por Francesco Milella
En tiempos de ciegos academismos musicales y de verdades filológicas cada vez más rígidas, es necesario a veces volver a una idea práctica de la música, una idea en donde el gusto y el placer de escuchar sigan siendo la prioridad frente a cualquier otra reflexión histórica o hermenéutica. Esta idea, lejos de promover una dimensión ingenua y remilgada del mundo musical, nos ayuda a ver la música como algo más vivo y dinámico, libre de abstractas elucubraciones. Un ejemplo lo dice todo: András Schiff.
Nacido en Budapest en 1953, András Schiff es hoy considerado uno de los más grandes pianistas del siglo, fabuloso intérprete de las obras de Schumann, Schubert, Mozart y Bartók, y gran promotor de la cultura. Pero Schiff no fue y no es un pianista cualquiera: detrás de su gloriosa trayectoria artística, de los innumerables discos publicados y de sus triunfos concertísticos, se esconde una identidad musical que, después de casi cuarenta años, sigue siendo revolucionaria.
Concierto para teclado BWV1052
Protagonista absoluto de esta identidad revolucionaria es la música de Johann Sebastian Bach. Desde 1982, año en que Decca publicó las Variaciones Goldberg, András Schiff ha logrado crear una complicidad única y formidable con el gran compositor alemán, transformándose, en pocos años, en su representante más noble, elegante y al mismo tiempo controvertido.
Los ochenta fueron los años del triunfo de la filología, de las historically informed performances: las cuerdas de tripa, los cuernos naturales y el clavecín dejaron de ser un éxotico testigo del pasado para convertirse en el fundamento de una ley interpretativa cada vez más rígida y difusa. Obviamente András Schiff, con su Bach en piano de cola, comenzó a despertar las iras de todos aquellos que veían en aquel instrumento el enemigo número uno para alcanzar la verdad hermenéutica en la música barroca. ¿Cómo era posible – decían – tocar su música en un instrumento que Bach nunca había conocido y que incluso había rechazado?
Pero Schiff hizo como si nada: «yo creo que se puede adecuar a Bach a los instrumentos de hace 20 años y tocarlo con conocimiento profundo de su época. Los dogmáticos de la corriente auténtica o históricamente bien informada no pueden ejercer de policías y establecer sus normas para todos. Entiendo que surgiera esta corriente, sobre todo después de la gran influencia que tuvo Herbert von Karajan en el siglo XX con su sonido Hollywood para todo lo que hacía, pero creo que muchos se están excediendo. Bach era un revolucionario: él mismo adaptó muchas de sus obras para instrumentos diferentes a los que fueron escritos; estoy seguro de que le hubiera gustado escuchar sus obras ahora en un piano moderno.»
Obertura en estilo francés BWV831
El Bach de András Schiff rebasa estas discusiones académicas y sus dogmas filológicos, alcanza una belleza pura y universal que trasciende el sonido mismo del instrumento. Así fueran las matemáticas y abstractas estructuras del Arte de la fuga, las amables melodías de las Suites francesas o la contagiosa energía de los conciertos para tecla, para Schiff la regla era y sigue siendo una sola: «Para Bach hay que usar colores puros, no mezclas ni pasteles propios del impresionismo y alejarse de los pedales. La sencillez es algo bueno, es profunda.»
El objetivo de Schiff y de sus numerosas grabaciones de las obras de Bach no es la reconstrucción de la verdad histórica de cada una de ellas, sino de la belleza y de la verdad superior que en ellas se esconde. Esta es la verdadera revolución de András Schiff: en un mundo de discusiones y falsas verdades, el pianista húngaro, sin olvidar las razones históricas y las necesidades interpretativas que la música de Bach necesariamente lleva consigo, nos propone volver a la sencillez para descubrir nuevamente la profundidad, la vitalidad y la dimensión mística y universal de uno de los más grandes genios de la música.
Variaciones Goldberg BWV988
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