Coro de la Radio Holandesa | Sigvards Klava, director
Vísperas op. 37 se erige como uno de los mayores logros de la “edad dorada” de la música sacra ortodoxa rusa. Este período, que abarca desde la década de 1880 hasta la revolución de 1917, se estableció cuando decenas de compositores de ese país, figuras prominentes como Tchaikovsky y Rimski-Kórsakov, así como músicos menos conocidos como Kastalsky, Chesnokov, Gretchaninoff y Nikolsky, invirtieron su energía creativa para generar música coral sobre textos extraídos de la liturgia ortodoxa. Toda esta tradición es a capella debido a que la antigua patrística cristiana mantuvo la prohibición de instrumentos musicales de cualquier tipo.
Gran parte del material melódico fue extraído de la fuente de antiguos cantos monódicos —conocidos por nombres tan exóticos como canto znamenny (que significa “anotado mediante neumas”), canto kievano (refiriéndose a Kiev, la cuna de la civilización de cristianismo ruso y eslavo oriental) y canto griego (aparentemente derivado de Bizancio, la segunda Roma). Para utilizar estos cantos en circunstancias litúrgicas contemporáneas, sin embargo, era necesario vestirse, por así decirlo, con un nuevo atuendo polifónico. Diez de los quince himnos de las Vísperas se basan en melodías de canto monódico provenientes de la misa como habría sido cantada en la Rusia medieval; para las restantes cinco secciones Rachmaninov compuso melodías de su propia inspiración.
La representación de la ceremonia de vísperas, una curiosa concatenación litúrgica de tres servicios — la Primera hora, Laudes y Vísperas— que fue introducido en la Rusia del siglo XIV, resultó ser popular y perdurable no solo en ese país sino en todas las naciones ortodoxas. Para su versión, Rachmaninov eligió quince de los principales salmos e himnos que forman el marco inmutable de la vigilia de la resurrección.
Vísperas fue escrita en menos de dos semanas entre enero y febrero de 1915 y fue estrenada en Moscú en marzo de ese año, en parte para apoyar el esfuerzo de Rusia durante la Primera Guerra Mundial. Nikolai Danilin dirigió el coro masculino sinoidal de Moscú en el estreno. Tuvo una buena acogida por parte del público y los críticos, y tuvo tanto éxito que fue reinterpretada cinco veces más en sólo un mes. Sin embargo, la Revolución rusa de 1917 y el surgimiento de la Unión Soviética provocaron la prohibición de toda la música religiosa, y el 22 de julio de 1918 el coro sinoidal fue sustituido por el “coro no religioso del pueblo”. Se ha escrito que ninguna composición representa el final de un género tan claramente como esta obra litúrgica.
De una belleza y dramatismo notables, destaca el segundo número, un canto griego basado en el Salmo 104 “Alabado sea el Señor”. Luego de un reverencial “Amén” en un acorde de do mayor, el coro prepara la entrada de la contralto solista que tendrá la tarea de presentar el texto de manera antifonal. Le responde el coro dividido en registros contrastantes: medios-graves (voces masculinas) y medios-agudos (voces femeninas). Estos mismos grupos forman cobijos armónicos que envuelven a la solista siempre concediendo su jerarquía en cuanto a espacio y tensión sonoro. Rachmaninov nos regala su personal versión de la gran tradición vocal de su cultura al utilizar los cálidos y sombríos registros graves de los icónicos bajos rusos, en franco contraste con las angelicales intervenciones de las voces femeninas. El final es desgarrador. La contralto, que ha agotado su texto, permite que el acompañamiento que la cobijaba resuelva la pieza. Sopranos y mezzos se detienen en un pedal en lo alto mientras que los varones realizan en las profundidades la cadencia final hacia un acorde de tónica, cuyo bajo es el do más grave que una voz humana puede emitir.
El quinto número, un preferido del autor, fue cantado en el funeral de Rachmaninov según sus propias disposiciones.
Referencias:
– músicarussica.com
– classicfm.com
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