Itzhak Perlman, violín | Orquesta Filarmónica de Berlín, dirige Daniel Barenboim
Compuesto en el año de 1806, cuando Ludwig van Beethoven tenía 36 años de edad, su Concierto para violín es considerado por muchos como el más grande, como el mejor de todos los conciertos para violín. Sí, ahí están los conciertos de Johannes Brahms (1833-1897), Max Bruch (1836-1920), Félix Mendelssohn (1809-1847), Piotr Ilyich Chaikovski (1840-1893), Nicolò Paganini (1782-1840) y muchos otros, pero el de Beethoven, sin duda, tiene esa volcánica energía interna que parece opacarlos a todos ellos. Como casi todas las obras importantes de Beethoven, este concierto ha sido glosado y comentado por muchos críticos y analistas, en distintos contextos, y en ocasiones ha sido mencionado tangencialmente en escritos que tienen que ver con otros temas, pero que ayudan mucho a la comprensión y el disfrute de la obra. El pianista y compositor italiano Ferruccio Busoni (1866-1924) escribió a su esposa una carta fechada en Los Ángeles el 5 de marzo de 1911, en la que hacía referencia a la importancia de la melodía en la música, definiéndola de hecho como el elemento más importante del arte musical. Escribía Busoni:
El sentimiento más profundo requiere de menos palabras y menos gestos. Es un lugar común histórico, repetido como una película sin fin, que a medida que cada nueva composición aparece, es acusada de falta de melodía. He leído esta clase de acusaciones en críticas escritas después del estreno del Don Giovanni de Mozart, las óperas de Wagner y el Concierto para violín de Beethoven. Y siempre se da por hecho que el aumento en las complicaciones técnicas es el motivo de la disminución en la invención melódica.
Busoni tenía razón en usar esta obra como ejemplo: ¿cómo acusar de falta de invención melódica a una obra que contiene algunas de las melodías más nobles ideadas por Beethoven? El concierto fue escrito por el compositor a partir de un encargo. El Theater an der Wien, el más importante de Viena en su tiempo, daba un concierto a beneficio de Franz Clement, violinista y director de orquesta en el propio teatro, y solista muy famoso. Dice la leyenda que Beethoven trabajó en el concierto hasta el último momento posible, y de hecho escribió dos versiones bien distintas de la parte solista. Al parecer, el mismo Clement asesoró a Beethoven en cuestiones de técnica violinística, de modo que si es cierto lo que dicen los historiadores respecto a que el violinista tocó el concierto leyéndolo a primera vista la noche del estreno, esto no debió ser muy difícil para él. El dato más curioso que nos ha llegado de la noche del estreno del Concierto para violín de Beethoven se refiere a que la obra fue tocada en dos partes. Primero, el movimiento inicial. Después, un interludio en el que Clement tocó algunos solos llenos de virtuosismo, incluyendo una pieza escrita para una sola cuerda del violín, y tocada con el instrumento de cabeza. Es claro que además de buen violinista, el señor Clement era buen cirquero. Después de estas digresiones pirotécnicas, Clement tocó los otros dos movimientos del concierto de Beethoven.
Al parecer, las dotes musicales de Clement habían impresionado a Beethoven mucho antes de que surgiera la idea del Concierto para violín. En 1794, doce años antes de la composición de esta obra, Beethoven escribió una carta dirigida a Clement, en la que le manifestaba claramente su admiración:
Querido Clement: Prosiga por el camino que hasta ahora ha andado tan espléndida y gloriosamente. La naturaleza y el arte se conjugan para hacer de usted el más grande artista. Siga a ambos, y no deberá temer el fracaso en lograr la más grande meta que un artista pueda alcanzar en esta tierra. Sea feliz, querido y joven amigo, y vuelva pronto para que yo pueda oír de nuevo su deliciosa y espléndida forma de tocar. Su amigo por entero, L.v. Beethoven.
Clement debió ser sin duda un violinista muy especial, si consideramos que tenía 14 años de edad cuando Beethoven le envió esta carta. Respecto a las críticas que se hicieron al concierto en su tiempo, hay algunas que hoy están justamente archivadas y olvidadas. Un tal Johann Nepomuk Möser se quejaba de que el concierto le parecía repetitivo y tedioso. Y respecto a lo dicho por Busoni en cuanto a la falta de invención melódica de la obra, quizá los contemporáneos de Beethoven no oyeron con buenos oídos una obra que se inicia con cinco golpes de timbal en vez de una brillante introducción orquestal. A partir de este buen detalle musical, Beethoven construye una de sus obras más nobles. Un primer movimiento sólido y heroico, como no lo había escrito en ninguno de sus conciertos para piano (lo haría en el Concierto Emperador, escrito después del Concierto para violín); un movimiento central lírico en el que pueden hallarse algunas de sus frases más delicadas; y un rondó final construido con todas las de la ley, juguetón alegre y expansivo, y que finaliza, como todo buen rondó, con una breve pero categórica alusión al estribillo inicial del movimiento.
El estreno del Concierto para violín de Beethoven se llevó a cabo el 23 de diciembre de 1806, y al año siguiente la obra sufrió una transformación inesperada. El compositor Muzio Clementi (1752-1832) sugirió a Beethoven transcribir la obra para piano y orquesta, asunto al que el compositor accedió de inmediato, de manera que hoy conocemos ambas versiones de la obra. La transcripción para piano y orquesta no es mala, ni mucho menos, pero el original para violín, pensado para el violín, sigue siendo superior a la transcripción y, por méritos propios, uno de los mejores conciertos para violín jamás escritos.
Fuente: Por: Juan Arturo Brennan para La Orquesta SInfónica de la UANL
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