Una de las grandes virtudes de la producción musical beethoveniana es la capacidad genial de establecer el estilo en el medio instrumental, hacerlo suyo y sublimar sus posibilidades. Podemos decir lo propio de su innovación con la orquesta, el piano y la música de cámara. Sus cuartetos de cuerda tardíos son, en este sentido, paradigma no sólo del género, sino de toda la música de concierto occidental. Una admiradísima colección que encumbra la libertad e inventiva musical. Obras Maestras, el boletín sabatíno de Música en México, le presenta en cinco entregas esta magnífica serie interpretada por uno de los ensambles de referencia, el Cuarteto Alban Berg.
1.Maestoso – Allegro
2.Adagio, ma non troppo e molto cantabile
3.Scherzando vivace
4.Allegro
En noviembre de 1822 Beethoven recibió una comisión para componer una serie de cuartetos del príncipe Nikolas Galitzin, un importante mecenas artístico en San Petersburgo y un apasionado admirador de su música. Beethoven se comprometió a tener el primer cuarteto listo para marzo siguiente, pero su estimación no consideraba la cantidad de trabajo que todavía tenía que hacer en su Missa solemnis y la Novena sinfonía, y por ello no prestó atención a la petición de Galitzin sino hasta la segunda mitad de 1824. Tal vez fue incitado a hacerlo por el hecho de que se trataba de Galitzin, quien organizó el primer estreno completo de la Missa solemnis, que tuvo lugar en San Petersburgo el 18 de abril de ese año. Durante los restantes cuatro años de su vida Beethoven se concentró exclusivamente en el cuarteto de cuerdas y produjo no sólo tres nuevas obras, sino cinco. (la serie encargada por el príncipe Galitzin fue seguida por dos cuartetos, op.135 y 131).
Entre los últimos cuartetos de Beethoven el primero de la serie, Op.127 y el último, Op.135, son los únicos que se adhieren al molde tradicional de cuatro movimientos. Sin embargo, Beethoven tenía contemplado un plan más amplio para el Op.127. Sus bosquejos demuestran que en una etapa había incluido una pieza llamada ‘La Gaîté’ como un segundo movimiento; y que el Finale era precedido por una introducción lenta en la tonalidad distante de mi mayor. Muy notable era el tema alegre del movimiento ‘Gaîté’, concebido inicialmente como una parte de violonchelo, que Beethoven transformó en el tema y variación sublime de movimiento lento de la obra.
Con la excepción del op.130, todos los cuartetos tardíos de Beethoven tienen un movimiento lento en la forma de un conjunto sereno de variaciones. En el op.127 el tema es compartido entre el primer violín y el cello, un diseño que Beethoven mantiene al comienzo de la primera variación. La segunda variación, en un ritmo más fluido, es un diálogo entre los dos violines, mientras que el tercero, en un radiante mi mayor, es más tranquilo y más condensado – la música canta ahora con mayor amplitud, pero con la melodía despojada de sus repeticiones. Cuando esta variación se acerca a su fin, la música se hunde en la tonalidad y metro originales en una variación más completa, después de esto la pieza avanza en un arco solo, suspendido en un momento sólo por la sombra de una variación fragmentaria en la menor, hasta su fin.
El scherzo comienza con un pizzicato tocado ligeramente hacia afuera por las cuerdas. La partitura es tan rica como en los acordes iniciales del primer movimiento, aunque el efecto de esta fanfarria de juguete no podría ser más diferente. El scherzo está construido casi en su totalidad sobre las dos pequeñas ideas presentadas desde el principio por el cello, un motivo irregular de cuatro notas y una frase suave de tres notas que incorpora un trino, que aparece en todas las combinaciones imaginables a lo largo de la pieza. El trío es un agitado menor que amenaza con hacer una reaparición tras el reprise del scherzo, antes de ser cortado abruptamente. El esquema es similar al que Beethoven había utilizado en el scherzo de la Novena, y ambas piezas juegan con las expectativas del oyente de reconocer la forma de scherzo ampliada que había utilizado tan a menudo durante la década anterior, en donde el trío se toca dos veces entre las tres apariciones del scherzo.
Como el primer movimiento, con sus imperiosos acordes iniciales (que se repiten dos veces más durante el transcurso de la obra, cada vez en un tono diferente y una instrumentación más sonora que la anterior), el Finale comienza con una forma de introducción –un gesto dramático en octavas tocado por los cuatro ejecutantes que termina por disolverse en el tema principal del movimiento. Pero quizá el evento más sorprendente en la pieza es su coda, en donde la música sufre una transformación rítmica. La coda no sólo empieza en un pianissimo sostenido y en un translúcido do mayor, sino que el pulso de la música también desacelera en el punto preciso donde esperaríamos que aumentara. Sin embargo, el tempo más relajado permite a Beethoven escribir notas de menor valor, y el efecto es un tranquilo transcurrir de donde el tema transformado del rondo eventualmente emerge en un fortissimo resplandeciente.
Fuente: Misha Donat para The Beethoven Project
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