Ray Chen, violín | Orquesta Sinfónica de Gotemburgo, dirige Kent Nagano
En 1840, Mendelssohn fue “invitado” -es decir, convocado- a la corte del nuevo rey de Prusia, Federico Guillermo IV. El rey deseaba que el mecenazgo de las artes fuera una prioridad principal de su régimen, y por lo tanto atrajo a Berlín a poetas, pintores, músicos e intelectuales. La intención de Federico Guillermo era buena, pero era un soñador que tenía más ideas de las que jamás pudo poner en práctica. Quería que Mendelssohn, por ejemplo, no sólo estuviera a la cabeza del departamento de música de la Academia Real de las Artes, sino también que iniciara un nuevo conservatorio que fuera el centro de la vida musical alemana.
La familia del compositor le apremió a aceptar el cargo. Mendelssohn se sentía poco dispuesto, porque nunca le había gustado Berlín y porque estaba seguro de que sus ideas liberales chocarían con el conservadurismo del rey. Además, sabía que dispondría de poquísimo tiempo para componer la música que a él le gustaba escribir. Uno de sus muchos proyectos era un concierto que había prometido a su viejo amigo, el violinista Ferdinand David. Pero por fin Mendelssohn aceptó.
Una vez en Berlín, Mendelssohn se topó con una serie de frustraciones. Los músicos de la orquesta no eran tan consumados como los de Leipzig y experimentaban hostilidad hacia él. El compositor trabajaba en exceso y estaba deprimido. Se le exigía enseñar, componer para el Teatro Real y para los servicios de la iglesia y dirigir una orquesta y un coro. Durante esos años se le exigió escribir música incidental -en su mayor parte vacía y ahora casi olvidada- para las producciones Antígona y Edipo en Colona de Sófocles y para Athalia de Racine. La única excepción fue la maravillosa música para Sueño de una Noche de Verano de Shakespeare, que había comenzado a los 17 años y que ahora terminó, a petición del rey.
Mendelssohn estaba listo para abandonar. Pero el rey le halagó y le conquistó para que se quedara. Su carga de trabajo fue aliviada y se le dio la libertad de viajar. Pero la mayor parte de lo prometido nunca se materializó. Mendelssohn regresó momentáneamente a Leipzig, donde logró fundar un nuevo conservatorio. Esta escuela cumplía con todos los ideales que Federico Guillermo había deseado para Berlín, pero que era reacio a llevar a cabo. El estelar plantel de profesores incluía al violinista David (que todavía esperaba pacientemente el Concierto para violín), a Robert Schumann y al teórico musical Moritz Hauptmann. El compositor dejó definitivamente Berlín para siempre en 1844. Ya sin la exigencia de componer obras patrióticas, himnos eclesiásticos y música incidental, finalmente pudo terminar la obra que había empezado seis años atrás, el magnífico Concierto para Violín.
Aunque Mendelssohn mismo era violinista y anteriormente había escrito otro concierto para violín (a la edad de 15 años), repetidamente buscaba el consejo de su amigo David. Como resultado, el Concierto en mi menor es una integración magistral de virtuosismo y musicalidad. Está lleno de líneas melódicas que brotan del violín aparentemente sin esfuerzo y sin embargo explota totalmente el potencial técnico del instrumento. El final en particular presenta un virtuosismo desenfadado y verdaderas melodías integradas en uno de los scherzos maravillosamente endiablados de Mendelssohn. Es esta combinación de virtuosismo y lirismo la que ha hecho que el concierto fuera apreciado por generaciones de violinistas y oyentes.
El primer movimiento incluye una cadenza escrita por completo. Tradicionalmente, la cadenza se deja a la improvisación, composición o elección del solista. Por lo general, se la presenta justo antes del cierre del primer movimiento, en un punto en el que la modulación hacia adelante del concierto se detiene por un instante de modo que el solista pueda exhibir su virtuosismo. Este pasaje amplio y sin acompañamiento por lo general tiene poco que ver con la estructura de la pieza. Mendelssohn trató de integrar la cadenza a la forma, así que la situó antes dentro del movimiento. Sirve de transición entre la sección de desarrollo y la recapitulación. Ahora que la cadenza tiene un papel estructural importante, su forma y armonía ya no pueden quedar libres al capricho del solista. De manera que Mendelssohn escribió exactamente lo que el solista debía tocar, teniendo especial cuidado (y pidiendo el consejo de David al respecto) de que no obstante diera al virtuoso amplia oportunidad de exhibir su habilidad. No hay ninguna cadenza en los movimientos segundo y tercero, pero la modulación perpetua del final brinda constantemente al violinista una figuración imaginativa que promete llamar la atención y, al mismo tiempo, deleitar a los oyentes.
Fuente: hagaselamusica.com
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