por Francesco Milella
A diferencia de la música religiosa, profundamente vinculada con la liturgia católica y, por lo tanto, más estable y menos abierta a cambios drásticos, el mundo del teatro musical siempre fue más abierto hacia las nuevas modas y los nuevos estímulos extranjeros. En el caso de España, a principios del siglo XVIII estos cambios, que fueron extremadamente rápidos y drásticos, siguieron caminos muy distintos: por un lado la ópera italiana, debido sobre todo a la cercanía geográfica, política y cultural con Italia y al extraordinario interés musical de Felipe V; por el otro, la zarzuela, con su combinación entre declamación y canto, en una original síntesis de elementos de la ópera italiana y francesa, del singspiel alemán, así como de formas, ritmos y lenguajes de origen más popular e incluso folclórico.
En el siglo XIX esta distinción teatral llegará a ser social, identificando, de forma tajante, la ópera, sus héroes y sus divos con la aristocracia, y la zarzuela con sus temas más ligeros y divertidos, con las clases más populares. Pero hubo un momento, dos décadas – dice la historiografía tradicional – , en donde esta polarización social era totalmente ausente: se trata de los primeros años del siglo XVIII cuando ópera y zarzuela compartieron los mismos contenidos y, por consiguiente, el mismo público y los mismos espacios.
Uno de los ejemplos más clarificadores de esta breve pero intensa coexistencia musical y social es la zarzuela Acis y Galatea con la música de Antonio de Literes (1673-1747), uno de los compositores más importantes de su época junto a Sebastián Durón y José de Nebra, y el libreto de José de Cañizares Suárez de Toledo (1676-1750). Acis y Galatea fue estrenada en el que hoy se recuerda como el Coliseo del Buen Retiro en diciembre de 1708 para el cumpleaños del rey Felipe V, diez años antes de que en Londres se presentara la serenata Acis e Galatea compuesta por Georg Friedrich Händel.
La historia es la misma, la más clásica y romántica de todas, tomada del XIII libro de Las Metamorfosis de Ovidio: el tierno y eterno amor del dios Acis y la nereida Galatea, obstaculizado por los celos de Polifemo quien acaba matando con una roca a su rival. Como último acto de amor, Galatea logra pedirle a Poseidón que transforme su sangre en un río.
Nada distinguiría esta zarzuela de la más tradicional de las óperas barrocas si no fuera por su estructura y sobre todo por su música: para dicha ocasión Cañizares preparó para Literes un libreto dividido en dos jornadas caracterizadas cada una por la alternancia de tonadas y declamados, siguiendo la más tradicional forma de zarzuela. Sobre el texto español, Literes elaboró su música realizando una curiosa y, al mismo tiempo, interesantísima mezcla entre bel canto italiano, ópera francesa y elementos tradicionales de la música española: al rígido contrapunte renacentista se añaden y se substituyen delicados momentos melódicos que parecen mirar al bel canto de Cavalli, Cesti y Stradella, con momentos más silábicos donde se percibe más intensa la influencia del air francés de Lully y sus colegas de la corte de Versalles.
Obviamente los elementos más originales y fascinantes son los que miran directamente a la tradición española, a los villancicos, a las tonadillas, a los tientos y a todo ese repertorio de ritmos, melodías y estructuras armónicas que desde la Edad Media se fueron sedimentando en la memoria musical de España. Ahora vuelven a aparecer, pero filtrados a través de un brillante lenguaje musical: mirando a todas las modas musicales europeas de esos años, Literes da vida a algo totalmente nuevo, inesperado para el público español, generando un éxito nunca antes visto en las tierras ibéricas. Acis y Galatea se vuelve a representar en 1713, 1714, 1721, 1725 y 1727 para luego desaparecer de los teatros populares de Madrid antes de acabar aplastada por Farinelli, cuya triunfal llegada a España dividirá definitivamente los caminos de la ópera y de la zarzuela en la península ibérica.
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