Las voces de los miembros del Taller de Ópera de Sinaloa se sumaron a la de la soprano mexicana Olivia Gorra para cantar la pieza Dime que sí, en una regocijante noche en el Teatro Pablo de Villavicencio, donde la cantante fue aplaudida, celebrada y ovacionada tras su concierto de gala Pecadora… nomás tantito, con el virtuoso James Demster al piano.
El programa, que incluyó quince piezas y tres ancores, así como algunos poemas con el tema del amor y el pecado, fue parte medular de los festejos del 40º Aniversario de la creación de la Dirección de Investigación y Fomento de Cultura Regional (DIFOCUR), hoy Instituto Sinaloense de Cultura (ISIC).
Inició con el Tema de La Hora azul, de Agustín Lara y María Teresa Lara, tocada al piano por James Demster, quien de entrada mostró su virtuosismo en el manejo del instrumento, para luego entrar al escenario, entre aplausos, Olivia Gorra, ataviada de negro riguroso y luciendo una sonrisa amplia como el día, para cantar algunos temas de Lara: Mujer, Pecadora y Mi rival, que de entrada provocaron la admiración de los asistentes.
Con gran sensualidad interpretó luego The man I Love, de Eddie Cooley y John Davenport y La vida en rosa, de Edith Piaf, para luego incluir, fuera del programa, el aria O mio babino caro, de la ópera Gianni Schichi, de Giacomo Puccini, y cerrar esta sección con El día que me quieras, basado en un poema de Amado Nervo con música de Manuel Esperón, que despertó una ola de entusiasmo y de suspiros.
Siguió un breve descanso durante el cual el pianista, con una larga presencia en los escenarios de Sinaloa, interpretó el Preludio, de George Gershwin, para regresar la internacional cantante con la hermosa pieza El faisán, de Miguel Lerdo de Tejada, y luego un poema de su hijo Edgar de Jesús Cantú, con el tema del amor.
Stormy weather, de Billie Holliday, y Cry me a river, de Arthur Hamilton, mostraron la versatilidad de la cantante y su capacidad de convertir en diamante hasta a las piedras, al estremecer las fibras más sensibles del público, entre el cual ya los bravos eran recurrentes al término de cada canción.
Momento especial fue cuando anunció que cantaría el aria La Barcarola, de Offenbach. “¿No habrá una mezzosoprano por allí?”, preguntó… Y le salieron cuatro, entre los chicos del Taller de ópera que habían tomado asiento en las butacas de la fila D. Sorprendida, Olivia Gorra dirigió, más que cantó, cuando Vanessa Jara, Fernanda Peña, y aun la soprano Adriela Gión, y hasta el contratenor Giovani Rodríguez, cantaron la pieza, hecha para un dúo de soprano y mezzosoprano. Obviamente, el público estaba igualmente encantado y sorprendido, y estalló en aplausos al acabar la melodía.
Se despidió con Despedida, de María Grever, una pieza que, confesó, “es la primera vez que la canto”, e hizo de ella una joya memorable al imprimirle una gran fuerza y una vocalización intensa que movió el tapete a los asistentes que se pusieron de pie y no tardaron en exigir otra, otra.
Pero no fue la despedida. Riendo, al decir “no venía preparada” concedió a petición del público, tres ancores: el aria Io son l’umile ancela (de la ópera Adriana Lecouvreur, de F. Cilea), la canción ranchera Cielo rojo, de Juan Záizar, que invitó a cantar al público, pero que pocos cantaron y prefirieron escucharla en su hermosa voz, y la apoteosis cuando, tras alabar los talentos de canto que hay en Sinaloa, invitó a los chicos del Taller de Ópera de Sinaloa a cantar con ella, de pie, desde sus butacas, Dime que sí, de Alfonso Esparza Oteo.
Aquí sí se sumó el público y el regocijo llenó la sala, junto con los aplausos, los celulares eternizando el momento, la plena satisfacción y la sensación de una gran noche que no fue de Olivia Gorra y de su pianista estrella, sino que fue de todos los presentes a partes iguales.
Fuente: Cultura Sinaloa
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