La aceptación de la música clásica no pasa necesariamente por un entendimiento musicológico de la obra que se escucha. El arte en sí mismo busca desplegarse y, muchas veces, el conocimiento profundo de una materia pone en peligro la consecuencia natural de su percepción.
El oído con el que un niño recibe cualquier propuesta sonora posee la arquitectura necesaria para elaborar un gusto temprano y duradero, pues la música ha de ser permitida siempre, ha de ser facilitada, y el eslabón entre determinadas expresiones y el público infantil parece determinar cierta altura que enmudece en muchos la necesidad de acceder a tales obras.
Anita Collins: ¿Qué pasaría si cada niño tuviera acceso a la educación musical desde el nacimiento?
En algunos ámbitos se tiende a profesionalizar al espectador (cuya cultura y reglas de comportamiento nos hacen creer que es necesaria una capacitación especial), pero los niños adolecen de ese sentimiento ilustrado que magnifica el deleite del arte. Así, viviendo unas fechas en las que el tiempo de ocio amplía las propuestas con los más pequeños, la música en familia ocupa un maravilloso lugar de disfrute compartido: la mal llamada “música culta” se convierte entonces en un espacio de libertad y juego, de danza, de grito, de voltereta.
Existen muchos ejemplos de canciones, villancicos y cuentos musicales escritos para una audiencia exclusivamente infantil, pero ellos perciben un mundo que no ha de ser vedado ni proscrito: romántica, ópera, coral, sinfónica o contemporánea, cualquiera de las formas sonoras que adopta la música ocupa un lugar en la memoria original de los niños. Sólo hay que dejar que suene.
Fuente: Ulises Villanueva, en La quinta de Mahler, Madrid, julio 2019.
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