Todo un mundo, de ideas filosóficas, de temas musicales, exuberante y rica instrumentación, rítmica sorprendente que (de este lado del mundo) consideramos “exótica”, todo puede estar contenido en la música de Oliver Messiaen y, como en este caso, en una obra tan original como la Sinfonía Turangalîla.
Turangalîla es un término compuesto por dos palabras en sáncrito, “turanga” que puede significar el tiempo que fluye veloz, pero también ritmo y movimiento, y “lila” que alude a la vida y a la muerte, a ese juego divino que nos da la vida y la muerte, pero también al amor. Turangalila es un canto de felicidad, es una sinfonía de la exuberancia y plenitud del amor.
El amor para Messiaen podría compararse al sentido del amor de algunos grandes místicos (Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz en primer término) y es un amor que trasciende toda connotación existencial para convertirse en una fuerza ineludible, irreprimible, sin límites, pleno de gozo pero también de fatalidad, equiparable a la muerte. Por ello no debe extrañarnos que Messiaen explicara que también se había inspirado en la mitológica historia de Tristán e Isolda. Por supuesto, desde parámetros musicales opuestos a los de Wagner.
Toda la obra gira sobre cuatro temas que se reiteran en diferentes momentos de la obra:
-un tema de acordes y sonidos férreos, graníticos que representan la fatalidad de la vida;
-el tema de la flor, un tema delicado y juguetón, rico en su juego de los colores, asociados aquí a diversas flores y las sensaciones y sentimientos que le sugieren éstas;
-el tema del amor, que parece el más recurrente por ser el más fácilmente identificable, y adopta una melodía simultáneamente lánguida y apasionada;
-el cuarto tema es una especie de “comodin” que, basado en diversos acordes libres, el autor usa para combinarlo con los otros temas, conformando una nueva idea que se transforma.
La orquestación es abrumadora, con todas las secciones instrumentales aumentadas, con una sección de percusiones inmensa y variada que intenta imitar la rítmica de las culturas mencionadas. Pero, además, MESSIAEN convierte su “sinfonía” en un “concierto” pues pide una participación inclemente del piano como solista con extremas dificultades técnicas, que por las armonías que convoca el compositor, a ratos intenta sonar como un típico gamelán de Indonesia; además se escucha un extraño visitante que el compositor invitó varias veces a sus creaciones, las Ondas Martenot, ese curioso instrumento electrónico de teclado, con ciertas limitaciones de notación, pero con mágicas posibilidades de glisandi (el deslizamiento de una a otra nota) pero cuyo sonido, a veces agudísimo y a veces cálido y suntuoso, puede atravesar el espectacular sonido de la gigantesca orquesta de MESSIAEN.
La Sinfonía Turangalîla está conformada por 10 movimientos que, sin que se indique, están divididos en dos partes simétricas, cada una de cinco movimientos. Los títulos no pueden ser más sugestivos: Canto de amor 1 y 2, Turangalîla 1, 2 y 3, La alegría de la sangre de las estrellas, El Jardín del sueño de amor y Desarrollo del amor.
Los movimientos podrían también agruparse por su carácter en tres bloques de movimientos: los movimientos pares, 2, 4, 6 y 8, que son los movimientos del amor; un grupo más árido y hermético, los movimientos 3, 7 y 9, que son los llamados Turangalîla y los movimientos que concluyen cada mitad de la obra, el 5 y el 10, con el carácter de un intenso allegro, que repite su tema obsesivamente, hasta terminar con una sonoridad apabullante y estremecedora. Sí. Nos falta el primer movimiento que es una “sencilla” introducción a toda la obra.
Fuente: OFUNAM
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