por Ricardo Rondón
Lorin Maazel nació en Francia en 1930 y debutó como director orquestal a los ocho años. A partir de 1953 se dedicó de lleno a la dirección estableciendo una magnífica reputación en las salas de conciertos de Europa. Su carrera progresó con más lentitud en los Estados Unidos, pero pronto fue nombrado director musical de la Orquesta de Cleveland, la Orquesta Nacional de Francia, la Sinfónica de Pittsburgh, la Sinfónica de la Radio Bávara y la Filarmónica de Nueva York. Maazel era admirado por su perfecta afinación y memoria fotográfica aplicada a las partituras. Los músicos lo describían como neurótico y tiránico en los ensayos, algo que suavizó con los años.
Maazel fue un niño prodigio. Tomó sus primeras lecciones en dirección a los siete años con Vladimir Bakaleinikov, debutando a los ocho. A los once lo invitó Arturo Toscanini a dirigir la Orquesta Sinfónica de la NBC y a los doce realizó una gira por los Estados Unidos actuando con la orquestas principales. Mucho más adelante fue nombrado director musical y administrador de la Opera Estatal de Viena en donde hubo calidad más no un buen entendimiento y menos, afectividad. De todos modos, los resultados musicales fueron superlativos. En la etapa final de su vida fue titular de la Filarmónica de Nueva York con conciertos memorables. Fue también el director más joven en dirigir en el Festival de Bayreuth y recibió todos los honores imaginables. Vino a México en varias ocasiones. En Bellas Artes realizó un ciclo de las nueve sinfonías de Beethoven (recordamos los cornos miserables) y en la Sala Nezahualcóyotl enloqueció al público frente a la Orquesta Nacional de Francia en programas inolvidables. Lo conocimos y nos dejó la mejor impresión: educado, caballeroso, buen sentido del humor y clarísimo en sus respuestas. Fue un honor haber estrechado su mano y definitivamente es uno de los músicos más importantes que hemos escuchado en vivo.
Su discografía es impresionante y variada. Grabó mucho para Decca incluyendo ciclos sinfónicos de Tchaikovsky y Sibelius, ambos con la Filarmónica de Viena. Su Fidelio (Beethoven) es la que más nos gusta por la vitalidad y fuerza que encierra y la emotividad que genera. De Berlioz hay fabulosas grabaciones de Romeo y Julieta, Haroldo en Italia, y naturalmente la Sinfonía Fantástica. La mejor grabación del ballet Romeo y Julieta de Prokofiev es la suya y Cleveland suena como solo Maazel supo conducirla. Otra grabación famosa es la de la ópera Porgy and Bess de Gershwin, presentada completa y con voces superlativas. De Puccini admiramos sus lecturas de Suor Angelica, Il Tabarro, Gianni Schichi y Madama Butterfly, todas con elencos magníficos. Las mejores versiones de los Conciertos para piano de Maurice Ravel son las suyas llevando en el teclado al formidable Jean-Philippe Collard. Rimsky-Korsakov y Respighi son tan solo dos de los compositores que Maazel transmitía con un virtuosismo y vitalidad incomparables.
Su Requiem de Lloyd-Webber rompió records de ventas y como orquestador podemos escucharlo en El anillo sin palabras, en donde explora la música de Wagner sin voces. Sus ediciones para Telarc llevan una claridad técnica digna de este oído superlativo. Para terminar, Gustav Mahler y la Filarmónica de Viena son un binomio ideal y las lecturas de las Sinfonías Nos. 2,3 y 8 son de las mejores del catálogo. Con Agnes Baltsa como solista, nos conmueve su Kindertotenlieder. Un “pecadillo” en su trayectoria fue prestarse para actuar con Andrea Bocelli, un cantante cuyo éxito no nos podemos explicar. Para escucharlo a Maazel como violinista, está integrado a un grupo selecto en el Concierto op. 21 de Ernest Chausson, una belleza de obra.
Lorin Maazel tuvo una estrella ascendente que dejan un testimonio que pocos han logrado. Las peripecias de estas carreras naturalmente incluyen berrinches y furias humanas. Toscanini fue otro ejemplo, pero valieron la pena y nadie que ame la música va a olvidar a Maazel.
Ricardo Rondón para Música en México
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