Orquesta Sinfónica de la Radio de Stuttgart, dirige Kurt Sanderling
Un año antes de la muerte de George Gershwin a la edad de 37 años, la última obra de otro célebre pianista-compositor, la tercera y última sinfonía de Sergei Rajmáninov, fue completada y estrenada el 6 de noviembre de 1936 por la Orquesta de Filadelfia bajo la dirección de Leopold Stokowski. Excepto por el ocasional resurgimiento de Stokowski y su sucesor en Filadelfia, Eugene Ormandy, no consiguió muchas audiencias en otros lugares, ya que su compositor continuó prosperando y ganando elogios como pianista, a menudo interpretando sus propias obras.
Habían pasado casi 30 años desde la anterior sinfonía de Rajmáninov, en mi menor. Pero mientras que esta última es una obra de gran escala, serpenteante – una hora de duración – la nueva sinfonía fue relativamente concisa, llegando a unos 40 minutos, y ciertamente menos de un baño de vapor emocional. Además, la orquestación de la Sinfonía en la menor es más transparente que la de su predecesora, su trayectoria es más recta que la de su predecesora a menudo interpretada (en las últimas décadas).
Uno puede preguntarse entonces por el relativo descuido de la Tercera Sinfonía, ya que Rajmáninov se ha vuelto tan ampliamente aceptado últimamente por una fraternidad crítica que una vez consideró al compositor como demasiado abiertamente emocional, demasiado conservador para la “era moderna”, demasiado retroceso al hiper-emocionalismo del siglo anterior… a Chaikovski en particular, aunque sería difícil señalar similitudes temáticas y técnicas. Pero los dos rusos comparten el mismo mundo emocional (oscuro), y no se puede negar que Rajmáninov no tomó ningún consejo de Stravinski, lo que fue indecoroso después del estreno en 1913 de Le Sacre du printemps de este último, que debería haber sido la apuesta en el corazón del romanticismo ruso.
Por supuesto que hay semejanzas entre la Segunda y Tercera sinfonías de Rajmáninov: la Tercera, como su predecesora, se abre con un “tema” que se escuchará de nuevo en los movimientos posteriores, y que inicialmente se hace sonar por el clarinete, el cuerno silenciado y los violonchelos. El tema principal tarda un tiempo en hacerse notar, pero cuando aparece apenas decepciona como el más puro palpitar de Rajmáninov. El “tema” y el nuevo tema se desarrollan y amplían simultáneamente, volviendo el lema por sí solo – trompeta, trombón bajo, cuerdas de pizzicato – a tener la última y dolorosa palabra.
El movimiento dos comienza igualmente con el lema, invertido, tocado por dos trompas acompañadas por acordes de arpa, dando paso a un par de temas – el primero, anunciado por el violín solista en trillizos, el segundo menos expansivo, por la flauta solista, a la que se une posteriormente el clarinete bajo. La sección central de scherzo – marcada como allegro vivace – es lo suficientemente distinta del material circundante como para ser considerada como el tercer movimiento de una sinfonía de cuatro movimientos: evoca distantemente la inquietud del final de la Symphonie fantastique de Berlioz, una partitura que le gustaba especialmente a Rajmáninov. El impactante clímax del scherzo se convierte repentinamente en una marcha fuerte, seguida de acordes que corren hacia arriba y hacia abajo, después de los cuales el arpa ofrece un breve recuerdo de la apertura del adagio. El tema del lema, en inversión, cierra el movimiento en las cuerdas del arpa y del pizzicato.
El final comienza con unas cuerdas rusas de gran sabor, que marchan sonoramente. El desarrollo contrapuntístico del tema principal es un tour de force técnico, lo que hace que uno desee que el contrapunto se emplee más ampliamente en otras partes de la sinfonía. Se producen varios clímaxes fuertes, interrumpidos por un solo de flauta suavemente conmovedor que se ajusta al omnipresente lema, antes de que Rajmáninov continúe con su triunfante y estruendosa conclusión de celebración, desterrando todos los oscuros pensamientos.
Herbert Glass para la Filarmónica de Los Angeles
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