El cuarteto para el fin del tiempo, de Olivier Messiaen (1908-1992)

Messiaen juega un papel crucial en la vanguardia que se desarrollará terminada la Segunda Guerra Mundial.

Por Música en México Última Modificación abril 12, 2021

Messiaen juega un papel crucial en la vanguardia que se desarrollará terminada la Segunda Guerra Mundial. Es realmente llamativo que un creador tan solitario como él, dedicado en gran parte a la enseñanza y a la elaboración de ciertas técnicas para su propio uso, haya podido ejercer una influencia tan considerable sobre varias generaciones de compositores. La importancia de la reflexión y de la especulación teórica en Messiaen será sopesada por su pasión por el lenguaje de los pájaros, por su escucha nueva de la naturaleza y por un aliento creador que se alimenta en las fuentes de la fe católica. Messiaen propone expresar las glorias de la creación y, con ella, la gloria de Dios. Su tema es el cosmos, o mejor, los misterios del cosmos, de la vida y de la muerte. (Francisco Ramos, La música del siglo XX).

La música de cámara de Messiaen ocupa un lugar menor dentro de su producción; el Cuarteto es su obra esencial en este rubro. Se inscribe dentro de un contexto muy particular: fue escrito en 1940 cuando Messiaen estaba internado en un campo alemán para prisioneros de guerra. La dotación instrumental es poco común – piano-violín-
violonchelo-clarinete – y corresponde a la obligación para Messiaen de escribir en función de los intérpretes a su disposición. La estructura misma del Cuarteto se dispara de los esquemas habituales de la música de cámara. Cuenta con ocho movimientos netamente diferenciados en los que participa la dotación total o parcial. Esta cifra de 8 no es arbitraria, según explica Messiaen: “Siete es el número perfecto, la creación de seis días santificada por el Sábado divino; el siete se prolonga en la eternidad y se convierte en el ocho de la luz indefectible, de la paz inalterable”.

El Cuarteto se inspira en una cita del Apocalipsis de san Juan (X.1-7): “Ví un ángel lleno de fuerza descendiendo del cielo, envuelto en una nube, con un arco iris sobre la cabeza. Su rostro era como el sol, sus pies como columnas de fuego. Posó su pie derecho sobre el mar y su pie izquierdo sobre la tierra. Levantó la mano hacia el cielo y juró por Aquél que vive en los siglos, diciendo: ‘Ya no habrá más tiempo’, pero el día de la trompeta del séptimo ángel, el misterio de Dios se consumirá”.

Esta fórmula poderosa “no habrá más tiempo”, Messiaen la intentará trasponer musicalmente, colocando al tiempo como objeto de reflexión, terreno de experiencia. Una manera, quizás, de exorcizar la prueba física cotidiana de vivir en el campamento de prisioneros. En el prefacio que figura a la cabeza de la partitura, el compositor precisa sus intenciones: la búsqueda de “un lenguaje esencialmente inmaterial, espiritual, católico”, deseoso de acercar al escucha a “la eternidad en el espacio” a través de “modos que realizan una especie de ubicuidad tonal, melódica y armónicamente”. Los procesos rítmicos que utiliza también deben contribuir a “alejar lo temporal”.

Los ocho movimientos son: 1. Liturgia de cristal; 2. Vocalise para el ángel que anuncia el fin del tiempo; 3. Abismo de pájaros; 4. Intermedio; 5. Alabanza a la eternidad de Jesús; 6. Danza del furor para las siete trompetas; 7. Destellos del arco iris para el ángel que anuncia el fin del tiempo; 8. Alabanza a la inmortalidad. La obra fue ejecutada por primera vez en enero de 1941 ante un público de 5000 prisioneros, en el campamento ubicado en Silesia.

Fuente: Elisabeth Bourgogne, harmonia mundi, 1990.

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