Crónicas de una nueva intimidad: “Carnaval” de Schumann en Siena

Por Francesco Milella “¿Schumann? Ya nadie lo estudia: es un compositor demasiado íntimo para una sociedad que ha perdido completamente su intimidad”. Fueron estas palabras del […]

Por Francesco Milella Última Modificación julio 16, 2015

Por Francesco Milella

“¿Schumann? Ya nadie lo estudia: es un compositor demasiado íntimo para una sociedad que ha perdido completamente su intimidad”. Fueron estas palabras del compositor italiano contemporáneo Salvatore Sciarrino que me acompañaron los días antes de la presentación de “Carnaval” de Robert Schumann en la Accademia Chigiana de Siena.

En principio no estaba muy de acuerdo. ¡Cuántos discos se han grabado, cuántas obras del genio alemán se siguen tocando por el mundo! Pero esa palabra, “intimidad”, seguía resonando en mi cabeza. Quizás era cierto: Schumann se estudia, pero ya son pocos los que logran escuchar, descubrir y vivir su poesía musical y comprender su más profundo e íntimo mensaje.

“Carnaval” es una obra original. Original antes que nada por el criptograma musical que el compositor alemán utiliza: todas las breves piezas que la componen comienzan con las notas la, mi bemol, do y si, que en la escuela musical anglosajona, se leen A – S – C – H. Estas letras, que aparecían muy claramente en el apellido de Schumann, formaban todas juntas el nombre de la pequeña ciudad de Bohemia donde había nacido la novia que, antes de Clara Wieck, había conquistado el corazón del joven pianista: Ernestine von Fricken. En fin, una romántica y tierna manera de propiciar su primer amor.

Pero “Carnaval” es mucho más: es un verdadero desfile de personajes absurdos y surrealistas, trágicos y divertidos, que, pieza tras pieza, marchan formando un macabro desfile. No es necesario el psicoanálisis para entender de qué se trata: Eusebius, Florestan, Arlequin, Pierrot y Estrella son la personificación de todos los miedos, de los fantasmas más absurdos que en esos momentos moraban en la mente del joven pianista.

Esto es “Carnaval”, el triunfo de una intimidad macabra y trágica, loca y esquizofrénica, donde Schumann parece anticipar, bajo la elegante luz de su música, los tristes protagonistas, los misteriosos nudos de esa locura que lentamente lo llevarán a la muerte. Sciarrino tenía razón: demasiada intimidad para un mundo superficial como el nuestro. Pero ayer por la noche esta intimidad pareció volver. Por poco más de una hora, suficiente para percibir y sentir nuevamente su profundidad y su modernidad.

Profundidad, así es. Profundidad del sonido, de la música: gracias al refinado pianista Roberto Prosseda, la obra schumanniana volvió a encontrar su tridimensionalidad musical y, sobre todo, psicológica. Una tridimensionalidad hecha de sonidos líquidos y duros, dulces y amargos, en un constante y fascinante equilibrio entre locura y racionalidad, ironía y amor. Entre vida y muerte. Es un sonido que abandona su horizontalidad y verticalidad para encontrar una nueva dimensión dinámica. Sus movimientos son por un lado exteriores, se mueven hacia afuera, hacia el mundo y hacia todos los monstruos que lo habitan. Pero al mismo tiempo se mueve hacia adentro, en dirección del ser humano y de los fantasmas que lo acompañan a lo largo de su vida, en un viaje.

En fin, un viaje de doble sentido que la refinada pluma del poeta cubano-francés Armand Godoy (1880-1964) logró tematizar y trasformar en exquisitas poesías, publicadas en 1927 con el título “Carnaval de Schumann” y leídas ayer por el escritor Nicola Muschitiello. A la alternancia entre palabras y música en un diálogo estético e incluso temporal, se añadieron los movimientos y la danza de la escuela de ballet de Siena en una interesante, a veces estorbosa, reinterpretación teatral.

Pero volvamos a los versos delicados y tristes versos del poeta criollo en donde se percibe continuamente una dolorosa síntesis del romanticismo de Schumann con la contemporaneidad de Godoy: un poeta que, de Cuba a París, de Poe a Baudelaire, vivió la muerte de la época moderna para enfrentar la sangre y la tragedia de la modernidad.

Vuelven de esta manera a aparecer en Godoy todos los sentimientos y los miedos que animaban y obscurecían la vida del pianista alemán: el dolor y la soledad, el amor y el sueño, la locura y la felicidad, que se traducen en una modernidad hermética y negra pero al mismo tiempo clara y trasparente, capaz de compartir su principal objetivo: escuchar, descubrir y vivir Schumann en una luz diferente, testigo de una estética más moderna. Más “nuestra”.

A. Rubinstein

Francesco Milella
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