Concierto para piano y orquesta Op. 42 de Arnold Schönberg

Dávid Báll, piano Orquesta Nacional Húngara, dirige Zoltán Kocsis En vista de que Europa era apenas un lejano recuerdo –físicamente, en todo caso– y de […]

Por Música en México Última Modificación octubre 7, 2024

Dávid Báll, piano

Orquesta Nacional Húngara, dirige Zoltán Kocsis

En vista de que Europa era apenas un lejano recuerdo –físicamente, en todo caso– y de que las formas más rigurosas del serialismo ya no ejercían para él el atractivo de las antiguas, surgió un “nuevo” Schönberg en el Concierto para piano. Si bien no se trata en absoluto de música “popular”, para algunos discípulos de Schönberg, muy estrictos, incluso representó una evasiva, con evidentes rastros de tonalidad. El compositor negó enérgicamente esta calumnia en una carta a su alumno René Leibowitz. Tal vez, razonaron los discípulos, Schönberg había estado demasiado tiempo sentado bajo el sol de California. Más cerca de la verdad es que Schönberg, como muchos grandes artistas, estaba avanzando mirando hacia atrás: en este caso, hacia la armonía brahmsiana, por la que su admiración nunca había menguado a lo largo de los años y que encontraba totalmente compatible con su admiración por Wagner, la supuesta antítesis de todo lo que Brahms representaba.

Sin embargo, sería un error considerar el Concierto para piano de Schönberg como un regreso a su juventud anterior al serialismo. Se trata, más bien, de una música que recapitula de muchas maneras y emerge como algo decididamente nuevo.

La obra nació de una curiosa serie de circunstancias. Oscar Levant (1906-1972), pianista, narrador y amigo de las estrellas de Hollywood y Broadway, estudió brevemente con Schönberg en Los Ángeles y más tarde le pidió a su maestro que escribiera para él “una pequeña pieza para piano”. En sus Memorias de un Levant amnésico se registra: “Cuando regresé a Nueva York hubo correspondencia y, de repente, esta pequeña pieza para piano ardió febrilmente en la mente de Schönberg y decidió escribir un concierto para piano. Me envió algunos bocetos tempranos y es posible que en la fila principal de tonos estuvieran involucrados mi nombre o mis iniciales. Sin embargo, no estaba preparado para un concierto para piano y, mientras tanto, Hanns Eisler asumió el papel de negociador para Schönberg. Entre otras cosas, los honorarios aumentaron hasta una enorme suma por la que, como dedicatario, se me prometió la inmortalidad”.

El concierto, terminado en julio de 1942, fue presentado, sin embargo, en las circunstancias más glamorosas casi dos años después. El solista fue el formidable pianista del círculo de Schönberg, Eduard Steuermann, con la Sinfónica NBC dirigida por Leopold Stokowski.

Virgil Thomson, uno de los críticos musicales estadounidenses más célebres –y un compositor de dotes no despreciables él mismo– resumió la estructura y el carácter del concierto:

“La pieza… consta de cuatro secciones perfectamente unidas e interpretadas sin pausa: un vals, un scherzo, un adagio y un rondó. Todas se basan en un solo tema, aunque hay un desarrollo considerable de material secundario en el scherzo. La sintaxis musical es la comúnmente conocida como el sistema de 12 tonos, lo que quiere decir que el uso de la disonancia es integral más que ornamental. La expresión de la obra es romántica y profundamente sentimental, como es costumbre de Schönberg y como lo mejor de la tradición vienesa moderna”.

“La instrumentación también es característica de su autor”, continúa Thomson, “es delicada y dispersa. La música salta de un instrumento a otro todo el tiempo. Suena como música de cámara para cien intérpretes. Hay mucha melodía, pero no hay una concentración de instrumentos en una sola línea que dé énfasis a la melodía. La obra no es oratoria, de todos modos. Es poética y reflexiva. Y construye sus momentos de énfasis mediante recursos rítmicos y complicaciones contrapuntísticas, tal como solía hacerlo el viejo Sebastian Bach. Su inspiración y su comunicación son líricas, íntimas, reflexivas, dulces y, a veces, ingeniosas, como una buena conversación privada… Su particular combinación de libertad lírica y fantasía figurativa con la lógica tonal más estricta la coloca entre las obras de este gran maestro vienés vivo (que ahora reside en Los Ángeles) y entre los logros musicales de nuestro siglo”.

Fuente: Herbert Glass hollywoodbowl.com

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