Las vicisitudes del contratenor en México

Llega a nuestras manos el libro Las vicisitudes del contratenor en México, escrito por el maestro Héctor Sosa Manterola.

Por Música en México Última Modificación noviembre 15, 2022

por José Antonio Palafox

Publicado en julio de 2022 por Laberinto Ediciones con el apoyo de la Secretaría de Cultura a través del Centro Nacional de las Artes y del Proyecto Chapultepec, Naturaleza y Cultura por medio de la convocatoria del Programa de Apoyo a la Docencia, Investigación y Difusión de las Artes 2021, llega a nuestras manos el libro Las vicisitudes del contratenor en México, escrito por el maestro Héctor Sosa Manterola, uno de los más importantes exponentes y promotores del quehacer interpretativo del contratenor en México, además de comprometido pedagogo con una larga carrera como catedrático en la Escuela Superior de Música (ESM) del Instituto Nacional de Bellas Artes.

Las vicisitudes del contratenor en México es una valiosa obra de difusión, información y orientación, tan erudita como amena, que expone el difícil panorama al que se enfrentan –por el simple hecho de poseer un muy particular tipo de voz, la tesitura más aguda dentro de las voces masculinas— los contratenores en nuestro país. El libro inicia con un didáctico repaso para no iniciados en el que se nos explica qué es la tesitura y cuáles son las categorías y subdivisiones de las voces femeninas y masculinas, para luego abordar el origen y el desarrollo de la figura del contratenor en la música, desde los inicios de la polifonía occidental en el siglo XIII hasta su resurgimiento en la Inglaterra del siglo XX con el gran Alfred Deller. También se indican las similitudes y diferencias entre cantores y cantantes, y entre  la voz del contratenor y las voces del falsetista, el tiple, el tenorista y, por supuesto, el castrato, el cual —como es bien sabido— alcanzaban su excepcional tesitura por medio de una intervención quirúrgica que no solo ponía en riesgo su vida sino, en la mayoría de los casos, le  provocaba curiosas alteraciones físicas.

Ya que la figura del contratenor es indisociable de la del castrato (al grado de que hoy en día mucha gente piensa que los contratenores están castrados), Héctor Sosa dedica un capítulo de su libro a la castración masculina y los casos en que se ha utilizado, ya sea como castigo, para curar ciertas enfermedades, para garantizar la salvaguardia de las preciadas esposas de sultanes y emperadores o para realizar las más impresionantes proezas vocales de que se tenga memoria en toda la historia de la música ante los deleitados oídos y los complacientes ojos de una Iglesia hipócrita que, por un lado, condenaba tajantemente la castración de niños pero, por el otro, exigía la presencia de los más destacados castrati en sus templos para mayor gloria de Dios.

Varios siglos después y en otras latitudes, una vez muerto Alessandro Moreschi (1858-1922), el último castrato, y tras la revitalización de la tesitura del contratenor realizada por Alfred Deller (1912-1979), la triste realidad es otra: en el México de la segunda mitad del siglo XX, el poseedor de esta tesitura no pasa de ser —como lamentablemente le hizo saber al contratenor Javier Zavala un miembro del público durante su interpretación como el príncipe Orlofsky en la opereta El murciélago, presentada en el Teatro de la Ciudad en 1977— un “maricón” que, según creencia popular, canta con falsete. Curiosa afirmación, puesto que el falsete es bien recibido, aplaudido y hasta imitado —cuando la fiesta está muy buena y hay un par de copas de más de por medio— por el respetable en las interpretaciones de los cantantes de sones y huapangos y, sobre todo, de esos incuestionables íconos de la hombría mexicana que son los charros cantores (nos viene a la memoria el tema de Chava Flores que dice “Yo tenía un chorro de voz / Yo era el amo del falsete…”). ¿A qué se deberá que el “amariconamiento” de la voz esté bien visto en un charro sombrerudo y bigotón que canta en las cantinas de la plaza Garibaldi, pero no en un contratenor de frac y corbata que ofrece un recital en Bellas Artes, a tan solo cinco minutos de distancia? ¿Será que en nuestro país existe una hipocresía digna de rivalizar con la de la Iglesia de tiempos de Senesino y Farinelli? Héctor Sosa no da respuesta a estas divagaciones que surgieron en la mente de quien esto escribe mientras leía Las vicisitudes del contratenor en México, pero sí hace hincapié en que el rechazo sistemático (muchas veces disfrazado de condescendencia y no por ello menos vergonzoso y humillante) de un público al que le incomoda sobremanera escuchar a un hombre que canta con voz “de mujer” es producto de una combinación de varios elementos, empezando por el machismo, la discriminación y la homofobia que se imponen a las personas desde el seno familiar (“Esas canciones son para viejas”, “No cantes como niña, ¿eres maricón o qué?” y un largo y vergonzante etcétera) y que no solo determinan lo que aceptable para cada quién según su sexo, sino que imponen castigos ejemplares —incluso dentro de las obras de teatro y los libretos de ópera— a toda transgresión que altere el orden de los roles normalmente asignados a hombres y mujeres.

