Una espléndida Manon resplandece en el Auditorio Nacional

por José Antonio Palafox El pasado sábado 26 de octubre, ante una asistencia bastante mermada en comparación con la que asistió a la proyección de […]

Por Jose Antonio Palafox Última Modificación noviembre 1, 2019

por José Antonio Palafox

El pasado sábado 26 de octubre, ante una asistencia bastante mermada en comparación con la que asistió a la proyección de Turandot, se transmitió en el Auditorio Nacional, en vivo desde el Met de Nueva York, esa obra maestra del romanticismo musical francés que es la Manon de Jules Massenet.

Y el público que decidió desafiar el frío y los inconvenientes viales del inminente desfile de catrinas que iniciaba justo al terminar la ópera no vio defraudadas sus expectativas porque, dispuesto a mantener el alto nivel con que inició su temporada 2019-2020, el Met nos deleitó con una espléndida puesta en escena de esta versión del trágico amor entre Manon Lescaut y el caballero Des Grieux.

La soprano estadounidense Lisette Oropesa abordó el complejo papel de Manon Lescaut de una manera admirable tanto vocal como actoralmente, haciendo entrega —como pocas veces se ha logrado— de un personaje sólido y totalmente convincente. En los cinco actos que conforman esta ópera asistimos a una impresionante transformación: de la adorable e inocente pueblerina que canta con absoluto candor y alegría el aria Je suis encore tout étourdie y luego con honda tristeza y un trasfondo de culpabilidad la hermosa Adieu, notre petite table, hasta la ambiciosa y sensual libertina que canta una espléndida Obeissons quand leur voix appelle (donde Oropesa dio rienda suelta a una pirotecnia vocal que nos dejó boquiabiertos por la facilidad con que alcanzó las notas más altas y la manera en que jugó con las florituras de la partitura) y finalmente la destrozada mujer que emite un sobrecogedor “Et c’est là l’histoire de Manon Lescaut!” segundos antes de morir entre los brazos del caballero Des Grieux.

Jules Massenet: fragmento de Adieu, notre petite table (Manon) / Lisette Oropesa (Manon) y la orquesta del Met, dirige Maurizio Benini

Como el caballero Des Grieux, el tenor estadounidense Michael Fabiano también ofreció un desempeño vocal impecable. Su poderosa voz no solo ha adquirido una interesante robustez que prácticamente lo iguala con un barítono, sino que el cantante supo equilibrar sabiamente los momentos de gran pasión con los de cálida gentileza, sobre todo en su interpretación de la excelsa En fermant les yeux, que concluyó con un delicadísimo y admirable piano digno de aplaudirse y recordarse. Actoralmente, nos parece que jugó en su contra un excesivamente amable aspecto, ya que restó credibilidad a los momentos de hondo sufrimiento del personaje, incluso cuando tiene frente a sí a una agonizante Manon.

Por momentos cariñoso y encantador, luego arrogante y fanfarrón, el barítono polaco Artur Ruciński se robó prácticamente todas las escenas donde aparece como Lescaut, el primo de Manon, con su carisma y chispeante personalidad. Por su parte, el tenor italiano Carlo Bosi, quien encarnó con destreza a Guillot de Morfontaine, viejo libertino obsesionado con poseer a Manon, hizo perfecta mancuerna cómica con el barítono canadiense Brett Polegato, que debutó como monsieur de Brétigny, primero admirador y luego amante de Manon. Completó el elenco el bajo surcoreano Kwangchul Youn, quien, aunque de muy baja estatura, con su obscura y cavernosa voz imponía respeto como el conde Des Grieux.

Jules Massenet: Fragmento de Gavotte (Manon) / Lisette Oropesa (Manon), la orquesta y el coro del Met, dirige Maurizio Benini

La dirección orquestal del maestro Maurizio Benini fue precisa y elegante, y el coro del Met estuvo a sus anchas en todos y cada uno de los momentos donde participa, desplazándose de manera inteligente de un lado a otro del escenario, que en la propuesta de Laurent Pelly adquirió grises y desesperanzadores tintes expresionistas que contrastaban deliciosamente con los coloridos vestidos de Manon y con los brillantes “pincelazos” de impresionismo (por ejemplo, cuando aparece el grupo de bailarinas que parecen extraídas de un cuadro de Degas).

Al final, lo que pudo parecer una atemorizante duración para muchos (recordemos que la Manon Lescaut de Puccini dura la mitad de lo que dura la Manon de Massenet) se convirtió en un más que disfrutable espectáculo lleno de aciertos reconocidos con sendos aplausos a diestra y siniestra. Las cuatro horas que dura esta ópera pasaron rápidamente, y cuando se encendieron las luces, un público visiblemente conmovido empezó a abandonar el Auditorio Nacional con miradas de congoja por el triste destino de Manon Lescaut. Mejor muestra de que el objetivo deseado se había logrado, no hay.

Jose Antonio Palafox
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