Por Francesco Milella
Con la muerte de la Reina Isabel en 1603 y el fin de la dinastía Tudor terminaba para Inglaterra uno de los momentos más gloriosos de su historia. La fuerza política y militar, la riqueza económica y la vitalidad cultural que el pueblo ingés había conocido a lo largo de todo el siglo XVI comenzaron paulatinamente a disminuir con la llegada de la nueva dinastía de los Estuardo. Con el nuevo siglo, ya plenamente barroco, comenzaba para Inglaterra una dolorosa fase de transición dominada por dos violentas revoluciones: la primera, en 1642, terminó con la decapitación del Rey Carlos I y la llegada al poder de los puritanos republicanos guiados por el durísimo Olivier Cromwell; la segunda, en 1688, marcó el inicio de una nueva monarquía constitucional con la destitución del filocatólico Jacobo II.
Colocada en un clima tan inestable e incluso violento, el destino de la música inglesa no parecía ser de los mejores. El Renacimiento y su fértil lucha entre católicos y anglicanos había regalado a los ingleses una riqueza musical memorable: John Dunstaple, Leonel Power, Thomas Tallis, John Dowland, William Byrd fueron solo algunos de los grandes protagonistas de esos años. Ahora, con el nuevo siglo, se vivián fuertes cambios que, afortunadamente, no impidieron que la música inglesa entrara en una de sus fases más gloriosas, una fase capaz de competir con los fastos del siglo que acababa de terminar.
El parcial aislamiento geográfico del resto del continente, la distancia cultural de la Europa latina y más mediterránea y, por último, la ausencia de una corte estable y poderosa, marcaron un camino totalmente inédito para la música barroca inglesa: sin ignorar las influencias del barroco italiano y del barroco francés, demasiado fuertes para poder escapar de ellas, Inglaterra comenzó a construir autónomamente su propio barroco escarbando en la herencia de su Renacimiento.
Recuperar la herencia del Renacimiento significaba, antes que nada, poner al centro del nuevo desarrollo musical el repertorio religioso. Con la Reforma Anglicana y la separación de Roma a mediados del siglo XVI, la música religiosa se había simplificado drásticamente para acoger una inmediatez y una claridad que contrastaba con las complejas polifonías de la música romana. Con la nueva estética barroca, la nueva música religiosa transformó esa inmediatez y esa claridad en magnificencia y majestuosidad. Era la nueva Cathedral Music, imponente y teatral, que dominaría durante todo el siglo XVII, con una breve y dolorosa paréntesis durante la república de Cromwell.
Junto a Power, Dunstaple y Tallis, embajadores de la música religiosa, el Renacimiento inglés había desarrollado una extraordinaria tradición instrumental. Una tradición que ahora, con el nuevo siglo, cobraba nueva vida en las mansiones de la aristocracia y de los ricos mercaderes de Londres. Ingorando casi completamente la tradición del concierto italiano, la nueva música instrumental inglesa dio vida a nuevas formas y nuevos espacios musicales, moldeados a partir de las costumbres del siglo XVI. Continuó así la música para tecla y laúd y continuaron también los Consort, grupos instrumentales típicamente británicos nacidos durante el Renacimiento. Veremos cómo la cultura inglesa alrededor de estos concorts creará una extraordinaria tradición musical.
Sin embargo, mirar al Renacimiento significaba también mirar a la forma más original que Inglaterra había sabido desarrollar hasta ese momento, el teatro, y a su protagonista más noble: William Shakespeare. A partir de esta apabullante tradición teatral, el mundo inglés tratará continuamente de formar su propia ópera, una ópera nacional inglesa, en oposición a la francesa y a la italiana. Purcell, veremos, dará grandes esperanzas con su Dido & Aeneas. Pero aún más grandes serán las esperanzas que dará otro gran compositor capaz, con su música, de transformar Londres y toda Inglaterra en uno de los corazones musicales de Europa: Georg Friderich Handel.
Matthew Locke (1621 – 1677)
Dos piezas de la antología “For Several Friends”
Thomas Tudway (1650 – 1726)
A chorus to St Cecilia’s Musick
Henry Purcell (1659 – 1695)
Funeral Senteces
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