Por Francesco Milella
Estuve meditando por largo tiempo sobre cómo comenzar este nuevo artículo, no tanto por la complejidad del tema sino, al contrario, por su bellísima sencillez. De todas las soluciones retóricas que nuestro idioma nos ofrece, creo que la más eficaz sea iniciar en medio de la historia o, como decían los latinos, in medias res es decir con un aria, sin fútiles presentaciones:
Dove sei amato bene: el aria, una de las tantas, maravillosas arias compuestas por Georg Friedrich Handel, pertenece a una de sus óperas más admiradas y exitosas, Rodelinda, compuesta en Londres en 1725. Lo que ahora nos interesa no es el aria en sí, ni mucho menos su lenguaje musical. La verdadera razón de este inicio sin preámbulos es la voz, la excepcional voz de la intérprete de esta aria, la mezzosoprano estadounidense, Marilyn Horne (1934).
Los primeros segundos de esa grabación de 1967 lo dicen todo: una messa di voce, una nota sola, dilatada en el tiempo y en el espacio, que crece para volver a morir lentamernte envolviéndonos en una dulzura y en una elegancia total. De repente aparece un clavecín para apoyarla en un delicado trino casi suspirado. Todo muere por un momento abriendo las puertas a un tema orquestal que cierra esta mística introducción. La voz vuelve a la vida para repetir las mismas palabras: dove sei amato bene? ¿Dónde estás mi bien amado? El tono, más seguro y consciente, adquiere más fuerza y carácter sin perder ternura ni delicadeza. Vieni l’alma a consolar, ven y consuela mi alma: frase tras frase, el aria se va transformando mágicamente en una oración íntima y profunda a un Dios desconocido.
Escuchar las arias de Handel interpretadas por la voz de Marilyn Horne sigue siendo una experiencia extraordinaria. Vayamos descomponiendo con orden cada elemento de esta interpretación a partir del más aburrido (y sensacional) de todos: la técnica. Desde la primera frase sobre la vocal O de (DO-ve sei amato bene) Marilyn Horne nos regala una voz concreta, sólida, perfectamente apoyada sobre el aliento. No hay fragilidad ni incertidumbre: la voz fluye sin problema alguno pasando de trinos a arpegios, del registro bajo al agudo. La voz de Marilyn Horne es una estructura sólida y flexible sobre la cual puede realizar sin dificultad los delicados juegos expresivos que tanto nos sorprenden en esta aria.
Marilyn Horne se acerca a la partitura de Handel con sencillez, sin querer exagerar su fuerza expresiva para valorizar sus cualidades vocales (vicio demasiado común entre algunas voces contemporáneas): su intención es entregarnos lo esencial en su total belleza. Son suficientes pequeños cambios de color y timbre para realizar esta labor. Un ejemplo: el cambio de la primera a la segunda estrofa: “Son oppresso da’ tormenti, ed i crudi miei lamenti sol con te posso bear” (El dolor me oprime, solo contigo puedo tranquilizar mis duros lamentos). Handel, con discreción, cambia la armonía, sin escándalo, sin sorpresas: es una escena de intimidad y reflexión. Marilyn Horne reacciona con humildad siguiendo lo que Handel pide: un silencioso cambio de acento, más marcado, pero sin perder la dulzura.
En el artículo pasado vimos, a través del aria “Verdi prati” de la ópera Alcina, cómo la vocalidad de Handel representa un compromiso ideal entre las reglas musicales de la época barroca y una nueva, más profunda expresividad. Marilyn Horne, en mi personal opinión, es la mejor respuesta a este compromiso. Su voz nos enseña que las arias de Handel no son un puro juego de notas y virtuosismos al servicio de los caprichos de la diva o del divo del momento, sino, al contrario, delicada representación de las emociones humanas. Albert Einstein, amante de la música, admiraba mucho a Handel y a su música aunque, decía, “a veces me parece un poco superficial”. Quién sabe si, al escuchar Marilyn Horne, el gran matemático alemán habría cambiado idea.
Serse – Ombra mai fu
Rinaldo – Or la tromba
Giulio Cesar – Priva son d’ogni conforto
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