Ópera: ¿qué espera el aficionado?

por Antonio Hernández Nieto, en Sul Ponticello A propósito de una nueva producción del Elixir del amor en el Teatro Real, Madrid, diciembre 2013. ¿Qué […]

Por Música en México Última Modificación diciembre 29, 2013

por Antonio Hernández Nieto, en Sul Ponticello

A propósito de una nueva producción del Elixir del amor en el Teatro Real, Madrid, diciembre 2013.

¿Qué se le puede aportar al aficionado con una enésima versión de L’elisir d’amore? El público, el que paga, lo tiene claro. Quiere una orquesta de primera dirigida por un director de primera, voces de primera y una dirección de escena tradicional y, a ser posible, espectacular. ¿Y qué se encuentra en esta representación que ofrece el Teatro Real? La orquesta, correcta. Las voces, ninguna de primera, pero tampoco están mal, excepto alguna soprano a la que no le alcanza la voz. Y la dirección de escena y dramaturgia, al uso de nuestros días. Una reescritura en términos de actualidad que, la verdad, no molesta pero sí cansa o distrae con todas las cosas que pasan en escena y que no permiten identificar, algunas veces, quién canta qué. Sin embargo, el público no protesta y sigue aplaudiendo, inevitablemente, en Una furtiva lágrima, aria que el director de escena pone a cantar a Nemorino en el tejado de un chiringuito de playa, algo que Celso Albelo, el tenor tinerfeño del primer reparto, no hace. No se sabe por qué. Así que el Real llena. La gente sale relativamente satisfecha. Y todos tan contentos, y a otra cosa, que llega la Navidad y ya tiene el público bastante con lo que tiene.

La crítica, aunque no suele pagar, tampoco ha sido complaciente con este montaje. Crónicas referidas habitualmente al día del estreno, aunque hay quien se ha visto los tres repartos que se suben a escena y establece sus comparaciones y sus rankings. La conclusión es que este espectáculo no era el que se merece una institución como el Teatro Real ni tampoco el Palau de les Arts valenciano donde se estrenó. Aunque no falta el crítico que destaca el que se haya hecho hincapié en el aspecto giocoso de la obra que, por fin, ha introducido el humor, la sonrisa y la risa en este teatro tan exquisito (bueno, en el Don Pasquale también hubo sus risas). Y, de hacer caso a las crónicas, es un montaje que se le impuso a Mortier por el consejo asesor que se le creó. Pues él no lo habría programado, habida cuenta de su animadversión a Donizetti, o eso se dice. Ni siquiera por el trendy Damiano Michieletto, director de escena de este L’elisir d’amore, que se encuentra en la cresta de la ola con trabajos en Salzburgo y La Scala de Milán. Al que hay que reconocerle que ha sido capaz de dar continuidad a un espectáculo como la ópera que habitualmente parece hecho de escenas, claro que esta composición musical le ayuda y se lo pone fácil.

Y, contando que este elixir se ha trasladado a una playa valenciana de hoy en día, popular, con cierto mal gusto y algo bakala, que el filtro de amor es un trasunto de drogas que poco pueden hacer ante el deseo y el dinero, y la vida una fiesta continua, una mascletá de apetitos carnales que la noche confunde, se puede acabar esta crónica sin temor de haberle escatimado nada al lector, excepto un poco de su tiempo, antes de pasar a otra cosa.


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