Por José Antonio Palafox
Vanguardista y transgresor, riguroso y exigente, difusor incansable de los nuevos horizontes expresivos de la música, Pierre Boulez redefinió por completo el panorama musical de la segunda mitad del siglo XX. En este espacio trazaremos un rápido boceto del artista como director de orquesta, actividad con la que nos dio a conocer las composiciones de autores que de otra manera no hubiesen encontrado espacio en ningún lugar; actividad con la que nos ofreció innovadoras y polémicas interpretaciones de la música de un puñado de compositores consagrados; actividad con la que se hizo tan temido -a veces tan odiado- entre los músicos gracias a su inflexibilidad y severidad al dirigir una obra; actividad en la que, cuando estaba al frente de una orquesta, se negaba a utilizar una batuta porque consideraba que era como usar “un bastón para andar”.
Pierre Boulez debutó como director en 1956 cuando, estando de gira con la compañía teatral de Jean-Louis Barrault, tuvo la oportunidad de dirigir a la Orquesta Sinfónica de Venezuela. Al año siguiente dirigió a la West German Radio Symphony Orchestra de Colonia en la interpretación de Visage Nuptial, de su propia autoría, y del Gruppen de Stockhausen. En 1958 obtuvo su primer nombramiento, convirtiéndose en director de la Southwest German Radio Symphony Orchestra de Baden-Baden.
Tal vez impulsado por el espíritu transgresor que siempre lo caracterizó como compositor, Boulez llevó al máximo su afán de desmontar todas las piezas de la maquinaria musical para entender la intención del compositor y entregar al público una obra comprensible con la insólita y poco ortodoxa versión del Parsifal de Richard Wagner que presentó en el mismísimo Festival de Bayreuth en 1966. La crítica especializada quedó atónita ante la “falta de respeto” de un Boulez sin batuta que –para evitar que la ópera resultase “aburrida”- ofreció una fresca y vigorosa interpretación totalmente ajena a la grandilocuencia y el misticismo que son el sello wagneriano por excelencia. Sin embargo, al parecer la “provocación” de Boulez consiguió que el grueso del público dejara de tenerle miedo a Wagner porque, a pesar de la controversia, volvió a dirigir la misma ópera en el mismo festival en 1967, 1968 y 1970, además del “Tristán e Isolda” en Japón (1966) y, en 1976, en el marco de la celebración de los 100 años de la composición de la magna obra wagneriana, un polémico “Anillo del Nibelungo” en el que compartió créditos con el director de escena y cineasta Patrice Chéreau.
Pero aunque las interpretaciones que hizo de las óperas de Wagner en esos años pasaron a la historia por haber despojado, aunque fuese durante un breve momento, al compositor alemán del aura sagrada con que está revestido, Boulez terminó por moderar su actitud belicosa, aunque no su incesante búsqueda de nuevas formas para hacer accesible la comprensión de la música. Con el tiempo, su calidad interpretativa –en la que siempre destacaron la claridad, la sencillez, el rigor y la precisión- lo llevó a encontrarse (sin batuta, claro está) al frente de varias de las grandes orquestas de los Estados Unidos y Europa, entre las que destacaron la Orquesta de Cleveland (de la que fue director invitado principal de 1967 a 1972), la Orquesta Sinfónica de la BBC de Londres (1971-1974) y la Orquesta Filarmónica de Nueva York (1971-1977). Aunado a esto, en 1976 creó el Ensemble InterContemporain, una orquesta de cámara especializada en música contemporánea de la que fue director hasta 1991.
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