Así de feas las cosas, no son de extrañar agresiones y vejaciones como las sufridas por Alfred Deller, Javier Zavala y el propio Héctor Sosa, ante las cuales no queda más que salir avante con la mayor elegancia posible (ver la legendaria respuesta de Deller a la pregunta “Are you an eunuch?” o la reacción del maestro Sosa cuando lo llamaron “sopranino”). Pero no son solo los burdos actos de machismo y homofobia lo preocupante, sino el hecho de que esta “cultura” imperante en nuestro país ha llenado de trabas el camino —de por sí difícil— de los jóvenes talentos que deciden tomar el toro por los cuernos y desarrollar una carrera como contratenores. Al estigma familiar y social hay que agregar un panorama prácticamente yermo educacionalmente hablando: en todo México no hay ningún programa de estudios específico para la voz de contratenor, además de que los docentes no han mostrado un genuino interés por estudiar las amplísimas posibilidades que ofrece este fascinante registro, con lo que en vez de cultivar las cualidades vocales de sus alumnos se dedican a llenarlos de restricciones y limitaciones. Peor aún: salvo en contadísimos casos, en México la voz de contratenor no tiene cabida en los concursos de canto, ni en las salas de concierto y mucho menos en las temporadas de ópera, que se caracterizan por ser harto conservadoras. Incluso los compositores muestran un pasmoso desinterés por escribir algo para este tipo de voz. ¿Por qué?

Las soluciones que propone el maestro Sosa para subsanar este desacierto no son nada del otro mundo, podrían llevarse a cabo con un poco de esfuerzo y buena voluntad, y serían de gran ayuda para allanar el camino a las nuevas generaciones de contratenores, ya que —como ejemplifica con los casos de Emmanuel Pool, Javier Medina y Edwin Calderón, los únicos tres contratenores egresados de escuelas de música mexicanas, y César Aguilar y Rubén Berroeta, que buscaron mejor fortuna en el extranjero— siempre habrá quienes decidan pelear a la contra para consolidar su vocación. Y es a estos jóvenes —los que vendrán— que Héctor Sosa ofrece los frutos de su invaluable trayectoria en la enseñanza. Es así que, con el objetivo de facilitar a los alumnos el aprendizaje de la tesitura, todo un capítulo del libro está dedicado a la pedagogía vocal e incluye un desglose de los distintos registros en la voz masculina, además de las cualidades y habilidades que debe poseer un contratenor, su postura corporal y su presencia escénica. Asimismo, aborda técnicas de respiración, técnicas vocales y recomendaciones estético-interpretativas, de salud y hasta de convivencia escolar, social y cultural.

Herramientas didácticas importantísimas son también el espléndido catálogo sugerido de obras (escritas específicamente o perfectamente adaptables para la tesitura de contratenor) y la breve antología musical destinada a enriquecer el repertorio de los noveles contratenores con trece partituras de compositores como Giulio Caccini, Henry Purcell, Antonio  Vivaldi, Wolfgang Amadeus Mozart, Vincenzo Bellini, Charles Gounod y Salvador Moreno, presentadas en cuatro idiomas diferentes (italiano, alemán, inglés y español) y ordenadas con un grado de dificultad ascendente. Las vicisitudes del contratenor en México concluye con una lista selecta de discos y películas cuyo propósito es deleitar al lector con el arte del contratenor y llevarnos a dar por nosotros mismos respuesta a una de las interrogantes más importantes planteadas en el libro: ¿cuál es el lugar que ocupan los contratenores en México? Ojalá pronto deje de ser el que tienen y sea el que se merecen.

Héctor Sosa, Las vicisitudes del contratenor en México, con prólogo de Iván López Reynoso, Laberinto Ediciones, 2022

Giovanni Battista Bononcini: Per la gloria d’adorarvi (de la ópera Griselda) / Héctor Sosa (contratenor) y el Trío Morelia

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