Tal vez por la popularidad de que goza el Bolero (1928) de Maurice Ravel (1875-1937), se podría pensar que esta genial pieza de ballet es única. Sin embargo, el bolero como tal es una danza española que se aclimató en París alrededor de 1830, encontrando un lugar en la música culta, ya no digamos en la música popular en América en el siglo diecinueve y, sobre todo, en el veinte. El compositor mexicano Joaquín Gutiérrez Heras (1927-2012) escribió sobre la célebre obra de Ravel: “Es la apoteosis del crescendo. Valiéndose de la repetición de una frase rítmica de dos compases y una larga melodía de obsesionante sencillez, la obra se desenvuelve únicamente por medio del aumento de la intensidad, y su fascinante monotonía produce una impresión primitiva y refinada a la vez. “Ravel siempre insistió en que por ningún motivo había que acelerar el tempo de la pieza y en una ocasión reprochó a Toscanini el haberlo hecho. El maestro italiano se justificó diciendo que si tocaba la pieza con menos rapidez ya no sería soportable. Después de esta conversación, Ravel hizo a otro músico el siguiente comentario: ‘Por lo visto, Toscanini es de los que nunca comprenderán que lo que he querido es precisamente que no sea soportable’.“Para gran sorpresa del compositor, el estreno del Bolero en noviembre de 1928 en la Ópera de París y con la coreografía y actuación de Ida Rubinstein, fue un tremendo éxito. Según Ravel, este éxito solo pudo deberse a que el público no había entendido bien la obra”. Joaquín Gutiérrez Heras, Notas sobre notas, compilación y prólogo de Consuelo
Carredano, México, Conaculta, 1998.
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