos, con lo que consigue crear el efecto de una especie de concierto de cámara para piano. Sin embargo, tal vez para que la obra fuese más accesible al público o para facilitar su interpretación a manos de los numerosos cuartetos de cuerdas y pianistas que invadían la Viena de la época, en 1801 el propio Beethoven hizo la transcripción de esta obra para piano y cuarteto de cuerdas, con el mismo opus y algunas variaciones en las partes para las cuerdas.
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Johannes Brahms: Quinteto para clarinete y cuerdas en si menor, Op. 115 / James Campbell (clariente) y el New Zealand String Quartet
Johannes Brahms compuso su Quinteto para clarinete y cuerdas en 1891, con dedicatoria al entonces famoso clarinetista Richard Mühlfeld. Se trata de una de las obras de cámara más importantes del compositor, estructuralmente rigurosa y perfectamente circular. Considerado una de las obras maestras de la música del Romanticismo, este quinteto sobresale por su sobrio lirismo y melancólico carácter introspectivo. Sin embargo, Brahms ya tenía en mente la firme decisión de dejar de componer, y a pesar del arrollador éxito que tuvo en su estreno y de la admiración que despertó entre sus contemporáneos, el Op. 115 es una de las obras con que puso fin a su vida como compositor.
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Gabriel Fauré: Quinteto para piano y cuerdas No. 1 en re menor, Op. 89 / Ensamble Schubert
Sin duda, dos de las obras de cámara más bellas compuesta por Gabriel Fauré son sus Quintetos para piano. Particularmente, el Op. 89 fue una de las importantes piezas que marcaron la transición estilística del compositor, alejándolo del temperamento postromántico y emparejándolo con el simbolismo, dentro del cual verían la luz sus obras más destacadas. La génesis del Quinteto No. 1 abarcó prácticamente 15 años (de 1890 a 1905), y su estreno se llevó a cabo en 1906. El resultado es una meditación íntima sobre el papel creador del artista, donde la música adquiere una inusual cualidad etérea y cristalina que encontrará su máximo desarrollo pocos años después en la obra de los compositores impresionistas.
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Dmitri Shostakovich: Quinteto para piano y cuerdas en sol menor, Op. 57 / Martha Argerich (piano), Joshua Bell (violín I), Henning Kraggerud (violín II), Yuri Bashment (viola) y Mischa Maisky (violonchelo)
Shostakovich compuso esta obra en el verano de 1940, inmediatamente después del controvertido estreno de su Sexta Sinfonía, que a pesar de la respuesta favorable del público fue retirada de los programas de las orquestas por la censura soviética. Sin embargo, el Quinteto corrió con mejor suerte: se le concedió el Premio Stalin en 1941, siguió interpretándose continuamente en la Unión Soviética y se convirtió en una de las obras más conocidas del compositor fuera de su país. Se trata de una pieza técnicamente rigurosa, pero al mismo tiempo accesible para el escucha porque está escrita en un estilo claro y armónico (aunque no tan alejado de las “búsquedas sonoras abstractas” de que se quejaban los detractores de Shostakovich, como podemos percibir en las “falsas notas” que salpican la pieza por aquí y por allá, y que eran una de las maneras personales que el compositor tenía para burlarse del régimen estalinista).
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