por Ricardo Rondón
Una de las reglas no escritas del Metropolitan Opera es transmitir óperas después de varias funciones, ajustes y a veces cambios. Lo hemos venido sintiendo después de muchos años de familiaridad con esta compañía, la más importante del mundo, aunque también tiene sus fallas. Tocó turno a la novena ópera de Antonin Dvorak y su obra maestra en el género. Su fuente de inspiración fue el cuento La sirenita de Hans Christian Andersen (1805-1875): la ambición del escritor fue convertirse en un Dichter -un escritor creativo colocado en la más alta estima. Buscando esa meta, Andersen escribió poesía, obras teatrales, novelas, manuales para viajeros y cuentos de hadas. Llamó “trivialidades” a estos últimos, lo que definitivamente no son y habitan un mundo obscuro y trágico, muy de acuerdo con la vida que llevó este artista tan singular. Andersen escribió 156 cuentos, traducidos y diluidos en su contenido original en 100 idiomas. La sirenita es un ejemplo perfecto de ello y Rusalka (sirena en ruso) es una joya lírica, llena de melodías hermosas y que incluye una orquestación digna de Wagner y Berlioz. El mundo de Rusalka es obscuro, triste, solitario y probablemente aburrido. Pero, y es un pero grande, llega el amor y ese sentimiento de pasión la lleva a vender su alma para convertirse en humana y poder corresponderle al Príncipe del cual se ha enamorado. Dvorak describe magistralmente el mundo de ella, gobernado por el Espíritu de las aguas, un ser compasivo y sabio al cual naturalmente ella no le hace caso alguno. Paga caro su error. El Príncipe la traiciona, ella retorna al paraje de las aguas profundas y mata al Príncipe con un beso fatal pero que él desea fervorosamente. Dvorak era un gran compositor sinfónico y todo su talento está explotado en las felicidades orquestales abundantes y que llevan un uso discreto del “leit motiv”. El Metropolitan Opera revivió la producción de Otto Schenk con una escenografía fabulosa de Günther Schneier-Siemssen que recrea el mundo fantástico del cuento de hadas. Es un mundo sin luces, angustiante y en donde la luz es buscada aunque solo sea a través de la luna, fiel compañera de Rusalka. Esta ópera es trágica y así debe interpretarse y Schenk lo supo hacer desde que montó esta producción allá por 1993. Los resultados visuales son mágicos y nos preocupa el destino de esta Ninfa desde el principio. Ojalá y no se les ocurra jubilar esta producción en el Met como hicieron con el Anillo de los nibelungos recientemente. La soprano Renée Fleming retorno al Met en uno de sus roles más famosos: ha sido dueña de la parte por años. La voz continúa siendo capaz de manejar las melodías irresistibles y flota frases inolvidables cuidando siempre la intención del compositor. Fleming se comportó con naturalidad y magnífico movimiento escénico, desde las frases iníciales que encierran soledad y añoranza hasta los intercambios afectivos con el Príncipe al cerrar el primer acto. El tenor polaco Piotr Beczala encarnó al Príncipe con timbre radiante y expresivo. Sus agudos firmes y llenos de intención nos emocionaron y materialmente vivió al complicado personaje. Es sin duda uno de los mejores tenores del momento. Emily Magee fue una excelente Princesa Extranjera, de voz rica y sonora y prestancia escénica. La Bruja Jezibaba estuvo en manos de la famosa mezzo Dolora Zajick y estuvo fantástica, llena de humor y detalles dramáticos. Aunque tosió un par de veces en la entrevista, nada se le notó en la función. Su timbre y sonido continúan siendo impresionantes. El bajo John Relyea se transformó como el Espíritu de las Aguas. Con un maquillaje impresionante y en su mejor estado vocal, dejó huella en cada frase dominando el escenario. No nos imaginamos un mejor elenco o producción de esta joya. Ha sido la función más redonda y emotiva de la actual temporada. Mucho se debió a la dirección musical de Yannick Nézet-Seguin que hizo brillar el genio de Dvorak con todo el dramatismo y fogosidad de esta tragedia obteniendo de la orquesta un balance óptimo. Ha sido nombrado nuevo titular de la orquesta de Filadelfia y merecidamente. El sonido de la transmisión fue deficiente ya que no había la claridad esperada en el canal izquierdo y las voces agudas iban acompañadas de un pequeño zumbido. En resumen: una gran función de una obra maestra casi no escuchada en México y en donde el conjunto de solistas revivió la creatividad de Dvorak con total entrega.
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